El cerdo del 31, una pieza inconclusa para los cubanos que hacen colas

LA HABANA, Cuba. — Si de algún crecimiento pudiera vanagloriarse el gobierno del presidente designado Miguel Díaz-Canel en el año que culmina, sería de la escasez, el desabastecimiento y la corrupción.
Hay ausencia y carestía de alimentos desde hace más de tres años. No me refiero a langostas y camarones, sino a la leche, la mantequilla, el arroz. La escasez la incrementan el desvío de recursos, los robos, la reventa, y otros entuertos consustanciales al socialismo.
Ante esa situación, y por los altos precios de los particulares, a los burócratas comunistas se les ocurrió, en medio de una euforia populista, para el fin de año, vender una pieza de cerdo por familia por debajo del precio del mercado, con el fin de atenuar el malestar de la población.
El cálculo de los funcionarios fue asignar un cerdo para ocho núcleos familiares, no importa la cantidad de miembros, y cada banda del animal dividirla en cuatro partes. No está claro si le parten la cabeza al cerdo o quien se queda con ella.
Cada pieza entregada, independientemente del peso, se cobraría a 250 pesos la libra. Sin embargo, las piezas de cerdo prometidas para cada núcleo familiar en Centro Habana no llegaron a su destino. Y eso que los vecinos solo querían, parafraseando a Nicolás Guillén, “una mínima pieza, y no una pieza colosal, una pequeña pieza”, que le permitiera desafilarse los dientes en su discreta cena de fin de año
El mercado Manzanares, en las ruinas del cine homónimo, en Infanta y Carlos III, explotó como cafunga. Su administrador, William Casanova, dejó sin cerdo a los que hacían cola.
De igual forma, el administrador del Oria, también en el municipio Centro Habana, movilizó la carne, parece que equivocadamente, al policlínico vecino. Luego se supo que la cola de pacientes en el estomatólogo no era tal. Eran carniceros particulares y tarimeros que esperaban sus piezas para revenderlas en el mercado negro.
Ambos administradores fueron separados de sus cargos, multados y están a la espera de juicio.
Por su parte, Carmen Pedroso, directora de Comercio y Gastronomía en el municipio, se lava las manos en la grasa de cerdo para que le resbale el problema, y a diferencia de Chacumbele, flota y emerge en el cargo, a pesar de los pesares y de venir tronada del colindante municipio Cerro.
A diferencia de los centrohabaneros que hicieron colas para comprar la carne y que al menos olieron la cola del cochinito, miles de santaclareños concentrados en el parqueo del estadio Augusto Cesar Sandino se tuvieron que conformar con el dulce olor del gas pimienta, rociado espléndidamente por la policía ante la avalancha de público y la tendencia al desorden y la puñalada trapera.
Mientras, en las lejanas tierras del Cauto, en Bayamo, siguen, como la soprano calva, esperando a Godot. El matadero fue convertido en gimnasio. Al lejano oriente cubano no llega la carne de cerdo, el pollo ni el pescado. Ni tan siquiera una mínima pieza.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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