LA HABANA, Cuba. — De entrada, conviene que yo aclare una cosa: aunque los planteamientos de este trabajo periodístico son válidos para todos, al redactarlo tuve en mente, en primer lugar, a aquellos de mis lectores —supongo que poco numerosos— que aún profesan —aunque sea sólo de dientes para afuera— las ideas del marxismo leninista.
Es natural que un cubano de convicciones democráticas como el que esto escribe rechace cualquier régimen comunista. Es que esa doctrina malsana es, por definición, contraria a las libertades de sus súbditos; ella conculca o reduce a cero los derechos que, por su mera condición de seres humanos, les corresponden a quienes gimen bajo ella.
Pero, entre los distintos tipos de comunismos, algunos (como el de Cuba) son peores, y otros simplemente malos. Pasa, con esa teoría liberticida, algo parecido que con el infierno descrito en su obra cumbre por Dante Alighieri: hay diversos círculos y las penas terribles que padecen los moradores de uno u otro son más o menos intensas, en dependencia del grado de culpa que el poeta les atribuía a los pecados cometidos por los distintos personajes condenados a habitar en cada una de esas dependencia infernales.
Ya ubicados en ese contexto, opto por hacer algunas comparaciones entre el régimen establecido en Cuba por el castrismo y el que padecen los habitantes de Vietnam. Esto obedece a que el país del sudeste asiático ha recibido siempre una altísima valoración en los medios de agitación y propaganda basados en La Habana. Esto comenzó por el fundador de la dinastía, entre cuyos pronunciamientos descuella una frase muy publicitada, que no por ello deja de ser truculenta y demagógica: “Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre”.
Ya situados en ese contexto, debemos reconocer que a los rojos cubanos les convendría —incluso desde el punto de vista de sus mezquinos intereses partidistas— imitar en muchas cosas a sus congéneres vietnamitas. Si así lo hicieran, al menos habría un poco más de coherencia en su actuar; un poco menos de discrepancias entre su blablablá politiquero y sus hechos.
Un ejemplo de ello es la vida personal de los instauradores del régimen comunista en los respectivos países. Al igual que su homólogo caribeño, Ho Chi Minh era un despiadado dictador comunista, pero en medio de sus miserables súbditos, practicaba la austeridad que predicaba: por ejemplo, no tenía docenas de residencias a su disposición en toda Cuba, sino que residía en un modesto pabelloncito que hizo construir en un patio del palacio presidencial, en el cual trabajaba, pero no vivía.
También podríamos mencionar la Guerra de Vietnam, que fue real y muy cruenta. A diferencia de ello, las “constantes agresiones del imperialismo yanqui contra Cuba”, de las que tanto le gustaba hablar al “Comandante en Jefe”, fueron, de manera preponderante, fruto de la enfebrecida imaginación de este, y quedaron plasmadas en su verbosidad indetenible.
Ya terminada la contienda, las enseñanzas vietnamitas de la paz son también harto instructivas. A apenas dos meses del final de las hostilidades, ya el primer ministro Pham Van Dong invitó a los antiguos enemigos a normalizar las relaciones.El proceso —como cabía esperar— fue complejo y contradictorio. Pero en 1994 —¡hace más de un cuarto de siglo!— , y como resultado de los pasos dados por una y la otra parte, se levantó el embargo de Estados Unidos.
¡Y conste que esto se produjo a pesar de los varios millones de muertos sufridos por Vietnam durante la guerra! (Esto, según datos que se han conocido después, pues si nos limitásemos a las informaciones del diario castrista Granma, aquel conflicto habría sido el único en que sólo una de las partes —la norteamericana— sufría bajas).
El régimen cubano se ha atenido a reglas contrarias. Pese a las bajas irrisorias sufridas durante los tres días de la invasión por la Bahía de Cochinos (que, en puridad, fue un conflicto entre dos bandos de combatientes cubanos) y a los ¡más de sesenta años decursados desde entonces!, el castrismo ha preferido seguir utilizando el pretexto del enfrentamiento y el “bloqueo” para cargar a la cuenta de este todas las calamidades que sufre la Isla como resultado del inoperante sistema socialista burocrático, mantenido a ultranza a pesar de su probada inviabilidad.
Los comunistas cubanos también podrían aprender de la flexibilidad con que sus camaradas vietnamitas abandonaron en 1980 el colectivismo estéril que mantenía a su pueblo sumido en la indigencia. A partir de ese año comenzó la “Renovación” (“Doi Moi”), que ha permitido elevar de manera apreciable el nivel de vida de los ciudadanos.
En Cuba no. Aquí el régimen castrista sigue afirmando que la “empresa estatal socialista” debe seguir siendo la espina dorsal de la economía. En los campos, antes que aplicar las reformas necesarias, prefiere que la producción agropecuaria continúe descendiendo y seguir teniendo que importar más del 80 % de los alimentos que se consumen en el país.
Por último, y para citar un sucedido más reciente, los castristas también podrían aprender de la reciente renuncia y remoción del presidente vietnamita, Nguyen Xuan Phuc, por un escándalo de corrupción. ¡Qué diferencia con Cuba, donde a los actos de ese tipo se les echa tierra (como a la caca del gato) y se sigue empleando el lenguaje panglossiano y pensando que “todo es para lo mejor en el mejor de los mundos posible”!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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