1

Cuba: de la revolución a la pesadilla

Fidel Castro

HARRISONBURG, Estados Unidos. — Una revisión objetiva de lo ocurrido en nuestro país desde 1959 hasta hoy revalida la conocida frase que asegura que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.

Si uso la frase “buenas intenciones” lo hago basándome en la existencia de documentos históricos firmados por Fidel Castro en su condición de máximo líder del “Movimiento 26 de Julio” y refrendados también por otros importantes líderes de la oposición contra Fulgencio Batista.

Quien haya leído esos documentos sabe que los fundamentos de esa Revolución que se gestó y desarrolló en las ciudades, las montañas e incluso dentro del propio ejército nacional, eran inequívocamente democráticos. Por su contenido puede medirse la magnitud de la traición de Fidel Castro.

A la luz de los acontecimientos ocurridos en Cuba durante más de seis décadas “La historia me absolverá” —cuya redacción definitiva fue hecha por Jorge Mañach— se ha vuelto un verdadero bumerán contra quienes detentan el poder y, sin dudas, en un documento subversivo. Ese calificativo también puede ser aplicado a numerosos discursos de Fidel Castro.

Hasta el golpe de Estado realizado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 Cuba era una república con muchísima desigualdad social y corrupción; lo siguió siendo durante la dictadura batistiana, pero existían mecanismos para combatir esos males o al menos denunciarlos. Hoy, la desigualdad social, la corrupción, la inexistencia de una real administración de justicia y de un Estado de derecho, la represión a todo disenso y las carencias materiales debido al fracaso económico de los comunistas han alcanzado niveles nunca antes vistos en toda la historia del país.

Cuando la guerrilla logró consolidarse en la Sierra Maestra y extenderse al occidente del país debido a la reiterada incapacidad del ejército nacional, Fidel Castro comenzó a capitalizar el poder. Entonces, lo que fue una revolución conformada por fuerzas heterogéneas de fuerte raigambre democrática derivó en una nueva dictadura donde quienes menos respaldo político tenían entre el pueblo terminaron imponiendo una doctrina cuyos peligros fueron advertidos genialmente por José Martí, Ignacio Agramonte y otros patriotas.

Se suponía que el triunfo de la Revolución daría paso a la formación de un gobierno provisional encargado de restablecer las estructuras democráticas, la Constitución de 1940 y convocar a elecciones libres y multipartidistas, pero eso no ocurrió y es la principal desnaturalización del proceso político liderado por el biranense, porque toda revolución se dirige hacia un acto fundacional incluyente, no hacia la reproducción de las causas que le dieron origen. En una revolución genuina, destinada realmente a empoderar al pueblo y no a garantizar con eufemismos la entronización de una casta, tienen que cumplirse, con su triunfo, las promesas que le dieron origen. Eso tampoco ocurrió con la cubana, aunque, para ser justos, con ninguna de las que derivaron hacia sistemas verticalistas de gobierno. De ese juicio solo se salvan, ¡vaya congruencias de la historia!, las revoluciones burguesas, siendo un nítido ejemplo las de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos de América.

Hoy, 64 años después de aquella presunta luminosidad del primero de enero de 1959, en Cuba existen las mismas condiciones que potenciaron el desencadenamiento de aquella revolución.

Porque una revolución, para que resulte exitosa, tiene que mostrar resultados concretos que demuestren la validez de sus acciones y, en el caso de Cuba, los éxitos obtenidos en la educación, la salud, la ciencia y el deporte no surgieron como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas internas sino, sobre todo, por el inmenso apoyo financiero que recibió de la antigua Unión Soviética y de los países del campo socialista. Fidel Castro quiso “independizarse” de la influencia económica de Estados Unidos y terminó dependiendo de economías inferiores en cuanto a crecimiento y calidad de sus productos.

Y si bien no puede hablarse de una prosperidad creciente, porque problemas como el transporte, la alimentación y hasta el libre acceso a la educación según los méritos personales nunca fueron resueltos, al menos se vivía con cierto sosiego —siempre y cuando “no te metieras en política”— hasta la desaparición del bloque socialista.

Al desaparecer esa comunidad política y persistir el castrismo en la reproducción de métodos de probada ineficacia, los supuestos éxitos comenzaron a declinar de forma indetenible desde el llamado “período especial” hasta llegar a este aniversario 64 donde la miseria, el escapismo y la represión son sus características principales.

