La Habana y sus silenciosos 499 años

LA HABANA, Cuba.- Hoy la capital de todos los cubanos arriba a su aniversario 499. Sin embargo, en todas las vallas y anuncios institucionales, en los reportajes y noticias de la prensa oficialista, se hace referencia al medio siglo que cumplirá el año próximo. Deliberadamente se han saltado el capítulo final del quattrocento habanero para que se vea la fecha venidera como una promesa cargada de esperanzas; o para que los habitantes de esta otrora magnífica ciudad no reparen demasiado en la tristeza y destrucción circundantes, capaces de frenar cualquier ímpetu festivo.
Quienes se han dedicado a meditar acercar del tiempo, saben que un año no significa nada cuando se trata de empresas sobrehumanas. Así que mientras el régimen procura llenar a la ciudadanía de regionalismo frenético con miras al onomástico 500 de la villa de San Cristóbal de La Habana, CubaNet salió a las calles para repasar, junto a los cubanos de a pie, lo mucho que le falta a esta ciudad; un vacío que no será remediado para este aniversario, ni el próximo.
Con el ridículo y nada creativo slogan “Por La Habana, lo más grande”, las instituciones del Estado se han lanzado a una maratón de colorete que no hará sino aumentar los contrastes entre zonas invadidas por un capitalismo jurásico, y otras sepultadas por escombros, desechos y antivalores.
La Habana se ha convertido en blanco de la ira ciudadana. Mientras crece el divorcio entre poder político y pueblo, determinados segmentos de la sociedad ven en el maltrato a la ciudad una forma de rebelión contra un régimen que solo se preocupa por edificar o restaurar monumentos, objetivos económicos y lugares de interés turístico, ignorando el grave déficit de viviendas que aqueja a numerosas familias.
Desde sus memorias, los ancianos reviven el pasado de calles hermosas, vivas, iluminadas y, sobre todo, limpias. “Quienes maltratan La Habana, es porque no la conocen”, dice una venerada profesora universitaria, lamentando el extrañamiento de los cubanos para con su ciudad. Ese mal, no obstante, tiene raíces ideológicas; la muerte de La Habana inició en 1959, demonizada por el régimen como capital decadente y burguesa.
Luego dejaron que la miseria, financiera y humana, hiciera lo suyo. Hoy la decadencia es real. Se ha culpado a los migrantes de otras provincias por la suciedad en las calles habaneras y la alteración de su arquitectura. Lo segundo podría ser cierto; pero todo cubano que viaja a provincias, regresa asombrado de la limpieza que las distingue.
En La Habana, por el contrario, la mugre no claudica. Pareciera que sus habitantes desearan enterrarse con ella, colmados de rechazo hacia la belleza, la conservación, la higiene. El gobierno culpa al pueblo por no preservar nada, obviando que la responsabilidad primera recae en quienes han hundido al país en tal penuria, que todo aquello que no cubra una necesidad material, no cuenta.
Existe además un síndrome de disociación geográfica en los habitantes de municipios periféricos, quienes no se consideran parte de la capital. Para la gente de Guanabacoa, Cotorro, Marianao, Boyeros… La Habana es el nodo colonial y áreas selectas, porque toda la propaganda se ha organizado en función de la postal: las plazas y casonas patrimoniales, los lujosos hoteles cercanos al Prado, el Capitolio que acogerá, como en tiempos de la calumniada República, al Parlamento cubano… El abrazo entre tradición y modernidad, para usar una de las trilladas frases del oficialismo.
“Lo que hace maravillosa a La Habana es su gente”, dijeron muchas voces en Cuba y el extranjero para justificar el calificativo de Ciudad Maravilla, recibido en 2016. Dos años después, los propios residentes reconocen que la convivencia en la capital es un desmadre, y los turistas que la visitan con frecuencia opinan que lo peor de La Habana es su gente, que no tiene educación ni es capaz de cuidar los espacios públicos.
Tristemente llevan razón. Y aunque un habanero honorable sienta vergüenza al escuchar tan hirientes palabras, no le queda más remedio que tragarse el orgullo y aceptar la transparencia de la crítica.
Durante más de medio siglo la capital cubana ha sufrido el desprecio de políticos que solo miran a lo lejos, interesándose por patios ajenos mientras descuidan lo que ante sus narices se desploma. Hoy la ciudad está como su gobierno: varada en el tiempo, decrépita y llena de estructuras obsoletas; urbe distópica que va encontrando una dolorosa similitud en sus habitantes.
Con sordina ha transcurrido el aniversario 499, un silencio que se extenderá a muchos noviembres que se avecinan. La opinión de los entrevistados y las imágenes captadas refrendan un panorama que tomará décadas revertir, a pesar de los buenos votos de miles de cubanos que han dejado caer sus monedas al pie de la ceiba, pidiendo para esta Habana, y para Cuba, tiempos mejores.