LA HABANA, Cuba. – El gato lame su cuerpo después de acabar con la comida que su dueño le sirviera. El gato lame su cuerpo en un intento de despojarse de toda pulga e ignora la suerte de su amo, ese que hace solo unos instantes le diera de comer. Su dueño, el que le sirviera la comida, está colgado del techo y su cuerpo se mece, levemente, como se balancean siempre, y por un rato, los cuerpos de los ahorcados. El hombre se ahorcó después de darle de comer al gato. El gato lame su pelambre cuando termina con lo que antes le sirvieron, pero no se entera de que su protector acaba de ahorcarse. El dueño ya no puede ver al gato y el gato no se interesa en la suerte del colgado, de ese hombre que le sirviera la comida hace solo unos instantes.
Esa escena que miré en el último capítulo de “Chernóbil”, debe haberse repetido un montón de veces en la larga historia del mundo. Escenas como esa, aunque no nos enteremos, deben ocurrir cada día, lo mismo en Copenhague que en La Habana, en Moscú, en Londres. Una escena como esa es muy común y ocurre a diario. Unos se ahorcan y otros despojan sus cuerpos de toda pulga o de toda culpa; sólo es preciso lamerse un poco para despojarse de pecado y pulga, o al revés.
Eso miré en Chernóbil, ese extraordinario serial que produjera HBO, y lo recordé unos instantes antes de sentarme a escribir estas líneas, justo después de leer un artículo que firma Cleo Arioza en el Tribuna de La Habana, ese periódico indigente y comunista que no deja de impresionarme, desfavorablemente, cada vez que me atrevo a visitarlo. Y otra vez es Hansel Ernesto Hernández Galeano el centro de esas líneas, solo que esta vez el periódico se empeña en destacar, después de la muerte y la cremación de Hansel, lo que piensan del joven muerto su madre y su madrastra.
Sin dudas, la prensa y sus parientes más cercanos decidieron no dejarlo descansar en paz. Su familia, a diferencia del gato, debió mirar al muerto antes de que fuera cremado, antes de que su cuerpo se convirtiera, para siempre, en cenizas, en unos residuos de “polvo” que el más leve golpe de viento podía hacer desaparecer. En brevísimos instantes dejó Hansel de ser cuerpo, de ser carne y hueso, para convertirse en polvo, para luego ser barro y, como diría Shakespeare, posiblemente en un barril de cerveza, en una noticia que sirviera para hacer notar a ciertos “enemigos”. Una noticia que pusiera los ojos en los periódicos adversos, pero no en el muerto.
No sé si Hansel pensó en la muerte esa mañana en la que salió de su casa, o sabrá Dios de dónde. No sé si Hansel habló alguna vez de la muerte y de ceremonias fúnebres. No creo que un Hansel tan joven pensara en la muerte, aunque se arriesgara con frecuencia, aunque supiera que podría conseguirla sin llegar a viejo. No creo que los jóvenes piensen mucho en la muerte, ni siquiera cuando andan haciendo tropelías que podrían dejarlos sin vida, y enterrados. No creo que este muchacho pensara en una bóveda o en un panteón, pero mucho menos en una cremación, en la suya.
Y sucedió que Hansel fue cremado, pero no como el resto de los cubanos que se deciden, en vida, por ese procedimiento y que tienen que esperar mucho por el turno para ser incinerado, si es que no paga una buena suma. Hansel fue cremado a la carrera, pero nada sabemos de lo que sucedió con sus cenizas, tampoco tendríamos que saberlo porque no somos sus familiares, pero así sucedió. Hansel ahora es solo cenizas, y ya no se podrán reconocer, con pericias y métodos, los más exactos detalles de su muerte. Al parecer la familia autorizó la cremación, y no sabremos, al menos por ahora, si ese procedimiento fue decidido por la familia o “sugerido” por las autoridades.
Lo que sí resulta curioso es el hecho de que la madre y la madrastra, en medio del dolor y el luto que debieron llegar con la muerte del ser querido, decidieran responder a las preguntas de Tribuna de La Habana.