Si la retórica del castrismo fuera capaz de producir satisfacción no habría problemas. Pero esa presunta panacea de justicia social, prosperidad y democracia de la que tanto hablan los continuistas liderados por Miguel Díaz Canel Bermúdez solo existe en sus discursos abundantes en coprofagia, donde, sin un mínimo de vergüenza, se burlan públicamente de sus leyes y de lo que hacen, algo que en un país democrático sería causa suficiente para una renuncia o un juicio político.

El proceso que un día fue proclamado por Fidel Castro como “la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes” se ha encargado de autoaniquilarse. No hace falta una invasión extranjera ni otra revolución para demostrarlo, él mismo se ha aniquilado por su incapacidad económica y sus injusticias.

Si en Cuba se afianza un profundo pensamiento anticomunista ello se debe, ante todo, a la incapacidad de quienes un día nos hablaron de muchos sueños y terminaron convirtiendo nuestras vidas en una atroz pesadilla. Y encima, como si el pueblo fuera bobo, siguen encomiando al sistema.

Esa, no otra, es la realidad de nuestra patria este nuevo primero de enero.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.




El cerdo del 31, una pieza inconclusa para los cubanos que hacen colas

Fin de año, cola

LA HABANA, Cuba. — Si de algún crecimiento pudiera vanagloriarse el gobierno del presidente designado Miguel Díaz-Canel en el año que culmina, sería de la escasez, el desabastecimiento y la corrupción.

Hay ausencia y carestía de alimentos desde hace más de tres años. No me refiero a langostas y camarones, sino a la leche, la mantequilla, el arroz. La escasez  la incrementan el desvío de recursos, los robos, la reventa, y otros entuertos consustanciales al socialismo.

Ante esa situación, y por los altos precios de los particulares, a los  burócratas comunistas se les ocurrió, en medio de una euforia populista, para el fin de año, vender una pieza de cerdo por familia por debajo del precio del mercado, con el fin de atenuar el malestar de la población.

El cálculo de los funcionarios fue asignar un cerdo para ocho núcleos familiares, no importa la cantidad de miembros, y cada banda del animal dividirla en cuatro partes. No está claro si le parten la cabeza al cerdo o quien se queda con ella.

Cada pieza entregada, independientemente del peso, se cobraría a 250 pesos la libra. Sin embargo, las piezas de cerdo prometidas para cada núcleo familiar en Centro Habana no llegaron a su destino. Y eso que los vecinos solo querían, parafraseando a Nicolás Guillén, “una mínima pieza, y no una pieza colosal, una pequeña pieza”,  que le permitiera desafilarse los dientes en su discreta cena de fin de año

El mercado Manzanares, en las ruinas del cine homónimo, en Infanta y Carlos III, explotó como cafunga. Su administrador, William Casanova, dejó sin cerdo a los que hacían cola.

De igual forma, el administrador del Oria, también en el municipio Centro Habana, movilizó la carne, parece que equivocadamente, al policlínico vecino. Luego se supo que la cola de pacientes en el estomatólogo no era tal.  Eran carniceros particulares y tarimeros que esperaban sus piezas para revenderlas en el mercado negro.

Ambos administradores fueron separados de sus cargos, multados y están a la espera de juicio.

Por su parte, Carmen Pedroso, directora de Comercio y Gastronomía en el municipio, se lava las manos en la grasa de cerdo para que le resbale el problema, y a diferencia de Chacumbele, flota y emerge en el cargo, a pesar de los pesares y de venir tronada del colindante municipio Cerro.

A diferencia de los centrohabaneros que hicieron colas para comprar la carne y que al menos olieron la cola del cochinito, miles de santaclareños concentrados en el parqueo del estadio Augusto Cesar Sandino se tuvieron que conformar con el dulce olor del gas pimienta, rociado espléndidamente por la policía  ante la avalancha de público y la tendencia al desorden y la puñalada trapera.

Mientras, en las lejanas tierras del Cauto, en Bayamo, siguen, como la soprano calva, esperando a Godot. El matadero fue convertido en gimnasio.  Al lejano oriente cubano no llega la carne de cerdo, el pollo ni el pescado. Ni tan siquiera una mínima pieza.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.




Para 2023 no pido prosperidad, solo anhelo un país

Cuba, 2022, 2023

LA HABANA, Cuba. – Llegará 2023, y si no fuera porque el almanaque nos recuerda que estamos en los últimos días del 2022, no hallaríamos señales de que otro año finaliza, aunque a juzgar por el desastre que contemplamos a nuestro alrededor, pareciera que no es el año sino el mundo el que llega a su fin.

