MADRID, septiembre, www.cubanet.org – Era el último poeta inocente. Un tipo dulzón que se quedaba solo. Las muchachas solían dejarlo con un soneto estrujado debajo de las almohadas, pero lo querían más después, cuando ya andaba lejos y estaba enamorado de otra mujer dispuesta a comprender aquella incertidumbre que fue su vida entera. Antonio Conte (La Habana, 1944 – Miami, 2012) es un autor destinado a reaparecer en cámara lenta convertido en lo que siempre ha sido, uno de los pocos escritores que pueden ayudar a entender a tres generaciones de cubanos que han vivido bajo una dictadura.
Las contraseñas están en sus libros de poemas, en sus novelas, en sus crónicas, sus columnas y sus reportajes periodísticos. Y en las miles de cartas, postales, telegramas, correos electrónicos y mensajes con palomas y en clave Morse que le hizo llegar a sus amigos desde Colón, el barrio habanero donde nació, Luanda, Bogotá, Miami, y desde los caseríos y ciudades donde estuvo con sus espejuelos empañados detrás de las novias queridas y las amantes desterradas.
Habrá que editar o reeditar libros como Afiche rojo, Ausencias y peldaños, La fuente se rompió, En el tronco de un árbol, Con la prisa del fuego y Definición del humo. Se publicarán sus crónicas sobre personajes de todos los tiempos, sus investigaciones, sus notas extensas, noveladas, escritas en una prosa donde hallan armonía los giros del habla popular, las citas de los poeta y las letras de los boleros.
Almorcé con él en Madrid hace un tiempo que no quiero precisar. Tengo identificada y fija la mesa donde estuvimos en una charla de varias horas junto a su hija Trilce. Ahora, para retomar de cierta manera aquellas descarga, repaso las fotos de Conte que me envía desde Miami el fotógrafo Iván Cañas. Me gusta verlo en una que está con José Lezama Lima y su esposa. En otra, es el viejo Joseíto Fernández, con su Guantanamera debajo del sombrero blanco, el que acompaña al poeta.
A veces, hago un viaje relámpago a una casa que queda junto al mar porque allí, en un balcón mínimo y esquinado, Conte siempre contaba algo ya contado sobre la vida de César Vallejo. Era su entrada para darnos un recital completo de la poesía del peruano.
Estos versos pertenecen a un poema de Antonio Conte. Se titula Suicida: «Quien quiera que sea el que lanza las piedras…/ que afine bien la puntería…/ Le rectifico los disparos:/ cinco grados al sur,/ dos grados al oeste,/ un metro por segundo de viento en contra/ no va a llover en diez minutos/ punto de referencia: el bonsái del vecino./ Apunte bien ahora./ Estoy seguro que va a partirme el corazón».