El carro jaula
LAS TUNAS, Cuba, julio (173.203.82.38) – Recostado contra la baranda lateral del camión, el hombre del pulóver verde olivo suda copiosamente. El techo de metal contribuye a subir la temperatura a más de cuarenta grados, aunque apenas son las once de la mañana. Al camión de la ruta Puerto Padre-Las Tunas suben veinte, treinta, cincuenta, sesenta pasajeros. No importa que las regulaciones exijan un número inferior. En un país lleno de normas que se violan constantemente, no trasciende violar una más. El camión no sale hasta llenarse.
En la cama del camión hay cuatro líneas de bancos; dos a la derecha, dos a la izquierda; las del centro son más altas y permiten recoger las piernas para que quepan más personas de pie. El hombre del pulóver verde olivo se acerca a una larga ranura a tomar aire fresco. Los camiones no tienen ni ventanas ni escotillas. En el peor de los casos un aguacero tropical, caerá sobre los pasajeros, su ropa y paquetes.
Las autoridades temen a los camioneros. Son reyes absolutos de la transportación en el oriente del país. Todo o casi todo se mueve gracias a ellos y por eso se les permite la arbitrariedad contra los viajeros. Una huelga o la salida de algunos de ellos paralizarían el territorio. Por eso no hay controles.
No existen expedidores en las terminales, ni inspectores para el recorrido. Tampoco se les hace inspección técnica a los camiones, regularmente; no se miden los niveles de contaminación ambiental que generan. Tampoco se controla el límite de velocidad, ni el abuso del alcohol por los camioneros. De ahí que se vean involucrados tan frecuentemente en accidentes y hay tantos muertos por esa causa.
Un pasaje cuesta cinco pesos en las rutas Puerto Padre-Las Tunas, Holguín-San Germán, o Santiago-Palma Soriano. Un camión cuesta alrededor de 25 mil dólares (625 mil pesos). Los sobornos a las autoridades del Ministerio de Transporte son frecuentes. También a funcionarios del gobierno comunitario y a directores de empresas de transporte que suministran motores, cajas de velocidad y diferenciales para Maz-500, Ikarus, Pegaso, Román y, por supuesto, el combustible y el aceite.
El camionero decide la hora de salir. Cierra el portón metálico por fuera. Sube a la confortable cabina con aire acondicionado y enciende el motor. El humo negro sale del tubo de escape y el camión se pone en marcha.