Parecía que la oleada de muertes por la pandemia, junto al colapso del sistema de salud y los inoportunos e inhumanos “experimentos económicos” de Marino Murillo y Alejandro Gil, habían dejado el peor de los años a las familias cubanas, y que a partir de ahí cualquier otro escenario sería mejor, pero siempre olvidamos que la primera Ley de Murphy advierte que todo lo que empieza mal, acaba peor.  

Y a esta novela de terror llamada “Continuidad”, a juzgar por nuestro inmovilismo, aún le faltan varios capítulos para que dejen de correr la sangre y las lágrimas y comiencen, finalmente, a hacerlo los créditos.

Así, aunque anhelábamos que tornados y confinamientos, que cierres de fronteras al turismo y desabastecimiento fueran los ingredientes más letales de esta pócima “continuista”, lo cierto es que 2022 con el Hotel Saratoga volando por los aires, el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas, la inflación, el huracán que arrasó Pinar del Río, los apagones, las colas, el retorno al “Período Especial”, las injustas condenas a manifestantes pacíficos, el peligroso romance con Rusia y el éxodo masivo ha superado ampliamente en horrores cualquier otro año anterior, aun cuando de los dejados atrás, en estas décadas de dictadura, ninguno es digno de ser llamado “de prosperidad”, y aun cuando la profunda miseria de estos días nos haga caer en la trampa de pensar que alguna vez, antes de enero de 1959, “estuvimos bien”.

Ni fue así —aunque para sentirnos mejor con nosotros mismos nos aferremos a ese “tiempo mental” donde fantaseamos con un “tiempo de gloria”—, ni con el 2022 se irán todas nuestras penas. Porque, al contrario de lo que piensan algunos, los problemas jamás se solucionan si nuestro único remedio es dejar pasar el tiempo. Y es que las cosas, por sí mismas, tienden a ir de mal en peor, y en eso otra vez llevan razón las leyes de Murphy.

El 2023 llegará y, a diferencia de otros lugares del mundo en que las fiestas de Navidad y Año Nuevo son el momento de anhelar transformaciones positivas, radicales, porque existen las condiciones para hacerlo, en Cuba se vuelven otros días más de apatía y desesperanza en tanto el único y definitivo cambio que garantizaría nuestro bienestar no acaba de suceder, y más triste aún, no acabamos de hacer que suceda.

Tan distraídos con nuestros problemas más básicos viajamos dentro de esta vieja maquinaria de las disociaciones y distorsiones temporales que apenas nos sobra el tiempo para comprender cuán débil es este sistema que nos parece imposible de derribar. 

Y es que su “perdurabilidad” se sostiene en algo tan simple como en nuestra enfermiza voluntad de continuar siendo parte de él, ya sea estando dentro o desde la lejanía. En esa “dependencia emocional” que nos impide desprendernos de ese lugar físico que llamamos “Cuba” pero que en realidad solo son los restos de una posibilidad que se extinguió con el tiempo. O mejor dicho, que nosotros mismos llevamos a la extinción cuando no le dimos importancia a cosas en apariencias tan simples como aceptar que nuestros hijos juraran ser como el Che o el chantaje de ir marchar un Primero de Mayo porque si faltamos nos lo descuentan del salario o perdemos la siempre humillante “estimulación”.

Sin arriesgar en adivinaciones, con toda la seguridad que nos ofrece nuestra amarga experiencia, sabemos que 2023 será para Cuba mucho peor que 2022, así como este superó al 2021 en fatalidades. 

Y no lo digo solo por esas colas y carencias que ya son parte del paisaje nacional, ni porque sabemos que este diciembre iluminado y esas toneladas de pollo y carne de cerdo importados terminaremos pagándolos a más tardar en enero o febrero con el retorno de más apagones, más estómagos vacíos y menos transporte público, sino porque hemos aceptado que la única solución está en huir, pero no para salirnos del juego definitivamente sino para muy pronto retornar con dólares en los bolsillos, con lo cual jamás matamos al monstruo de nuestras pesadillas sino que, por el contrario, lo alimentamos y lo hacemos más fuerte. 

Porque muchos que han logrado emigrar y llegar a su destino sentirán que, lejos del infierno de la dictadura comunista, estos últimos días de 2022 y posiblemente el 2023 son el momento de sus triunfos personales (y sin dudas lo será) pero olvidan que si están pensando en retornar de vacaciones o en enviar remesas, ya automáticamente se aceptan en el papel de marionetas de un régimen que, les recuerdo, accionó la válvula de escape no por casualidad o por error sino porque te quiere allá, tanto como necesita —para que su chantaje sea perfecto— que algo tuyo dejes aquí, algo así como familia, amigos, amores o aquellas fantasías que alimentan tus vanidades.

