Por Justo J. Sánchez*
MIAMI, Florida, julio, 173.203.82.38 -Un esquema de intercambio cultural que maniobran ciertas organizaciones y promotores norteamericanos con Cuba se extiende desde Nueva York a California. El territorio llega al sur, a Miami. Dos aclaraciones: (1) utilizo los vocablos esquema y maniobra porque las organizaciones que acceden al roster de talento cubano se seleccionan cuidadosamente en La Habana. Componen un círculo cerrado que recibe el nihil obstat gubernamental. Es maniobra porque la exportación de artes plásticas y escénicas representa una fuente de divisa, labor cosmética para el gobierno y potenciación turística en el Primer Mundo. (2) Lo que se llama “cultura” es “cultura-light” o “Populärkultur”: pintores contemporáneos de corta trayectoria, bajos precios y temas asequibles, Los Muñequitos de Matanzas, Omara Portuondo y Pablo Milanés en plena batalla con el Alzheimeir’s. Salida de un sarcófago aparece la faraona Hatshepsut Alonso con el Ballet Contemporáneo haciendo gala de mucha negritud y santería. Ese segmento del mercado que consume, como todos, matizado por la ideología, busca lo exótico, lo prohibido y el subdesarrollo. Ansían legitimidad como intelectuales “politically correct”.
Las instituciones norteamericanas conocen al consumidor. No serían capaces de montar una exhibición de Nicolás de la Escalera y la pintura cubana a final del XVIII. Jamás se verá una muestra de los Chartrand. No traerán de Cuba al Coro Exaudi o a la Camerata Romeu que pudo deleitarme en Nueva York. Una conversación cultural ¿podría incluir un recital de la obra de Salas a Saumell a Ignacio Cervantes? Aunque son temas cubanos, estas ofertas no se ajustan a los parámetros revolucionarios o “revolution-friendly” de la izquierda burguesa, mercado que compra boletos, cuadros y viaja a Cuba. Este segmento prefiere contonear las caderas con los Van-Van, suspirar con Omara y comprar un cuadrito de tres mil dólares. “¡Mira qué lindo me quedó en la sala! Es de Cuba”. Los presque arrivés en Miami prefieren continuar trillando terreno conocido. Han pedido asilo político; Milanés defiende el sistema del que se han exiliado. Esa ausencia y destierro, se sabe, dura hasta que se les otorgue la residencia y partan raudos a La Habana. “¡Ay, Pablito es un artista, un maestro!” Sí, del oportunismo.
Como parte integral de la mercadotecnia, los promotores y marchantes utilizan el bloqueo y la ultraderecha miamense para hacer el producto más llamativo. Es difícil conseguir visas (no se divulga la comisión que hay que pagar a Abel Prieto por el permiso de viaje y que la Sección de Intereses en La Habana otorga visas hasta a narcotraficantes como Ernesto Milanés, ahora pintor). El miedo a la derecha cubana, los Republicanos y lo vedado imparten encanto y glamour a los conciertos y la mercancía cultural.
Y… ¿alguien se ha puesto a pensar que esa Vigilia Mambisa cuyo líder quiso un camarero del Versailles insultar calificándolo de “maricón” en “María Elvira Live” tiene su derecho a protestar? ¿Quién sería el productor de María Elvira que colocó como experto a un camarero periodista del gobierno cubano destacado en Venezuela? ¿Pensó el camarero que “maricón” invalidaba los argumentos mambises? Ese camarero parece más esbirro que la Vigilia. ¿Y aquellos que no permitieron la entrada a Estados Unidos a verdaderos artistas, cantantes de ópera, directores de orquestas por su afiliación con el régimen Nazi? ¿Y aquellos que todavía siguen atacando a Heidegger por presuntas afiliaciones políticas? ¿Y aquellos que tiraron ratones en el Dade County Auditorium durante el recital de la mítica mezzo Elena Obratzova? Esos no cuentan porque los judíos y rusos son especies distintas a los histriónicos cubanos. Cargan éstos antillanos un historial de represión y barbarie minimizado como pasaporte de ingreso a ciertas geografías de poder en la superestructura. Entiéndase, esta área de poder refleja, opera y está perfectamente sintonizada con la base del capitalismo tardío. Se viste, sin embargo, con el disfraz de una nueva conciencia, una apertura al diálogo y la alteridad. Su compromiso con esos ideales se ciñe a la compra de camisetas (T-shirts), la asistencia a conciertos y fiestas recaudatorias. En el caso cubano, las artes visuales imparten el ansiado status de coleccionista (motor social) y es además instrumento confiable de inversión financiera.