El título advierte de “La dignidad de una familia cubana frente a la mentira y la manipulación”, y luego de lo molestas que están estas dos mujeres, no con la muerte del pariente, pero sí con “los intentos de elementos inescrupulosos que utilizaron el nombre de su hijo y manipularon las causas de su fallecimiento, alentados por una feroz campaña mediática que desatan contra Cuba los medios de prensa al servicio del actual gobierno de los Estados Unidos para desacreditar a la revolución”.
Esas dos mujeres que perdieron a un ser querido no nos advierten el desespero que llega tras la muerte de un familiar. Ellas, en medio del dolor, aseguran que mantendrán su posición a favor del proceso revolucionario, y también “su confianza en que todo se desarrollará acorde a lo previsto por la ley”. Ellas no hablaron jamás del disparo, de las raras circunstancias que lo acompañaron. Las mujeres aseguraron que jamás dieron su consentimiento para que esa “tragedia” apareciera en las redes de manera distorsionada, y que mantendrán sus posiciones a favor del proceso revolucionario. Ellas no mencionan al policía que disparó, y la redactora asegura que: “La digna actitud asumida por los familiares más allegados a Hansel Ernesto muestra el rechazo del pueblo cubano a dejar que su dolor sea utilizado para espurios fines políticos contra Cuba”.
No quedan dudas de que la prensa consiguió que la familia dejara a un lado el dolor, y que atendiera a lo que era más conveniente, el “blanqueamiento” de la policía política para que todos quedaran libres de polvo y paja, y que las culpas, una a una, recayeran sobre el joven delincuente, pero sobre todo en los “malintencionados” periodistas independientes y en los muchos denunciadores del hecho. Habrá que preguntarse que vendrá ahora; sin dudas están por llegar muchos otros muertos a manos de una policía, quien ya ha visto legitimado ese instante en que manipula el arma sin mucha consideración, ese instante en que aprieta el gatillo y deja salir la bala que entrará siempre en el cuerpo de un delincuente, como sucedió luego en Pinar del Río, y sucederá en muchos sitios más, y que no solo acabará con la vida de ladrones y asesinos.
En lo adelante, las balas podrán silenciar a un opositor, a un periodista independiente, a una Dama de blanco, o a dos, a muchas de ellas, que también podrían ser cremadas de inmediato y sin reparos, y, sobre todo, sin una nota en el Tribuna de La Habana, ni en el Granma, ni en el noticiero de televisión. Las balas podrían silenciar muchos discursos de la oposición, y los cubanos lo aceptarían como una “querida costumbre”, como “una mera cuestión sanitaria”. Los cubanos, finalmente, quedarían mudos, quietísimos, porque una bala sin malas intenciones podría acabar con la vida de cualquiera.
Así se pretende ganar el silencio, la obediente quietud, el acatamiento; y los disciplinados, los silenciosos, hasta podrían aparecer fotografiados en el Tribuna de La Habana, como la madre y la madrastra de Hansel, quienes fueron retratadas en un sitio que tiene apariencia de “salón de reuniones”; las dos en una misma butaca, una primero y después la otra. Las dos con el mismo fragmento de un cuadro a sus espaldas; una primero, con pullover de tirantes y luego la otra, uniformada y con apariencia de CVP.
Así podrían terminar estos sucesos, con un apretón al obturador de una cámara fotográfica, con una foto del denunciante en el salón de reuniones de un periódico, y a las espaldas un cuadro, que podría ser un paisaje bucólico, una pintura muy abstracta, una concentración en la plaza, un trabajo “voluntario” o un retrato del Che, de Fidel Castro. Y todo para llegar a la quietud, al acatamiento, a la obediencia, al MIEDO; sí, al MIEDO con mayúsculas. Así podrían terminar muchos sucesos, con un gato que lame su cuerpo después de la comida, con un gato que trata de quitarse las pulgas con la lengua, con una pata, mientras cuelga del techo el cuerpo de ese dueño que hace un rato le puso la comida.
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