Habiendo fallado el turismo o, mejor dicho, habiéndose demostrado cuán inestable es una economía cuando depende ciento por ciento de él, y siendo consciente de que jamás será el productor y exportador de bienes y servicios que pretende ser, incluso esfumados los sueños de hallar grandes yacimientos de petróleo y viendo cómo la comercialización de médicos en el exterior languidece bajo las acusaciones de explotación laboral, el régimen cubano sueña con ordeñar a esa gran vaca salvadora que son los miles de emigrados, haciendo por primera vez muy certera esa frase de “convertir reveses en victoria”. 

Porque, paradójicamente, la supervivencia de la dictadura, agonizante por falta de liquidez, está hoy en esos que han sido “derrotados” por ella, a pesar de que al escapar crean que la han vencido. Así de perverso es el “sistema”, que solo se paraliza y muere si comprendemos nuestras verdaderas relaciones con él. 

Y después de lo sufrido, 2023 pudiera ser el momento si no para festejar el continuar vivos, al menos para detenernos a pensar qué poco debemos hacer, casi sin esfuerzo alguno, para bajarnos de esa máquina vetusta y solo con eso hacer que se detenga.    

Incluso ahora que casi todos (los que vivimos en la Isla y los que se han marchado) nos hemos mudado a las redes sociales, al ciberespacio, con nuestras identidades reales o con avatares, para allí poder hablar y existir con las libertades que nos prohíben en ese espacio físico casi inhóspito que llamamos Cuba, podemos pensar en la posibilidad de crear en este 2023 una Cuba virtual, diversa, con todo lo que soñamos y pretendemos hacer, sin tener que esperar por ese cambio que no llega. 

Construir la Cuba soñada con todos y que, en consecuencia, el mundo se vea obligado a reconocerla incluso en las Naciones Unidas. Hacerla tan grande y real, tan inclusiva y próspera que con los años sea la única, la verdadera, la que habitemos a diario a pesar de lo lejos que podamos estar unos y otros. 

La otra Cuba, la que aparece en los mapas, la que solo nos trae malos recuerdos, esa hace mucho tiempo que agoniza, y si no hacemos nada por traerla de vuelta a la vida, mejor la dejamos ir, por el bien de todos.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.




Diario de Año Nuevo: sin novedades en el frente

Cubanos, Cuba

LA HABANA, Cuba. — Estoy encerrado en mi casa desde la noche del 31 de diciembre, cuando mi barrio, sin música ni fiestas, las calles desiertas, parecía un cementerio. Hace días que no salgo ni a comprar pan, que por demás no hay.

Mi aislamiento se debe a dos razones: primera, porque no tengo ganas de felicitar ni de que me feliciten, me parece un chiste cruel en estas circunstancias; y segunda, porque no quiero escuchar las quejas de mis vecinos acerca de “cómo está la cosa” y “lo mal que la estamos pasando”.

Mis vecinos, como casi todos los cubanos que no son de la elite gobernante, están muy disgustados por estos días. No pudieron pagar los altos precios de la carne de puerco para la cena del 31 y tuvieron que conformarse con la libra de pollo por persona que, luego de hacer una tumultuosa cola, les obsequiaron por la libreta de abastecimiento. Para beber no quedó otra cosa que el pomo de ron peleón, uno por familia, que les vendieron a 132 pesos, previa presentación del carnet de identidad.

Principalmente de quien no quiero escuchar quejas es de esas personas para nada castristas que te hacen la salvedad: “no es que yo esté en contra de la revolución, pero…”. A alguno de ellos, cuando me ha soltado que los periodistas independientes “hablan mal de Cuba”,  armándome de paciencia, he tenido que explicarle que no hablamos mal de Cuba, sino del régimen y de lo que hace mal, que es casi todo. Pero por estos días no tengo ánimo para aclararles la mente a los que confunden la patria con la dictadura o a los que les es más cómodo dejarse confundir.

He escuchado a algunos de esos vecinos expresar su antipatía por el exilio histórico, al que reprochan su odio al régimen. Como si la roñosa pandilla castrista fuera tolerante y amorosa con sus adversarios.

Dicen  que no quieren mezclarse con “la gente de los derechos humanos” —como llaman a los opositores—  porque no quieren terminar en la cárcel o botados del trabajo. Y eso lo explica todo. Su disgusto y desconfianza por la disidencia les sirve para justificar su miedo y su inacción. Prefieren largarse de Cuba a la primera oportunidad que tengan. Eso, si la suerte y el dinero los acompaña y algún país les da visa, con todas las podridas que nos han puesto a los cubanos en un mundo cada vez más ajeno a nuestra mala suerte.

