LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – En su discurso de clausura de las sesiones de la Asamblea Nacional, el gobernante Raúl Castro contó una anécdota sobre Cuba, Vietnam y el café. Resulta que los cubanos enseñaron a los vietnamitas cómo se sembraba el café, tras la terminación de la guerra, en 1975. Hoy, sin embargo, tenemos que comprar café a los vietnamitas para garantizar la cuota que se vende por la libreta de racionamiento.
Aunque el gobernante no lo mencionó, no es secreto que ese exito productivo es una consecuencia del rumbo que ha tomado Vietnam durante los últimos veinte años. Sin abandonar del todo la planificación centralizada, los vietnamitas han comenzado a adoptar una economía de mercado. Es decir, el voluntarismo de los burócratas ha sido sustituido por las leyes de la economía, las cuales indican, hacia dónde han de ir las inversiones, qué precios deben fijarse a los bienes y servicios, así como la manera en que deben coexistir armónicamente los distintos tipos de propiedad.
En Cuba, no obstante la evidencia, en los documentos previos a la celebración del VI Congreso del Partido se enfatiza qué será la planificación centralizada, y no el mercado, la que prime en la nueva estrategia económica. De ese modo, y a pesar del esfuerzo que hagan las autoridades por alcanzar las metas propuestas, es de esperarse que las empresas no lleguen a ser autónomas, que los trabajadores no adquieran sentido de pertenencia y que, al final, todo termine en nuevos fracasos.
El propio ministro de Economía y Planificación, Marino Murillo, tal vez sin proponérselo, puso en claro lo desacertada que resulta la confianza ciega en la planificación: “El ministerio no ha logrado, con los mecanismos actuales del plan, prever integralmente el aseguramiento de la importación de las materias primas para determinadas producciones”.
Un círculo vicioso se presenta ante los gobernantes, que no desean cambios verdaderos, aunque en realidad reconozcan la efectividad de determinadas medidas en el terreno económico. Se niegan a aplicarlas porque sospechan que las mismas pueden poner en peligro el control político que ellos ejercen sobre la sociedad.