LA HABANA, Cuba.- Concluida una jornada de infarto, se hizo oficial la noticia de que el magnate Donald Trump triunfó, contra todos los pronósticos, en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. El terror de los latinos emergió del descrédito en que parecía enterrado, para devolver el mando de la nación más poderosa del mundo al partido republicano.
Resulta indescriptible la estupefacción que se percibía entre los partidarios de Hillary Clinton, cuyos bríos mermaron tras anunciarse que el polémico empresario había obtenido la mayoría de votos en los estados de Georgia, Wisconsin y —sorpresa— Florida.
Durante el transcurso de una campaña electoral reñida y erizada por acusaciones entre ambos candidatos, quedó claro que cualquiera podía ganar. A pesar de la intensa cruzada promovida por las televisoras hispanas para apoyar a Clinton, el ojo avisado no dejó de percibir que en los días inmediatos al referendo se había alcanzado el punto de saturación, intentando predisponer a los electores en favor de la demócrata.
No hace falta ser experto en campañas presidenciales o relaciones públicas para entender lo que significa el llamado “efecto boomerang”. Pero resulta sorprendente que quienes estuvieron a cargo de la campaña de Hillary Clinton no se percataron de que en algún momento, el optimismo en torno a la candidata alcanzó un matiz de garantía absoluta, al estilo de “Hillary is gonna win. You can take it to the bank”.
Los potenciales electores pudieron haber interpretado el júbilo prematuro, sumado a las continuas apariciones de la ex Primera Dama en compañía de celebridades de la talla de Beyonce, Katy Perry o Marc Anthony, como una rotunda afirmación de que Hillary estaba cien por ciento respaldada. ¿Para qué necesitaría el voto de los simples mortales?
Al parecer, el partido demócrata no tomó en cuenta a esos sectores que, tras años de apatía participativa, volvieron a las urnas seducidos por uno de los mensajes más efectivos en la historia de las elecciones presidenciales estadounidenses: “Make America great again”, el mantra que sensibilizó a la clase blanca trabajadora, insuflándole una confianza renovada en el sistema político.
El ogro pelirrojo al que todos acusan de populista, no lo ha sido más que Hillary Clinton. ¿De qué otro modo podrían calificarse esos espectáculos con famosos para atraer el voto de los jóvenes y la comunidad latina? Pan y circo, cultura de masas, populismo, socialismo.
Los verdaderos problemas de Trump han sido los mismos desde el inicio: su carácter, intransigencia e inexperiencia en la arena política. Las expresiones de racismo, chovinismo y misoginia fueron más hirientes porque el magnate no sabe hablar con diplomacia. Pero es muy probable que haya sido precisamente su discurso cáustico lo que le granjeó el apoyo de quienes estaban hartos de la retórica del poder.
Donald Trump tiene un plan para Estados Unidos que podría ser viable si los cambios se realizan progresivamente, aunque la mesura no parece contar entre las virtudes del republicano. La solución de levantar un muro es exagerada, pero no lo es la necesidad de ponerle coto al flujo de indocumentados. Ningún país del mundo puede sostener la llegada desordenada de miles de inmigrantes sin ver seriamente comprometida su estructura económica y social.
Es cierto que millones de latinos trabajan duramente para merecer el derecho de residir en Estados Unidos; pero muchos otros pretenden vivir sin trabajar, a costa de los impuestos que pagan los que son consecuentes con su responsabilidad ciudadana.
El “malvado” Trump no es la opción deseada por la totalidad hispana; pero a juzgar por los resultados del referendo, más de la mitad de los estadounidenses comulga con su visión y está dispuesto a apoyarla. La cruzada apenas comienza. Es arriesgado entregar las riendas de una nación como Estados Unidos a un hombre caprichoso y propenso a la ira. Pero no es menos cierto que la soft politics del Partido Demócrata no ha generado los resultados esperados.
Estados Unidos no tiene por qué transformar aún más radicalmente su entramado político, económico y social para dar cabida a los millones de individuos que acuden en busca de refugio y oportunidades, solo porque no tienen el valor suficiente de cambiar la realidad de sus propios países.
En este sentido, ya comienza a picar la curiosidad sobre el futuro de las relaciones con Cuba. Muchos opinan que Trump Presidente es justo lo que se necesita para poner en jaque al gobierno de Raúl Castro, que lo ha tenido muy fácil gracias a la flexibilidad de Obama. Pero no hay que olvidar que Trump no es un político, sino un empresario. Cuando vuelva sus ojos al verde caimán, lo hará pensando en las oportunidades comerciales que ofrece la Isla. En modo alguno se interesará por los derechos humanos y los atropellos a las libertades civiles.
Hillary Clinton hubiese sido, sin dudas, la opción ideal; aunque solo fuera por su experiencia en la vida política de una nación que estornuda y pone en cuarentena a todo el mundo. Donald Trump es el nuevo presidente de Estados Unidos. Quizás no sea tan malo como lo pintan; pero si lo fuera, quien puso al Coco, no puede cogerle miedo.