Si no consiguen largarse, y no creen en “la revolución”, ni en la disidencia, ni en el exilio, si no votan en las elecciones de delegados del Poder Popular y se niegan a firmar los  proyectos opositores, si han perdido totalmente  las esperanzas… ¿Qué les  queda? ¿Cortarse las venas?

Me dan mucha pena las personas que se mueren de miedo ante la posibilidad de  luchar por sus derechos y  ayudar a recomponer la patria, a sacarla de este desastre. Pero más me deprime oírlos quejarse y luego aclarar que no es que estén “en contra de la revolución”.

Son muchos los cubanos que permanecen inertes, mudos y sordos, cuidándose hasta en las redes sociales,  haciéndose los bobos, a ver qué pasa… No se deciden a romper de una puñetera vez con este régimen abusivo. Y no quieren saber de la oposición. No quieren buscarse problemas. Y para estar bien con su amor propio —lo que les queda de amor propio, luego de tanto oprobio y pisoteo— dicen que no quieren que hablen a nombre de ellos ni el gobierno ni los disidentes.

Ojalá puedan hablar por ellos mismos, cuándo y cómo puedan, si es que alguna vez los dejan. Pero que se dejen de hipocresía, que la reserven para el régimen. Que sus críticas a los que disentimos abiertamente no les sirvan  como coartada para su miedo.

Cada vez son más los que no votan o depositan su boleta en blanco en esa farsa que son las votaciones del Poder Popular, los que no militan en las llamadas organizaciones de masas, los que no asisten a las reuniones de los CDR, los que no chivatean ni se prestan para los mítines de repudio.

Miles de personas en toda Cuba vencieron el miedo y se lanzaron a las calles a protestar los días 11 y 12 de julio de 2021. Los callaron a palos y a tiros. Con las largas penas de cárcel impuestas a centenares de los participantes en las protestas (incluso a menores de edad) el régimen ha logrado aterrorizar a los descontentos. Por ahora.

Si los mandamases no se deciden a hacer cambios de calado, habrá nuevos estallidos populares. Pero es como si con ellos no fuese. Como si siempre la represión bastara para sofocar las ansias de libertad y progreso. Para ellos, el futuro sigue siendo el partido único, la unanimidad y la planificación centralizada de la economía.

Los retranqueros del inmovilismo no permitirán que cambie absolutamente nada de todo lo mucho que se sabe —es de vida o muerte, no sólo para su régimen, también para la nación— debe ser cambiado.

Muchos piensan que los cambios sólo pueden venir “de arriba”, pero los presuntos reformistas no acaban de aparecer. Por ahora, disfrutan sus privilegios, aplauden y siempre callan. Solo quedaría esperar que cometan un error como el de Günter Schabowski, el miembro del Politburó del Partido Comunista de Alemania Oriental que con una frase mal dicha, o mal interpretada, echó abajo el Muro de Berlín en noviembre de 1989.

En cuanto a expectativas, los cubanos estamos peor que a la mitad del Período Especial. Hubo en aquella época un momento en que, con las reformas económicas, parecía que se iba a imponer un poco el sentido común. Ahora no. Hoy, los ineptos mandamases de la continuidad, con sus torpes movidas y su terquedad, parecen ballenas nadando hacia la playa, desesperadas por encallar y morir al sol.

Se respira el mal aliento del desmadre y la desbandada. Pero ni siquiera nos atrevemos a soñar. Perdimos el hábito hace tiempo. Y los sueños, de cumplirse, demorarían. Aunque legalizaran los partidos de oposición y  convocaran mañana mismo a elecciones democráticas, limpias y con supervisión internacional, nos durará varias décadas la resaca cínica de la dictadura, con todos sus vicios y aberraciones y la nostalgia de algunos por el pasado comunista.  ¿Cuántos años tendremos que vagar por el desierto para purgar esos pecados?

Otro año más de dictadura, el 63. Más de lo mismo. Peor. Que no me vengan con felicitaciones. Y que aguanten y  no se quejen más los resignados. Que me avisen cuando se les acabe  la paciencia.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.




