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Tomás Romay, padre de la ciencia médica en Cuba

Tomás Romay, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Entre los muy eminentes salubristas que ha dado la isla de Cuba, el doctor Tomás Romay y Chacón merece especial consideración, precisamente por haber sido el iniciador de la ciencia médica en la mayor de las Antillas.

Nacido el 21 de diciembre de 1764, el llamado “Hipócrates cubano” fue un sabio integral que dedicó su vida tanto al estudio de las ciencias como de las letras; de ahí el enfoque humanista de su praxis científica.

Romay ha sido catalogado como el primer higienista cubano y modernizador de la medicina clínica en la Universidad de San Jerónimo de La Habana, donde estudió, se graduó y fungió como Decano. A su celo por la seguridad y el bienestar públicos de la Isla se debió la inoculación preventiva contra la viruela en 1802, dos años antes de que el médico militar Francisco Javier de Balmis desembarcara en el puerto de La Habana con la encomienda de llevar el inmunógeno a todos los territorios dominados por España. Su previsión al introducir y propagar la vacuna le ganó, en 1805, el honorable título de Médico de la Real Familia.

En estrecha colaboración con el Obispo Juan José Díaz de Espada, Romay eliminó de forma paulatina los enterramientos en las iglesias y educó a la población en la necesidad de inhumar a sus muertos en el Campo Santo erigido en extramuros, lejos de las zonas urbanas densamente pobladas.

Observador agudo y meticuloso en sus investigaciones, Tomás Romay recogió en un valioso memorándum sus experiencias médicas en el tratamiento de enfermos de fiebre amarilla. Dicho tratado fue expuesto en el año 1797, convirtiéndose en el primer incunable cubano y considerado por la Real Academia de Medicina de Madrid como el trabajo más importante sobre la materia escrito en idioma español.

Convencido de que los pilares fundamentales para el desarrollo de una nación son la instrucción y la sanidad, Romay impulsó el estudio de la Química y la Botánica. Abogó por la enseñanza primaria gratuita y promovió la creación de fondos para la construcción y el mantenimiento de escuelas. Fue, además, cofundador del Papel Periódico de La Habana, la Sociedad Económica de Amigos del País y la Real Casa de Beneficencia.

Hoy la impronta del insigne médico se reduce a un policlínico de la Habana Vieja que lleva su nombre aunque no honre su legado; pero que en otros tiempos fue referente en el campo de la higiene y epidemiología.

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Carlos Juan Finlay, un cubano adelantado

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MIAMI, Estados Unidos. — El 3 de diciembre de 1833 nació en Puerto Príncipe (actual ciudad de Camagüey) el prominente científico y médico epidemiólogo cubano Carlos Juan Finlay Barrés, cuyo gran aporte a la ciencia mundial fue su explicación del modo en que se transmitía la fiebre amarilla, una enfermedad que azotó con fuerza a la humanidad durante el siglo XIX.

Finlay —que firmaba siempre como Carlos J. — tuvo una importante formación profesional, ya que se graduó del Jefferson Medical College de Filadelfia (EE. UU.) en 1855, y entre 1859 y 1861 realizó estudios en Francia.

Su distinguida trayectoria académica hizo que en 1872 Finlay fuese elegido Miembro de Número de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y miembro de Mérito más de dos décadas después, en 1895.

El destacado científico cubano realizó estudios mostraban que la propagación del cólera se realizaba por las aguas de la llamada Zanja Real, probablemente contaminadas por los enfermos en las fuentes mismas de donde se surtía aquel primitivo acueducto descubierto.

Carlos J. Finlay también estudió el muermo —una enfermedad infecciosa y mortal causada por la bacteria Burkholderia mallei que afecta principalmente a los caballos y mulos y que es transmisible al hombre— y describió el primer caso de Filaria en sangre observado en América en 1882.

Apuntes bibliográficos dan cuenta de que en 1902, al proclamarse la independencia de Cuba, Carlos J. Finlay fue nombrado Jefe Superior de Sanidad, y estructuró el sistema de salud del país sobre bases completamente novedosas.

Desde este cargo le tocó encarar la última epidemia de fiebre amarilla que se registró en La Habana (1905) y que fue eliminada en tres meses.

Entre 1905 y 1915, eminentes investigadores europeos (entre ellos dos ganadores del Premio Nobel, Ross y Laverán) propusieron oficialmente la candidatura de Finlay al galardón.

Aunque nunca se le otorgó la referida distinción, Carlos J. Finlay sí recibió muchos otros homenajes y reconocimientos, entre ellos, un banquete de honor, organizado por el Gobernador estadounidense Leonard Wood; la Medalla Mary Kingsley, del Instituto de Medicina Tropical, institución que dirigía Ronald Ross en Liverpool, Inglaterra; así como el Premio Bréant, otorgado por la Academia de Ciencias de París.

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