¿Profesionales?
LA HABANA, Cuba, septiembre (173.203.82.38) – Poseer un título universitario en Cuba, no suele ir más allá del simbolismo. La obtención del diploma tras vencer 5 ó 6 años de estudios superiores, es un acto que a menudo marca el camino a la incertidumbre.
Encontrar un empleo afín a la especialidad aprendida no es fácil. La mayor parte de los graduados termina en una plaza sin vínculo alguno con su especialidad o subutilizada en funciones burocráticas.
Ese ha sido el denominador común en Cuba desde la centralización y masificación de la enseñanza. El proceso, que comenzó a principios de la década del 60, hoy muestra su fracaso y la imposibilidad de remediarlo a corto y mediano plazo.
Cartero, dependiente de agro mercado, mesero, chofer de auto de alquiler, vendedor ambulante sin licencia, son algunos de los oficios a cubrir por universitarios, con sus diplomas colgados en la pared, que perdieron las esperanzas de un mejor futuro laboral.
“Esto no hay quien lo entienda. Quisieron construir una república viable y decente, pero la cosecha es un manojo de disparates que va a costar mucho superar”, expresó Mario Vidal, ingeniero en Telecomunicaciones graduado a finales de la década del 80, que nunca pudo encontrar una plaza acorde con las habilidades adquiridas en la universidad.
“He tenido que hacer hasta de payaso para sobrevivir. Parece una broma, pero ha sido una pesadilla que nadie puede imaginar. Nos vendieron esto como socialismo y nos tragamos la píldora. Al final nos indigestamos ¡y de qué manera!”, agregó.
En su devenir populista, el gobierno cubano estableció unas reglas que acortaron la distancia hacia la mediocridad. En ninguno de los niveles de enseñanza se aprecian resultados plausibles; mucho menos ahora que escasean los recursos para mantener los precarios equilibrios tan necesarios para ralentizar la crisis en el sector.
A la escasa disponibilidad de empleos adecuados para los miles de profesionales que se gradúan cada año, se suma la deficiente preparación de los egresados. Por ejemplo, no es raro descubrir en algún documento expedido por un abogado faltas de ortografía que ponen en dudas la capacidad del autor. Lo mismo sucede con jóvenes graduados en especialidades de letras y humanidades.
La cantidad de dinero dilapidado por el gobierno en aras de mostrar supuestos logros en materia educativa, debería ser razón suficiente para definir la situación casi como un delito, que merece ser llevado ante los tribunales, o al menos condenado moralmente. Nada más parecido a una estafa, en este caso con serias repercusiones sociales, económicas y culturales.
La cantidad de cubanos que cuenta con un diploma universitario o de nivel medio, se contrapone con las actitudes dignas de un zoológico que a diario se ven en aulas, hogares y sitios públicos.
Urge hacer una revolución pacífica para acabar con los disparates sembrados por el castrismo en el cuerpo de la nación. No hace falta nombrar a los principales contrarrevolucionarios; están en el centro de la escena, bajo la luz de la historia.