Aires de libertad con Raffaella Carrá

MIAMI, Estados Unidos.- Era una añoranza casi enfermiza de mi generación conocer la famosa iconografía de los Beatles, los Rolling Stone, Jimi Hendrix o Janis Joplin, por solo mencionar algunos íconos de la época.
Entré varias veces en un cine para ver la versión chabacana y falseada que presentó sobre los Beatles el Noticiero ICAIC, dirigido por Santiago Álvarez, donde eran comparados con monos. Aquel pequeño atisbo de nuestros héroes musicales lo ameritaba.
De tal modo, el mundo moderno quedaba fuera de nuestros predios.
Por eso eran de agradecer los intentos de intérpretes nacionales por traernos versiones, a veces superiores a las originales, de canciones que constituían éxitos internacionales.
Pienso en el arte a contracorriente que cultivaban Georgia Gálvez, Luisa María Güell y Marta Strada, luego tildadas por practicar el llamado diversionismo ideológico y sin otra alternativa que tomar el camino del exilio.
Fueron oscuras y represivas para la satisfacción del gusto artístico aquellas décadas sesenta y setenta, donde el castrismo, en pleno apogeo, controlaba con puño de hierro los medios de comunicación.
Una suerte de aurora informativa se produciría a la llegada de los primeros aparatos de reproducción de videos que nos dieron acceso al universo cultural cancelado por la dictadura.
Pero antes, creo que por los años setenta, sin mucho preámbulo ni explicación como era usual, la televisión comenzó a mostrar espectáculos que la diva italiana Raffaella Carrá, a quien le acaban de celebrar exequias presidenciales en Roma, realizó para el público hispanoamericano, donde disfrutaba de gran popularidad.
Era una verdadera fiesta verla cantar y bailar con su cabellera rubia impecablemente cortada, que siempre regresaba al mismo orden luego de contorsionarse, como por arte de magia
Llamaban la atención, en el país de las carencias, sus atuendos ajustados en un físico que era el sueño de todos los varones. En cada programa, la Carrá incluía entre sus invitados especiales a figuras de la canción mundial que siempre habíamos añorado disfrutar.
Es difícil olvidar el día que presentó, con el entusiasmo que la caracterizaba, al fenomenal grupo de Ike and Tina Turner, donde aquella explosiva cantante americana interpretó su ya clásica versión de “Proud Mary”, para dejarnos atónitos y con el deseo de imantarla a nuestros televisores.
Al final, el programa no siguió transmitiéndose de modo regular. Había que estar atento a la insufrible programación porque, tal vez, algún oscuro funcionario del Instituto de Radio y Televisión había reparado en el hecho de la conocida franqueza que cultivaba la estrella italiana, en las antípodas de la represión ideológica, social y cultural del castrismo.
Raffaella Carrá era una adelantada en el universo del espectáculo con respecto a la población LGBT, antes de que esas siglas fueran de dominio público, y abogó siempre por la liberación de la mujer, sin caer en la machacona doctrina feminista.
Cuando David Letterman la comparó con Ed Sullivan y Johnny Carson, la diva le dejó saber, con todo respeto, que prefería parecerse a personas de su género y mencionó a Barbara Walters y Ann Margret.
A propósito de su desaparición física, el consejero cultural de la Embajada Española en Italia, Ion de la Riva, al rendirle tributo, recordó que su energía sin límites fue como una sacudida de color en medio de los días grises del franquismo, al cual ella se opuso.
“Era muy diferente bailar al son de sus canciones”, afirmó de la Riva. “Conminó a otros artistas a que fueran más valientes y decididos. Le enseñó al pueblo una manera de ser libres de la opresión”.
El diplomático de la Riva se refiere a la misma circunstancia que se encontró en Cuba, durante los años noventa, cuando ayudó incansablemente a los necesitados artistas e intelectuales cubanos creándoles una suerte de oasis en el Centro Cultural de España, fundado en La Habana y luego cancelado por orden personal de Fidel Castro.
Ahora, los obituarios del régimen, especialistas en la tergiversación, ni siquiera mencionan cuándo sus programas se presentaron en la televisión nacional, y le fabrican un expediente ideológico de militancia comunista por haber dicho que ella siempre estaba de parte de los trabajadores italianos en una entrevista de los años setenta.
Es de imaginar, sin embargo, las veces que la invitaron oficialmente a Cuba al igual que figuras artísticas de similar categoría como Massiel o Joan Manuel Serrat, entre otros que accedieron a legitimar la dictadura con su fama, cuando congéneres culturales eran duramente reprimidos.
La Carrá no se prestó para el operativo que tantos dividendos propagandísticos le ha brindado, durante años, al mismo régimen que ahora es repudiado públicamente por los cubanos, hartos de tantas mentiras.
Lo cierto es que en sus espectáculos no se presentaron los connotados juglares del castrismo y sí constan dúos memorables con Celia Cruz y Gloria Estefan.
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