Cuba 2019: sin uvas y sin libertad

Un cubano fuma junto a una pintada con la imagen de Fidel Castro en La Habana (Foto EFE)

LA HABANA, Cuba. – El 31 de diciembre de 1958 muchos cubanos olvidaron sus deseos a la hora de masticar las doce uvas de siempre. Embelesados con el triunfo de los rebeldes que bajaban de la sierra, presumieron que, llegada la última hora de ese día no sería imperioso hacer reclamos a esas uvas. Muchos, atontados con el triunfo, no creyeron en la posibilidad de que esas podrían ser las últimas uvas de todas sus vidas. Y en esa noche de entusiasmo fueron muchos los que no consiguieron reconocer el caos que estaba por llegar.

Aquel día, el último del año, fueron numerosos los que se sintieron reparados por eso a lo que se dio el nombre de “revolución”, la misma que hizo que poco después de su llegada desaparecieran las uvas, mientras que el olivo no dio otro fruto que el uniforme verde de los que, en poco tiempo, se convirtieron en represores, acabando con todo, incluso con los deseos.

Al día siguiente, ya en enero, mientras se escuchaba discursear a Fidel Castro desde aquel balcón frente al parque Céspedes, en Santiago de Cuba, muchos reforzaron la creencia de que conocerían, finalmente, la gloria que bajaba de la sierra en los morrales de los barbudos, en sus uniformes y melenas, en los collares.

Allí anunció Fidel a los santiagueros que la ciudad sería la capital provisional de la república, y que, a partir de ese momento, “todo sería diferente”. Y lo cumplió, haciendo desaparecer hasta las uvas. Aquello a lo que Fidel Castro llamó “revolución” llegó al poder y muchos creyeron entonces que hablaba con verdades, que tenía razón al asegurar que no iba a ocurrir lo mismo que en 1898, 1933 o 1944. Y en eso tuvo buen juicio, porque todo fue peor, aunque muchísimos cubanos creyeran que iban a desaparecer de nuestra geografía, como anunciara el barbudo de Birán, “los ladrones, los traidores y los intervencionistas”, pero muy pronto se dejaron ver muchos rusos y ladrones, y se inventaron traidores que fueron pasados, de inmediato y sin juicios, por las armas.

Cuando este 31 de diciembre, aunque sea sin uvas, los cubanos ensarten unos tras otros sus deseos, esa “revolución” estará a punto de cumplir sesenta años; y desde las puertas de muchas casas cubanas, desde los balcones, serán lanzados muchísimos reclamos, y fluirá el agua en las calles a pesar de su escasez. Este 31 de diciembre serán muchos los que se empeñen en hacer evidentes sus aspiraciones, y tras las descargas de agua no serán pocos los que salgan a la calle arrastrando una maleta con la que “darán la vuelta a la manzana” muchas veces.

Y es que sesenta años, que son demasiados, hicieron cambiar el rumbo a nuestros deseos; y liar los bártulos para hacer el viaje se convirtió en lo más socorrido, en la única manera de procurar esa especie de “perfección” con la que desde siempre soñó el hombre que huye de las tristezas, sin que apareciera otra fecha de regreso que la del fin de la dictadura. Es triste que sean tantos los cubanos que vean en el viaje la única posibilidad de salvación. Es horrible mirar un país desangrado por la migración.

Hace unos días miré a una mujer, desquiciada en apariencia, que aseguraba que ese redondel en el que confluyen las avenidas de Rancho Boyeros, la de 26 y Vía Blanca, sería suyo alguna vez, y que allí levantaría su casa, y que en el centro de su mansión estaría el “bidé de Paulina”. Ella quería toda esa rotonda para ella. Según supe luego, la mujer vive en “Puentes grandes”, en una barraca a punto de desplomarse, pero no encuentra otra solución que no esté ligada al delirio, a lo imposible. Sin dudas hay una distancia enorme entre los deseos y la razón.

Esa vieja y achacosa “revolución” de Fidel Castro, que ya cumplirá sesenta años, no consiguió la virtud, porque los cubanos no conquistaron antes la felicidad, esa que llega con una casa digna, con la defensa y el respeto a cada uno de los deseos. Y al deseo, ese que no se debe limitar, debe seguirlo la conquista. Creo firmemente en la bondad de los deseos, incluso en esos que Yania, mi vecina de apenas veinte años, privilegia por encima de todo. Ella sueña con calzar zapatos Prada y colgarse del hombro una cartera Louis Vuitton. Ella quiere usar “Lancome” y oler alguna fragancia de Armani en el cuello de su novio, y eso no es malo, aunque la “revolución” no lo tenga como bueno.

