MIAMI, Florida, junio, 173.203.82.38 -La apertura de los viajes turísticos de nacionales al exterior pudiera ser una de las próximas medidas a implementar por el gobierno de Raúl Castro. La posibilidad de que esta disposición venga acompañada con el levantamiento de restricciones que impiden a los propietarios la venta libre de casas y automóviles, provoca expectativas en la Isla.
Tras el inicio de los anunciados cambios en la agricultura y el cuenta propismo, viajar sin trabas es uno de los anhelos generalizado por alcanzar entre los cubanos. Refiere un chiste popular que al paso de un avión se hace fácil identificar a los del patio, que de manera involuntaria seguirían con la vista el curso de la aeronave en vuelo. Salir de Cuba se ha convertido casi en una obsesión nacional. Tanto que este tema provocó una de los cuestionamientos más incómodos que un funcionario del gobierno haya tenido que enfrentar abiertamente, formulada por un joven universitario miembro de la UJC ante centenares de estudiantes.
La medida que hoy despierta interés tuvo una breve materialización en los días finales del socialismo real. Cuando quedaba muy poco tiempo al sistema que orbitaba en torno a Moscú, irónicamente comenzaron a abrirse las fronteras de aquellos lejanos países a trabajadores cubanos en plan de turistas. La Unión Soviética, Alemania (Democrática) y Checoslovaquia fueron los primeros destinos, creo que los únicos, de los raros excursionistas. El paquete de hasta quince días costaba alrededor de dos mil pesos. Los trámites solo requerían del visto bueno sindical y seguramente cierto escudriñamiento preventivo antes de dar luz verde al paseo. Me consta de personas que pasaron el test de confiabilidad prescindiendo de militancias, contando solamente con un aval de buena conducta en el trabajo y en la cuadra. Todavía quedaban esperanzas de un futuro mejor en Cuba.
Duró muy poco aquella ilusión. Tanto que pocos llegaron a saber siquiera que existió. El derrumbe del Muro puso término a muchas cosas, entre ellas los convenios de becas e intercambios laborales. Entonces salir de Cuba pasó a ser una meta urgente para una población atribulada por todo tipo de carencias, hastíos, decepciones y rupturas. Misiones internacionalistas, aplicación de sorteos, reclamaciones, salidas ilegales por cualquier modo o la novedosa invocación de cartas de invitaciones, matrimonios concertados y otras sutilezas, fueron las vías comunes de concretar un viaje, la mayoría de las veces sin regreso.
La realidad no ha cambiado mucho. La gente quiere salir. No les importa las señales poco halagüeñas que vienen desde el mundo exterior. Si en definitiva se abriera la vía turística con anuencia del gobierno, esta ventana daría nuevas opciones a los que no dudan en pagar un alto precio en aventuras desastrosas con tal de escapar del país. Pero no todo estaría resuelto.
Para nadie es un secreto el temor que despierta en círculos foráneos que esta sed insaciable de los cubanos por conocer otras culturas y contactar con otros pueblos desemboque en una especie de éxodo con ropaje turístico. En este punto habrá que esperar una redoblada severidad de las legaciones consulares a la hora de otorgar visado de turistas a los cubanos, aún con todos los documentos en regla. Otras interrogantes se abren ante la eventual aprobación de la medida. Una de ellas debe despejar bajo que normas se regiría la posible autorización del turismo cubano; las que hacen que el ejercicio de viajar sea un acto normal, al alcance de cualquier ciudadano que desee y cuente con los medios para hacerlo o si el derecho seguirá siendo un privilegio que se otorga a discreción de las autoridades políticas.
Finalmente está la cuestión de los recursos financieros necesarios para costear los potenciales viajes, una posibilidad que parece factible por el aumento del número de comercios privados y la entrada de ganancias en divisas derivados de la actividad independiente. Teniendo en cuenta que muchas se estas empresas recién aprobadas están en plena etapa de despegue, no hay razón para pensar en sus propietarios inviertan una parte importante de sus ganancias en la actividad turística. Al menos su participación no será inminente ni masiva. Vacacionar en el extranjero, aún sin las trabas migratorias que hoy lo impiden, será un lujo inalcanzable para una gran mayoría.
Es curioso que en esta coyuntura se ponga en perspectiva la aprobación de las ventas de casas y autos, acción impensable hasta el momento en un sistema donde estos medios están bajo control absoluto del Estado, con potestades indiscutidas de interventor y único comprador reconocido. De ser cierta la flexibilización en este aspecto puede deducirse que sería una fuente de la que los futuros aspirantes a turistas podrán reunir el dinero necesario para acceder a las bondades de una gira sin regreso.
Por el momento la gente está contenta con la proliferación de los paladares y otros negocios. Tal vez la alegría sea mayor con la posibilidad de viajar sin permisos oficiales y pagando los costes con sus propios recursos. El gobierno también habrá ganado. La prohibición que ahora pesa en su record violatorio pasará a la historia, revertida en una rendija legal migratoria, muy difícil de evitar y más de criticar por tratarse del respeto a las libertades individuales en reclamo. Casas, automóviles y el dinero resultante de sus ventas quedarán en el entorno territorial para beneficio de sus usufructuarios y del propio gobierno. Las cosas no habrán cambiado mucho, al menos en lo fundamental.