LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -Un análisis que realizara recientemente el destacado sociólogo cubano Haroldo Dilla (“¿A quién habla la oposición cubana?”) Cubaencuentro, 3 de junio de 2013) ha sido motivo de disgusto en algunos corrillos opositores al interior de Cuba.
Las razones para esto se mueven en un diapasón cuyas variaciones solo radican en el tono de quienes discrepan con este académico, desde las críticas y reproches iracundos hasta acusaciones tan graves –y lamentablemente tan frecuentes y pueriles– como aquella de “agente de la seguridad del Estado”, lo que no hace más que confirmar una perniciosa epidemia de falta de creatividad en nuestros debates.
Casi cada sujeto que ha tenido la osadía de cuestionarse los criterios o posicionamientos de algún líder de la oposición ha sido inmediatamente etiquetado como agente al servicio del gobierno cubano o, más bondadosamente, como un elemento divisor de ese imaginariamente compacto bloque que sería la disidencia.
Más allá de las tendencias políticas de cualquier color, Haroldo Dilla es un profundo conocedor de la realidad cubana y uno de sus mejores analistas, de modo que se puede estar de acuerdo o no con su opinión, pero innegablemente en este caso Dilla cuenta con dos importantes elementos a su favor que siempre deben figurar en todo análisis serio: el respeto por los méritos de aquellos que menciona en su artículo y los fundamentos en los que basa su opinión personal.
Los dioses jamás se equivocan
Yo añadiría un elemento adicional, y es el valor que supone criticar públicamente, conociendo con antelación que siempre saldrá alguna mala parodia de brigada de respuesta rápida, cargada de emociones y escasa de razonamiento, a lapidar al atrevido que no se hinque de rodillas, humildísimo, ante el altar de aquellos que algunos reverencian desde hoy como los futuros dioses insulares, tan semejantes (¡Dios nos libre!) a las deidades verde olivo del Olimpo castrista. Los dioses, ya se sabe, jamás se equivocan, y no deben ser juzgados por los simples mortales. Dilla es un simple mortal.
El centro de la disputa se basa en el controvertido embargo estadounidense contra el gobierno cubano y en la aprobación o crítica del mismo, tema que se ha colocado como un parteaguas que entre los grupos más radicales parece determinar el grado de legitimidad de quienes son contrarios al gobierno de la Isla, y ha establecido una línea divisoria entre los que se pronuncian a favor del embargo (los “duros”, los más auténticos) como medio para asfixiar a un gobierno que ha logrado superar exitosamente medio siglo de dicho “castigo”, y los que consideran el embargo como una política obsoleta e ineficaz (los “dialogueros”, los “blandos”) que no solo ha servido de pretexto y trinchera a la política beligerante castrista, a la justificación de las carencias y a la represión en la Isla, sino que –por añadidura–, limita los derechos de los propios ciudadanos estadounidenses.
En lo personal, siempre me he manifestado contraria al embargo, que hasta hoy no ha logrado los objetivos para los que fue concebido. No obstante, entiendo que el levantamiento inmediato e incondicional de éste podría no ser la estrategia más adecuada para el logro de avances positivos hacia la democratización de Cuba. Una medida tan dilatada en el tiempo requiere de la aplicación de condicionamientos y pasos debidamente calculados para su derogación.
Condiciones para el inicio de un diálogo
Eso, además de que las razones para el establecimiento de dicha ley, a saber, la expropiación de empresas estadounidenses en territorio cubano sin la debida indemnización, se mantienen actualmente, lo que impone un escenario previo de conversaciones, compromisos y pactos que deberán ser analizados por las partes implicadas. Me atrevería a afirmar que en el presente existen las condiciones para el inicio de un proceso de diálogo, habida cuenta del colosal fracaso del experimento “comunista” en Cuba, el creciente descontento al interior del país y la utilidad de transitar un camino de negociaciones tras un largo período de crispaciones con un elevado costo, fundamentalmente para los cubanos comunes de una y otra orilla. De hecho, muchas de las condiciones del embargo se han venido flexibilizando en los últimos años, lo cual está restando legitimidad al discurso dictatorial.