Y no será esta la última vez que cite esa frase de Balzac que asegura que “las revoluciones se debaten entre la seda y el trapo”, porque es cierta esa sentencia del francés. ¿Y por qué será que se debaten? Está claro que rivalizan porque nada le interesa más al poder comunista que perpetuarse, aún a costa de la infelicidad de sus subordinados, esos que no encuentran mejor opción que la escapada. Y esta noche veré desde mi balcón a muchos haciendo, tristemente, un viaje que cubra toda la “manzana”, un viaje que sea el augurio de uno más largo, más real, y eso duele. Duele que se desangre el país, que escapen sus hijos, en lugar de decir no a represiones y constituciones tiránicas. Así duele Cuba cada vez que termina un año, cada vez que comienza otro. ¿Hasta cuándo?




¿Qué podrá decir Raúl Castro en su mensaje de año nuevo?

Raúl Castro (foto tomada de internet)
Raúl Castro (foto tomada de internet)

QUITO, Ecuador.- Mientras gran parte del mundo espera el fin del 2015 y el advenimiento del año nuevo, Cuba, la enigmática isla caribeña, estará esperando un nuevo aniversario de lo que han llamado “el triunfo de la revolución”. Justamente este primero de enero la dictadura comunista ya tendrá sus cincuenta y siete años en el poder.

Cuando la mayoría de los países estén entre fiestas o preparativos y proyectos para enfrentar una nueva etapa en sus vidas, por cuanto son días de júbilo, los cubanos que aún quedan en la isla tendrán que soportar, una vez más, los comunicados gubernamentales con su retórica obsoleta y el repaso de los “logros y victorias revolucionarios” del período que termina; y como es lógico, la felicitación “en nombre del partido”, el comunista, el único oficial por más de medio siglo; aunque ya nadie crea en esa desacreditada organización.

Tal vez en los años iniciales de la revolución cubana parte del pueblo les creía. Aún durante los setenta había muchos seguidores –y más que esto, fanáticos– del líder gestor. Las circunstancias históricas son diametralmente opuestas en el contexto actual. Se sabe que la mayoría de los cubanos esperan un cambio que les proporcione un mínimo de condiciones de supervivencia inicial y luego, de mejoramiento para continuar sus vidas, y todos están convencidos que el degradado gobierno no es quien podrá garantizarles dichas condiciones.

La inseguridad, el temor, la frustración y en primer lugar la incertidumbre, están presentes en los cubanos de estos tiempos. La imposibilidad de poder realizarse en sus vidas y la ausencia de proyectos matizan a varias generaciones. Algunos decidieron solidarizarse con el gobierno, mostrando así solo una parte de su rostro, la otra enfrenta la realidad, aunque en el silencio, ante el temor de perder sus puestos de trabajo o su posición privilegiada en el seno de la sociedad; otros resisten pasivamente en la espera de ver lo que sucederá en un futuro que se espera desde hace ya varias décadas.

Muchos decidieron marcharse, eligiendo el exilio como vía para seguir adelante, no importa el lugar, las condiciones, las limitaciones, la añoranza familiar o por el suelo natal, pero distantes del comunismo. Son ya millones los cubanos dispersos por el mundo: Estados Unidos de Norteamérica, México, Canadá, Ecuador, Honduras, Costa Rica, Brasil, Chile, Uruguay, España, Italia, Francia, Suiza, Bélgica, Rusia, Holanda, y aunque increíble hasta en la China y Australia.

Otros ya han emprendido un camino más digno: el de la insurrección, el de enfrentar a la peor dictadura del continente. En este sentido merecen destacarse la UNPACU, las Damas de Blanco, entre otras organizaciones, que han mantenido a través de varios años una actitud de protesta pacífica, digna de reconocimiento, a pesar de la represión extrema y la agresión constante por parte de los órganos represivos del gobierno cubano.

En estas circunstancias: ¿cual podrá ser el mensaje de año nuevo que coincide justamente con el aniversario del triunfo revolucionario cubano? ¿Cómo es posible que Raúl Castro y sus súbditos puedan felicitar a un pueblo que no los quiere como gobernantes y que dejó de creerles hace ya mucho tiempo?

¿Podrán felicitar al pueblo por los 57 años de dictadura?¿Podrán presentarse en público con sus habituales consignas, cuando han permanecido ajenos al conflicto humanitario de carácter continental desencadenado como consecuencia de un sistema fracasado que no ha sido capaz de proveer las condiciones mínimas de subsistencia a todo un pueblo?

Ellos son capaces de todo, la ironía y el cinismo los ha caracterizado desde siempre, por tanto es de esperar que aparezcan ofreciendo cifras del comportamiento del turismo, mientras que el pueblo es sometido a una hambruna que ya empieza a parecerse a la que sufrieron los rusos en los tiempos de Stalin y Lenin. Quizás hablen de su utópico sistema de salud, con el dato de la baja mortalidad infantil, aunque paradójicamente hayan tenido que encerrar de nuevo con candado a los médicos porque todos quieren escapar y los hospitales estén cayéndose a pedazos y no haya ni aspirinas en las farmacias.

