MIAMI, Florida, febrero, 173.203.82.38 -La evolución de los acontecimientos en el norte de África llevó el centro de su vorágine a los predios del Coronel Muammar al Gadaffi. La asonada revolucionaria iniciada en el vecino Túnez y extendida poco después al Egipto de Mubarak, no parecía amenazar la estabilidad de la Gran Jamahiriya y su líder, quien desde hace cuatro décadas asumió las facultades de consejero y guía a perpetuidad del pueblo libio.
Mientras los gobiernos colindantes afrontaban una crisis económica, causa la explosión de la ira popular, Libia mostraba otra realidad. Allí acudían egipcios y tunecinos en busca de oportunidades laborales que no encontraban en sus países.
Sorpresivamente el vendaval estalló. Miles de manifestantes salieron a las calles de Trípoli y Bengazi, la segunda ciudad en importancia, para exigir la salida del Supremo. Consecuente con la postura de los que hacen del poder un usufructo personal sagrado e indiscutible, el déspota respondió de manera tajante. Primero negándose a escuchar las demandas del pueblo, a quien dice representar. Después ordenando la represión sangrienta con todos los medios disponibles, provocando centenares de víctimas. Los datos más conservadores aseguran que la cifra de muertos supera el millar. Son los estertores finales, pero peligrosos, del que hace unos días se presentaba como padre amoroso de su gente, a la que llegado el momento no duda en mandar a liquidar, como si fueran ratas. Esa fue la descripción usada por el ensoberbecido dictador en una sus últimas alocuciones apocalípticas. Cucarachas, gusanos, serpientes….son las designaciones que suelen aplicar los tiranos contra los seres humanos que se atreve a reclamarle sus derechos.
La represión desatada por Gadafi motivó el pronto rechazo internacional. El gobernante libio apenas puede reunir un reducido grupo de colegas que le apoyen en el instante crucial. Apenas suficientes para formar una orquesta. Más bien alcanzan para un trío, conformado por Daniel Ortega, Hugo Chávez y Fidel Castro. En el caso del presidente nicaragüense, el más altisonante en su mensaje solidario hacia el Coronel en problemas, resulta comprensible luego que este le condonara una deuda de 200 millones de dólares. El número es respetable y por lo menos el nica es agradecido.
Por su parte el Comandante cubano ha sido parco en su apoyo al cofrade caído en desgracia. Aunque no perdió la oportunidad para acusar al imperialismo, a la OTAN y desde luego a Estados Unidos, de planificar una conspiración contra la revolución libia, se abstuvo de emprender una defensa abierta a favor de Gadafi. Si por una parte no condenó los actos sangrientos cometidos contra los manifestantes, tampoco los desmintió. Simplemente se limitó a apelar a la espera para juzgar lo acontecido con mayor claridad. Su hermano, en funciones de gobierno, apenas se ha pronunciado. La experiencia del camarada Megistu en Etiopía no debería repetirse. Los tiempos que corren son otros.
«Deseamos que el pueblo libio logre una pronta solución pacífica y soberana a la situación allí creada, sin ningún tipo de injerencia ni intervención extranjera, que garantice la integridad de la nación libia» La declaración del canciller cubano Bruno Rodríguez se corresponde con lo expresado por Fidel Castro cuando afirmó que «se podrá estar o no de acuerdo con Gadafi» pero «habrá que esperar el tiempo necesario para conocer con rigor cuánto hay de verdad o mentira o una mezcla de hechos de todo tipo», en referencia a los sucesos en Libia.
El líder Muammar al Gadaffi, quien atribuyó en un principio las manifestaciones opositoras a un complot de Occidente, no dudó en acusar con mayor fuerza a los “vendidos de Al Jazeera” y a los enemigos de Al Quaeda. Indudablemente el incendio popular en su contra es un hecho espontaneo, donde han logrado coincidir los factores necesarios para que se produzca la ignición social. No obstante queda la duda por el chispazo que la encendió, donde la versión de una conspiración occidental no concuerda.
La aspiración de libertad y democracia que mueve a estudiantes, intelectuales, obreros y militares sin diferencias de género, no garantiza la ausencia de otros intereses radicales que suelen aprovecharse de estos acontecimientos para una vez conseguido el objetivo liberador, hacerse del control de la situación.
Buscando paralelos históricos con estas explosiones populares, en el caso específico de Libia, hay un punto de cierta coincidencia con la revolución que derrocó al Sha de Irán, dando paso al gobierno teocrático de los ayatolas. El descontento de las masas hacia Pahlevi fue aprovechado por el clero chií, contrario a algunos detalles “occidentalizantes” de aquel régimen. Organizaciones opositoras de carácter laico que contribuyeron al derrocamiento de Reza Pahlavi, entre ellas el Partido Tudeh (comunista), el Frente Nacional, de carácter socialdemócrata, y la extrema izquierda, fueron desplazas por la hegemonía de los religiosos ortodoxos ya en el poder.
La Revolución de Irán y la figura siniestra de Jomeini, permite afirmar que las revoluciones, por más auténticas que sean, pueden terminar bajo la férula de nuevos despotismos. Es el peligro real que se cierne en esta corriente democratizadora que sacude el mundo árabe. Queda la gran esperanza de que el curso de los acontecimientos que ahora golpea las viejas instituciones autocráticas y totalitarias del norte africano y el Medio Oriente, termine por expandir su influjo renovador en otros ámbitos oscuros del planeta, laboratorios activos donde se planifica la torcedura del camino emprendido por quienes a despecho de la muerte se han alzado para exigir el final de Gadafi y sus similares.