No obstante, así como el embargo no determinó el desplome del sistema totalitario cubano, tampoco su derogación significará la eternización de la dictadura o, como aseguran algunos, la prolongación del poder castrista por 30 ó 40 años más, como si los Castro tuviesen alguna posibilidad de semejante prórroga biológica.
Lo que no logro entender es cómo algunos opositores proponen la prolongación de la confrontación Cuba-EEUU como recurso para derrocar a la dictadura, a pesar de que el embargo es rechazado por amplios sectores de la población cubana e incluso por muchos estadounidenses. Precisamente por ello, pedir al gobierno de Estados Unidos la dilación infinita de dicha política no solo afectaría a la oposición en la opinión de los cubanos de la Isla sino que constituye una flagrante injerencia en los asuntos legales que afectan las libertades de los ciudadanos de ese país. Hay quienes reclaman el sostenimiento del embargo como un medio para el logro de las libertades en Cuba aunque ello supone la vulneración de los derechos de otros, y plantean exigencias al gobierno estadounidense como si el destino de Cuba se decidiera en Washington. Mal anda entre ellos la autoestima y peor valoran la capacidad política de los cubanos para superar la coyuntura actual mediante programas y propuestas propios.
Nacionalismo forzoso
No obstante, me permito cuestionarme un punto que plantea Dilla en su artículo cuando asume que “el sentimiento nacionalista cubano es un capital político crucial”. Desearía equivocarme, pero creo que ese sentimiento ha estado sufriendo dentro de la Isla una significativa merma en las últimas dos décadas. El desgaste de medio siglo de un “nacionalismo forzoso” atizado artificialmente desde la ideología del poder, la imposibilidad de los cubanos de tomar parte en las decisiones o de elegir opciones, la ausencia de derechos, el deterioro moral, la desesperanza y las carencias insolubles, entre otros muchos elementos, han traído como resultado un rechazo espontáneo a lo que antes fueron los elevados valores nacionalistas en la población.
Este fenómeno se ha extendido con mayor acento en las generaciones más jóvenes, digamos los nacidos desde finales de la década de los 80’ y en particular desde los años 90’, aunque tampoco es privativo de ellas. Con frecuencia he escuchado decir a muchos cubanos: “Mi Patria es desayuno, almuerzo y comida y mi sueño vivir en la Yuma”.
El desarraigo, unido al éxodo permanente que hace crecer de manera ininterrumpida y constante el número de cubanos residentes en el extranjero –en especial en los Estados Unidos–, así como la falta de expectativas en Cuba, inciden de manera importante en el actual déficit de nacionalismo, de forma tal que podría asegurarse que transcurridos 54 años desde la llegada al poder del gobierno más popular que haya tenido este país, su marca política más decisiva ha sido precisamente la asfixia del sentimiento nacionalista y –tal como analizara alguna vez el profesor Enrique Patterson, del Instituto de Estudios Cubanos, Florida– el mayor acercamiento que hayamos tenido nunca al cumplimiento de las aspiraciones anexionistas de algunos sectores del exilio… Y del “insilio”, agregaría yo. No son precisamente mis aspiraciones políticas, ni creo sean las del profesor de referencia o las de Dilla, pero sin dudas forman parte de una realidad ineludible con la que habrá que convivir en los escenarios futuros de la Isla.
No se puede complacer a todos
En cuestiones de opinión política es axiomático que no se puede complacer a todos, como lo demuestra el encono con que algunos reaccionaron ante el artículo de Haroldo Dilla. En lo personal, hubiese deseado encontrar en los “ofendidos” al menos tantos fundamentos como en el texto del académico, en particular tratándose de un tema tan esencial para los cubanos como el de las relaciones Cuba-USA, que incluye por fuerza el embargo estadounidense. Yo privilegio las polémicas sobre las reyertas porque estas últimas no apuntan jamás a soluciones.
Una vez más, el futuro a mediano plazo se encargará de esclarecer de qué lado está la razón. Ojalá para entonces haya políticos que no solo comprendan que en una democracia estarán sometidos al severo escrutinio de la opinión pública, sino que sepan escuchar las críticas como la mejor manera de optimizar sus propuestas y cumplir con mayor capacidad la función de servicio a que los obligará su condición.