En estas circunstancias llegó la Navidad y el año nuevo para los cubanos. Una Navidad que renació, como todo en Cuba por decreto del gobierno, luego de más de cuatro décadas de absurda y cruel prohibición.

Lamentablemente en medio de la represión, preocupado por el destino de miles de compatriotas varados en Centroamérica, con su derechos humanos violentados y sumido en la incertidumbre de un futuro no predecible, el pueblo cubano ha tenido una triste Navidad y espera la llegada del año nuevo. Tal vez, le quede la ilusión de que el 2016 traiga esos anhelados cambios que terminen con casi sesenta años de tiranía de la familia Castro y permitan a nuestra nación volver a ser lo que fue en el pasado y reconquistar lo perdido durante estos duros años.




Adiós a un año funesto

LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Se va el 2012, un año marcado en el calendario maya como el del fin del mundo, augurio que esperaron durante mucho tiempo, con temor y expectativas, los fanáticos del misticismo. Incluso interesó a gran parte de la población incrédula, en vano, gracias a Dios.

Pero si en los cinco días que restan del año no aparece el tan anunciado holocausto, entonces la humanidad recibirá con los brazos abiertos 2013, número cabalístico fatídico, que igual pudiera hacer que muchos continuaran con el  sobresalto y el miedo, ante la supuesta llegada repentina del final de la vida en la Tierra.

2012 fue testigo de varios acontecimientos de insoslayable importancia. Entre ellos, la caída violenta de varios regímenes totalitarios, como los de Túnez, Egipto y Libia. La captura y aniquilamiento de Osama Bin Laden, llevados a cabo  por la administración estadounidense de  Barak Obama, que logró también este año la reelección para un segundo mandato.

La aparición de un cáncer en el presidente venezolano Hugo Chávez, sus intervenciones quirúrgicas y su victoria en las elecciones para un tercer mandato, fueron noticias muy  difundidas en Cuba y en  la  región, por ser la permanencia de Chávez en el poder cuestión vital para los gobiernos de algunos países del ALBA, y en especial para el de Cuba.

La visita del papa Benedicto XVI, en marzo, en occasion de los 400 años de la aparición, en la bahía de Nipe, de la esfinge de la Virgen de la Caridad, creó grandes expectativas en la Isla y en buena parte del mundo católico, pero pasó a  la historia como una visita más del jefe del estado del Vaticano a un país del tercer mundo, sin mayores consecuencias.

En Cuba, a nivel local, ocurrieron hechos imortantes, dignos de destacar. Como la muerte, en un presunto accidente de tránsito, de Oswaldo Payá Sardiñas, líder del Movimiento Cristiano Liberación, y el encarcelamiento, juicio y condena del español Ángel Carromero, quien conducía el vehículo en que viajaba Payá. También se debe resaltar, el  alto número de detenciones breves a activistas del movimiento de derechos humanos, periodistas independientes y blogueros, que alcanzó una cifra récord para un año.

Proyectos de la sociedad civil, como el Comité de Integración Racial y Estado de Sats, sufrieron  acoso y  el boicot de sus actividades. Emperoró la salud del sub contratista estadounidense Alan Gross, condenado por delitos contra la Seguridad del Estado, por introducir en el país teléfonos satelitales para la pequeña comunidad judía de Cuba, sin que aflorara el humanitarismo del gobierno cubano, que no se decide a liberarlo.

Durante el año, un ciclón descomunal arrasó gran parte de la infraestructura de varias ciudades orientales y terminó de sumirlas en una miseria espantosa. En toda la Isla los precios subieron y la vida se encareció aún más. Hubo brotes de dengue en muchas ciudades, que cobraron víctimas fatales. Y para colmo, apareció el cólera, un azote erradicado en Cuba desde hacía ciento siete años, y que hoy se disemina como un fantasma por todo el archipiélago, ante el secretismo de las autoridades de salud.

Nos alegra decir adiós al 2012, porque ha sido en realidad un año funesto para los cubanos. Y, por si es verdad que se cumplen los pedidos que las personas elevan a las doce de la noche del 31 de diciembre, mientras se comen las doce uvas, le sugiero a todos los lectores de Cubanet, que pidan que 2013 sea un mejor año para nuestra pobre Cuba. Creo que lo necesitamos y lo merecemos.