MIAMI, Estados Unidos.- Poco antes de fallecer, mi amigo Ivo Sarría, quien a la sazón trabajaba para la Cinemateca de Cuba, pasó por Miami en viaje a una universidad americana y me dejó, con mucha intriga, el breve documental turístico “23, el Broadway habanero”, que se refiere a las virtudes sociales y económicas de la famosa calle homóloga en El Vedado, antes de la debacle socialista.
Me dijo que el documental estaba guardado, prohibido a cal y canto, y que no lo divulgara hasta tanto él no regresara a Cuba, para que no sospecharan.
Debe haber sido a finales de los años noventa cuando Ivo me entregó la copia de aquel material tan simple y revelador. Por entonces, ya buena parte de la capital cubana trataba de sobrevivir en medio de las ruinas, y la escasez e indigencia de las afamadas cafeterías de la Calle 23, mencionadas en la película, causaban vergüenza ajena.
El castrismo había logrado un operativo urbanístico inédito en otras regiones del mundo: hacer de la ciudad gloriosa y elogiada por sus virtudes arquitectónicas, un lugar similar a los barrios marginales, llamados a desaparecer, según las aspiraciones tempranas y luego fallidas del régimen.
El Movimiento San Isidro, que debe su nombre a uno de los barrios más humildes de La Habana, ostenta la necesidad impostergable de libertad entre los cubanos, al mismo tiempo que nos permite asomarnos al marginalismo, creado y alentado por el castrismo, con su inoperancia y desidia, en los estratos sociales más desprovistos.
El régimen está utilizando ahora, de modo peyorativo, las expresiones marginales para descalificar a los artistas del movimiento. En su desesperada campaña de descrédito ha encontrado, también, algunos aliados entre miembros de la propia oposición, quienes critican, sobre todo, el lenguaje soez y modos de comportamiento de los jóvenes rebeldes, en las antípodas de una supuesta educación formal.
El Movimiento San Isidro marca la pauta de cuánto se ha violentado la fibra social por la represión y promesas incumplidas, cuando se compara con un proyecto precedente como Paideia, agrupación de jóvenes intelectuales y creadores dispuestos al diálogo con las autoridades, en busca de un consenso y permisibilidad que nunca se produjo, durante la segunda mitad de los años ochenta.
Desde antes de Paideia y después, otros diálogos de entendimiento y tolerancia con la dictadura han sido improbables y, en muchas ocasiones, coartados mediante la violencia.
Con respecto al marginalismo, consustancial a la involución que ha provocado el régimen, conducido por el voluntarismo y las ansias desmedidas de garantizar el poder, existe una filmografía que ha tomado nota de sus manifestaciones y consecuencias.
“De cierta manera”, el largometraje que Sara Gómez no llegó a terminar en 1974, debido a su deceso, y que luego fuera editado por figuras artísticas y burocráticas del ICAIC, estaba llamado a especular sobre la posibilidad de curar el flagelo del marginalismo heredado de la República, sobre todo en barrios insalubres y violentos.
Paradójicamente, 16 años después, el director Jorge Luis Sánchez revela en su documental “El Fanguito” que el marginalismo urbano, así como las circunstancias terribles de sus pobladores, no eran asunto del pasado, sino una tarea pendiente y lacerante del régimen, por entonces ocupado en hacerle entender a la comunidad internacional la supervivencia del comunismo en Cuba, con todos sus atropellos, mientras los otrora “hermanos países socialistas” europeos se derrumbaban irremediablemente.
En el año 2014 Silvio Rodríguez, uno de los juglares del castrismo, con disfraz de ente independiente, da a conocer el documental “Canción de barrio”, dirigido por Alejandro Ramírez, sobre su gira por sitios marginales de Ciudad de La Habana.
En el preámbulo del video, Rodríguez da fe del por qué de los conciertos. Habla de situación económica delicada en el país, como si hubiera habido alguna de esperanza. Se cuida de mencionar la palabra “marginal” y califica los potenciales escenarios de “sensibles”, “golpeados”, “afectados” y “humildes”.
“Barrios bien problemáticos, donde hay mucha necesidad, por ahí es la gira”, reitera. Además de apuntar que esas personas no pueden pagar las entradas para ver sus conciertos en los teatros.
Curiosamente, uno de los barrios “problemáticos” donde Rodríguez montó su escenario fue el conocido Fanguito, en pleno Vedado, a la orilla del contaminado río Almendares, que no ha progresado desde el documental de 1990, sino todo lo contrario.
Una de las personas entrevistadas lo confirma cuando asegura haber nacido allí hace 41 años y siempre vivió en malas condiciones.
La dictadura ha terminado por marginalizar a quienes no comulgan con su doctrina, sin distinción de naturaleza, ni estrato social. La práctica de la defenestración ocurre, indistintamente, en el ámbito intelectual y en el de los cubanos olvidados a su suerte. A estas alturas del desastre castrista el marginalismo totalitario es el único que sigue conspirando contra la libertad de Cuba.