SASKATCHEWAN, Canadá. – Nicolás Maduro ha llegado a un punto de no retorno y la crisis en Venezuela también. La historia comenzó hace muchos años cuando el joven sindicalista recibió entrenamiento político en la escuela nacional del Partido Comunista de Cuba “Ñico López”. De ahí sus frecuentes reuniones con los Castro, las oscuras maquinaciones en torno a la muerte de Hugo Chávez que lo catapultaron a la silla presidencial por el mismo método que usaban los monarcas medievales y que usaron Fidel y Raúl Castro.
El enorme capital político que Chávez había conquistado le dio el poder a Maduro en las elecciones abril de 2013; mas, la derrota en las elecciones legislativas de diciembre de 2015 lo hicieron tambalearse. Así, comprendió que jamás volvería a ganar unas elecciones democráticas. Sustituyó a los jueces no afines del Tribunal Supremo, comenzó a socavar la Asamblea Nacional declarándola en desacato y creando una espuria Asamblea Constituyente para suplantar sus legítimas funciones. Mientras, perseguía con saña a los políticos rivales, armaba a colectivos de maleantes para incrementar sus fuerzas represivas, y criminalizaba las protestas pacíficas de estudiantes y ciudadanos. El pueblo puso los muertos.
Más tarde, Maduro usó su absolutismo monárquico sobre los seis poderes del Estado venezolano (Ejecutivo, Judicial, Electoral, Militar y Mediático, más el nuevo poder legislativo ANC, que él mismo creó) para preparar las elecciones del 20 de Mayo del 2018, en que cada uno de sus principales rivales estaba muerto, preso, privado de derechos o incapacitado para ejercer cargos públicos. Fue como correr los 100 metros planos en los Juegos Olímpicos descalificando de antemano al resto de los competidores. ¿Cómo perder así? La oposición y varias democracias de occidente alertaron que no reconocerían los resultados; pero Maduro se burló de ellos, hasta que comprobó que hablaban en serio. Unas 50 naciones ya no lo reconocen como presidente.
También ignoró las graves penurias económicas causadas al pueblo por su incompetencia, la destrucción del aparato productivo por las políticas nacionalizadoras heredadas de Chávez, la corrupción y el robo del erario público, la caída de los precios del petróleo, y los cuantiosos gastos del aparato político-militar apadrinado por La Habana.
Para terminar de vender su alma al diablo, prohibió la entrada de ayuda humanitaria con pretextos burdos, intensificó la represión cometiendo crímenes de lesa humanidad y multiplicó el terrorismo de Estado despojando de su inmunidad a legisladores y torturando a los militares que dejaran de apoyarlo. Con esas acciones ha destruido toda esperanza de una posible solución pacífica al conflicto.
Es risible hablar de diálogo en estas condiciones. Es criminal negar una intervención humanitaria basada en el principio de la responsabilidad de proteger. En Venezuela han intervenido ya tantas partes que es imposible contarlas: Cuba, Rusia, Irán, los capos del ELN colombiano y los terroristas de Hezbollah gracias a la conexión siria de Tarek El Aissami. Los únicos que se ven cada vez menos en Venezuela son los venezolanos: se estima que entre 3 y 4 millones han emigrado como resultado de la crisis.
La corrupción, el contrabando de oro, divisas y drogas y el estímulo a la violencia y la represión contrastan con una población cada vez más empobrecida, donde ya no solo escasean los alimentos, medicinas y bienes de consumo afectados por una inflación indetenible, sino que colapsan la infraestructura y los servicios de agua, electricidad y salud pública.
Maduro cree que sigue gobernando; pero ya no puede. El 89% de la población cree que debe irse, la mayoría de los chavistas lo acusan de traicionar a Chávez, los familiares de sus víctimas piden justicia, 50 naciones lo ignoran y hasta sus aliados le niegan créditos. Su paranoia está bien justificada, muchos de los altos oficiales del Ejército lo abandonan y sus más cercanos colaboradores conspiran a sus espaldas. Cada día que pasa se juega la vida y su ventana para escapar se cierra. La inteligencia cubana ya ha comprendido que Maduro no puede salvarse pero sueñan con que la Revolución Bolivariana sí. Seguramente ya tienen planes para colocar en el poder a alguien de su confianza, que no se llama precisamente Nicolás.