El festival ¡Sí Cuba! es fruto de la embalsamada bailarina, Ben Rodríguez, empleado de Rockefeller Brothers Fund y la Ludwig Foundation. De Nueva York ha pasado al sur de California ahora con la presencia de Mandrágora Portuondo y el Mala Vista Social Club. ¿Seré el único en recordar que Nelson Rockefeller cubrió y luego hizo destruir “El hombre, controlador del universo” de Diego Rivera en el año 1933? ¿No le acusó de hacer “propaganda” por incluir un retrato de Lenin? ¿Seré el único ahora al sorprenderme que David Rockefeller, hijo, auspicie este festival? Aterrado ante el fantasma de Diego Rivera que le persigue por doquier, sintiendo el espectro de una mancha pecaminosa, utiliza el único régimen criollo-leninista para expiar su tara familiar.
La Ludwig Foundation es otra de las patrocinadoras de ¡Cuba Sí! Es una organización no-gubernamental alemana sin fines de lucro con notable presencia en Cuba. Su director determina los artistas del ISA y ENA que pueden salir del país. No se llega a su sitio en la red a través de su casa matriz en Alemania sino a través del Ministerio de Cultura cubano. Ojo, es una organización no-gubernamental. Entre los amigos y junta de directores se encuentra el catedrático Edward Sullivan de New York University. Autor y comisario de exhibiciones en MoMA y Guggenheim, el profesor aparece retratado con Carol Rosenberg, esposa del tesorero de la Fundación y ex Presidente Alex Rosenberg, marchante de Manhattan. Dentro del inventario de su establecimiento aparecen obras de Fabelo (artista residente en Cuba) así como maestros del modernismo. No creo que el Señor Rosenberg pueda probar adquisiciones en el mercado secundario estadounidense. Compras en Cuba pondría las actividades de los Rosenberg en la Ludwig Foundation en tela de juicio dado el obvio conflicto de interés.
En conflicto de interés o apariencia desfavorable por conducta impropia con fondos públicos se ha colocado la Miami Light Project. Durante 20 años, esta organización ha logrado traer a los foros miamenses grupos verdaderamente de vanguardia sin que exista una consistencia de calidad como su modelo, el BAM. La semana pasada, la chanteuse cubana Osdalgia (residente en la isla) se anunció como un fenómeno novedoso. Lusafrica lanzara su primer CD allá por el año 2000. La segunda parte del programa fue una situación problemática que no se me explicó satisfactoriamente por la directora Beth Boone en nuestro intercambio por correo electrónico. La entidad sin fines de lucro que recibe fondos públicos contrató a Irak “Vitalicio” Sáenz, esposo de la susodicha Beth Boone, directora. Sáenz y su grupo “hip hop” o “rap” (no son géneros como sonata, preludio, étude, partita), recibieron una compensación como honorario. Con fondos públicos existe un código de ética que trata de evitar las apariencias de conducta indebida así como los conflictos de interés. El grupo musical que encabeza el Sr. Vitalicio no tiene la exclusividad al “hip hop” o “rap” en la Florida. Los videoclips no muestran (a mi limitado entender) una expresión vocal, una posibilidad en tesitura, un repertorio de tal jerarquía estética que haga necesario quebrantar las reglas anti-nepotismo. De la misma manera que Osdalgia tiene el hechizo singular de vivir en Cuba, el Señor Vitalicio aparece haciendo música en La Habana en fotos del 2009 http://focus52.blogspot.com/2009/08/doble-filo-hip-hop-in-havana-cuba.html . Para el mercado Miami Light Project ya posee el atractivo de vivir o deambular en ambas orillas a la que se suma esa virilidad primordial que buscan los capitalistas blancos en el trópico. Hayamos un caso más de neocolonialismo disfrazado.
El arte de masas lleva al espectador a ser un consumidor pasivo e irreflexivo al que se le niega la posibilidad estética. Adorno notaba la desaparición de lo “aurático” en la experiencia artística y escribía a Benjamin: “el centro de la obra de arte autónoma no está en la parte mítica, sino que es en sí mismo dialéctico”. Los conciertos que se repiten una y otra vez promueven discos, productos de la industria cultural. La plástica, en su triste mayoría dista de ser “obras autónomas” al no tener un filo dialéctico, comprometida con engranajes culturales en Cuba y Estados Unidos para su distribución y venta. La industria cultural no sólo vende las reproducciones técnicas (discos y vídeos) que tanto preocupaban a la Escuela de Fráncfort sino que realiza un doble simulacro: pasar por entidades ilustradas y progresistas y negociar con un gobierno igualmente disfrazado –de socialista. “Un bal masqué”.
* Justo J. Sánchez es un premiado periodista y comentarista cultural que aparece con frecuencia como perito en televisión y radio.