LA HABANA, Cuba.- No debe ser bueno morir como mueren los gallos en la valla, me resultan abominables esas peleas que no terminan hasta que uno de los contrincantes, ese que incluso podría ser el más fuerte, o el más astuto, queda vencido, y hasta muerto. No me gustan las peleas de perros y tampoco las de gallos. No me gusta la violencia y mucho menos el “presidente” que salta al ritmo de una “música” y alaba con cada uno de sus saltos a esos gallos de pelea a los que canta “Buena Fe”, incitando a la bronca, al enfrentamiento más brutal entre paisanos.
No me gusta ese vejete peliblanco que tenemos por “presidente”, ese que es capaz de azuzar a sus coterráneos para que armen trifulcas, broncas tumultuarias, para que enfrenten con violencia a sus vecinos, a sus parientes. No me gusta ese vejete peliblanco ni los otros dos que lo precedieron; todos recomendando llegar hasta las últimas consecuencias, que sin dudas es la muerte. No me gustan esos que saltan, y saltan y saltan, pensando en la muerte, propiciándola.
No me gusta el fanatismo y la muerte que propician los discursos ardientes del poder cubano, ese poder que brinca suponiéndose en el cuerpo de un gallo de pelea. No me gustan esos vejetes militares que cada día están prestos a dar la orden de salir a las calles a golpear, incluso a matar. No me gusta el tremendismo del discurso de los comunistas cubanos, tan cercano a esa muerte que, dicen, “reivindica” a la Patria, ese discurso que se sustenta en la necrofilia, que relaciona todo el tiempo a la Patria con la muerte “necesaria y reivindicadora”.
Y ese discurso alcanza hoy los extremos, se erige sin recato sobre la necrofilia, sobre eso que algunos llaman la “necropolítica”, y que existe mucho antes de que existiera el término “necropolítica”. Los poderosos cubanos azuzan a los suyos, los poderosos convidan, los poderosos obligan al maremágnum y a la muerte, con la apariencia de que no distinguen todo lo que ocurre, aunque cada día se hagan más visibles los dos bandos.
El “presidente” salta, el “presidente azuza, canta con propósitos macabros y con muy mala fe, invita a convertir al país en una valla en la que se enfrentarán hasta la muerte los contrarios. El presidente azuza y duerme custodiado, pero no está tranquilo; y es que fueron muchos los que salieron a las calles, y son muchos más los que podrían salir en lo adelante, porque, como se dice por acá, esto no se acaba hasta que no se acaba. Y todavía no llegó el final, aunque esté cerca.
Y todas esas contiendas me han hecho pensar en muchos de los que ya no están, en los que quizá ni siquiera imaginaron estos días, o quizá sí, pero lo callaron por temor, y lo susurraron al oído del amigo cercano, a ese en el que no suponían a un chivato. Y ya en Cuba se aprendió a decantar, se aprendió a mirar a un lado y al otro, y se escudriña para llegar hasta el colaborador, para desentrañar al traidor. Quizá por eso estuve imaginando, pensando en lo que pudieran hacer, ahora mismo, muchos de los que ya no están.
Pienso en lo que habrían hecho hoy algunos de los que ya se fueron de la vida. Y no pude evitar que se me apareciera, una y mil veces, la imagen de Virgilio Piñera, el más grande de mis héroes. Imaginé a Virgilio Piñera vivo y en las calles de Cárdenas, donde nació, y en las del Camagüey donde pasó parte de su infancia, en La Habana de sus estudios universitarios, en la ciudad de su creación y también la de su muerte en vida, de su muerte real.
He pensado al Virgilio Piñera que le hizo saber a Fidel Castro que tenía miedo, en aquella sala de la biblioteca nacional, cuando Castro pronunciara aquel engendro malévolo que conocemos como “Palabras a los intelectuales”. Y también he vuelto a suponer una querella entre Virgilio y Raúl Roa, cuando este último lo llamara “escritor del género epiceno”. Y, ¿por qué no? también supuse a Virgilio Piñera en estos días cubanos.
¿Qué habría hecho Virgilio Piñera en estos días si estuviera vivo? ¿Cómo habría actuado en estas recientes jornadas? ¿Qué habría hecho el 27 de noviembre último? ¿Habría exigido también el diálogo a esas autoridades que hoy detentan el poder cultural con mucha saña? ¿Cómo se habría pronunciado sabiendo lo que sucediera antes en el Barrio San Isidro? ¿Qué pensaría de Luis Manuel Otero Alcántara? ¿Habría reconocido los valores del artista? ¿Cómo habría actuado al contemplar al mulato esbelto y muy hermoso?
Yo lo imagino de este lado; ya sé que eso es posible, únicamente, en el reino de la imaginación, pero yo la uso. Y lo imagino recibiendo el manotazo de un Alpidio Alonso que pretende arrebatarle el celular en el instante en que él lo filma. Imagino a Piñera filmando para subir luego a las redes el exabrupto de un ministro al que él le chilla mequetrefe con voz muy alta, y también lo califica de poetastro, que podría ser interpretado como “poeta trasto” o “trasto de poeta”.
Imagino a Virgilio negado a reunirse luego con el viceministro Fernando Rojas, arguyendo que se reuniría con él solo si se tratara del autor de La Celestina, y no era el caso, y mucho menos con un “ministro” llamado Alpidio Alonso, que daba manotazos y arrebataba celulares y que de vez en cuando “rimaba versos” con muy poca gracia. Virgilio, quizás con miedo, con mucho miedo, habría salido a las calles el 11 de julio, en Camagüey, en Cárdenas o en La Habana. Virgilio, el del miedo, pudo exigir ahora la libertad de los tantos detenidos injustamente, o ser también uno de ellos. Virgilio habría celebrado la cátedra de Tania Bruguera en Harvard.
Virgilio Piñera, aquel que se atrevió a decirle a Fidel Castro que tenía miedo, mucho miedo, ese que nació hace 109 años y murió hace rato, pudo sentir miedo, y también vencerlo, y salir a la calle a manifestarse blandiendo su inseparable paraguas o aferrado al brazo de otro manifestante, quizá un hombre negro, algún amante, un escritor cercano. Imagine, lector, a Virgilio Piñera ahora y en Cuba, imagine…
Usted podría suponerlo gritando Patria y Vida y preso en Villa Marista, conversando de arte y política con Hamlet Lavastida. Yo les propongo que imaginemos a Virgilio Piñera gritando “Patria y Vida”, aunque un poco antes chillara “Mesopotamia” al descubrir el cuerpo de un macho al que considerara hermoso. Imagine a Virgilio Piñera gritando Libertad y luego detenido, o quizá chillando alto, muy alto, contra el poder cubano, aquel último verso de su poema “Nunca los dejaré”, ese verso que dice: “Me están matando, pero estoy gozando”, porque de eso se trata, de gozar la libertad, aunque se esté al borde de la muerte. Y eso, supongo, lo haría hoy Virgilio Piñera.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.