MIAMI, Florida, mayo, 173.203.82.38 -13 de marzo de 1968. Se celebraba en La Habana el onceno aniversario del asalto al Palacio Presidencial.
Ocho años antes, el 6 de agosto de 1960, en el acto de clausura del Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. Fidel Castro anunció la “nacionalización, mediante expropiación forzosa” de 26 grandes empresas propiedad de personas jurídicas y naturales de los Estados Unidos de América.
Aquella drástica medida, adoptada en un momento de gran convulsión política, contó con el respaldo de muchos propietarios de pequeñas y medianas empresas que creyeron entrever el inicio de una etapa de prosperidad para sus negocios. Muchos empresarios creyeron que las nacionalizaciones constituían “un mero golpe a los Estados Unidos”. Pensaron que sus negocios no correrían la misma suerte porque ellos habían logrado establecerse “por disciplina, responsabilidad y talento”. El control estatal de la economía – razonaban con ingenuidad – significaría el comienzo de un periodo de equidad, pues sus relaciones comerciales, crediticias y financieras serían con un gobierno que prometía “preservar a cualquier precio la pequeña propiedad privada de los abusos de los grandes monopolios yanquis”.
En su etapa embrionaria el control de la economía por parte del Estado implicaba una gradual intervención del mercado laboral y de las relaciones contractuales. Lentamente se convertían en ficción los sueños de los pequeños y medianos empresarios. El régimen tenía que dar continuidad a su estrategia hegemónica y asumir su destructivo papel con increíble e irracional eficacia. Y justamente aquel 13 de marzo de 1968 se materializó el grotesco propósito.
Sesenta mil pequeñas y medianas empresas se extinguieron ante la “ofensiva revolucionaria” dirigida “contra los vicios y deformaciones del capitalismo y la sociedad burguesa”. El carácter socialista de la revolución, proclamado siete años antes, no podía “contemporizar con ciertas tendencias que minaban la sociedad y conspiraban contra el normal desarrollo y estabilidad de la nación”. La “ofensiva” significó la intervención de cientos de pequeñas y medianas empresas propiedad de ciudadanos cubanos y de otras nacionalidades, aquellos que el 6 de agosto de 1960 dieron su ardiente respaldo a la confiscación de las empresas norteamericanas. “El mero golpe contra Estados Unidos” se volvía contra ellos.
Nacía el Estado-Patrón para asumir, con repudiable impunidad, su codiciada condición de legislador, empleador, gerente y rector de la actividad económica y laboral. Un legislador que ponía a su servicio los cuerpos represivos, un empleador que disponía de un dócil aparato judicial, un gerente que expulsaba a sus subordinados bajo el imperio de la arbitrariedad y un rector de la actividad económica y laboral que no solo decretaba despidos, sino que además condenaba a la cárcel, a la muerte o al destierro.
Los afectados por la insólita medida eran personas sin la menor complicidad con Estados Unidos, cubanas y cubanos que habían logrado crear una amplia red de establecimientos de producción y servicios gracias a su iniciativa, responsabilidad y talento. La propaganda castrista promovió una descomunal cruzada de menoscabo contra aquellos empresarios y sus exitosos negocios identificándolos como “vestigios ominosos del capitalismo y residuos de la moralidad burguesa”. Según Castro aquella medida estaba destinada a construir en Cuba “el verdadero comunismo”.
Los argumentos de Castro propagaban odio y desprecio hacia la iniciativa creadora. Sus palabras resultaban agresivas e insolentes. “Subsiste todavía una verdadera ‘nata de privilegiados’ que medra del trabajo de los demás y vive considerablemente mejor que los demás, viendo trabajar a los demás. Holgazanes, en perfectas condiciones físicas que montan un timbiriche, un negocio cualquiera, para ganar 50 pesos todos los días, violando la ley y violando la higiene, violándolo todo…”
¿Qué ha ocurrido en Cuba medio siglo después? Renacen los “vestigios ominosos del capitalismo” y se revive la “nata de privilegiados” señalados por Castro el 13 de marzo de 1968.
Es usual en el régimen cubano la improvisación y la adopción de medidas coyunturales. No ha habido una sola iniciativa destinada a promover el desarrollo económico sobre bases sostenibles. Si en algo ha triunfado aquel sistema es en haber logrado distraer siempre la atención de los problemas que más afectan a la sociedad.
Pero en 2011 hay un elemento nuevo. Fidel aparentemente ya no ordena y su hermano Raúl se esfuerza por renunciar al borde del precipicio y preparar a los cubanos para una nueva ofensiva: la quimera de dejar a un lado la condición de proletarios para convertirse en propietarios.
¿Una reconciliación con el capitalismo o una jugada a favor del tiempo?
Raúl y el resto de los especímenes de su fauna totalitaria están jugando con una ficha muy delicada.