MIAMI, Florida, julio, 173.203.82.38 -No desearía que las personas que analizan mis ideas vayan a clasificarme dentro de la categoría de obsesivo cuando de Cuba se trata. Trato de ser imparcial en mis análisis y evitar que consideren mis pensamientos como “políticamente incorrectos”. Si no lo logro pido perdón a mis amigos. De mis enemigos no requiero absolutamente nada.
Si para ser políticamente correcto debo aceptar como legítima cualquier iniciativa respecto a Cuba, incluso la más desatinada, entonces me declaro públicamente un ente imperfecto en el ámbito de la política.
Últimamente han aparecido en los escenarios mediáticos una amplia variedad de ideas encaminadas a encontrar el camino de la definitiva solución al diferendo entre Estados Unidos y Cuba, algo que no obedece solamente al diseño de las estrategias trazadas tanto en Washington como en La Habana sino que circula muy de cerca entre las esperanzas del exilio cubano.
Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba han sido analizadas generalmente como un conflicto entre la democracia y el totalitarismo, es decir entre la libertad y la tiranía. Algunos analistas han ido más lejos y se han atrevido a exponer la tesis de que el embargo económico tiene un fundamento mucho más económico que político.
Sea cual sea el alcance, los intereses y las intenciones de esas relaciones es un hecho históricamente probado que fue justamente el régimen cubano el que trató de erigir – y en cierta medida lo ha logrado – una barrera entre los cubanos de la Isla y los del exilio. Una barrera construida a base de desprestigios y toda suerte de calificaciones injuriosas.
Siempre habrá analistas trasnochados que defiendan la idea de que esa barrera se edificó con el propósito de preservar la pureza del sistema implantado a los cubanos y evitar que estos fueran contaminados por la diabólica mafia de Miami. Sin embargo, las atrocidades del régimen cubano no han sido sometidas a una evaluación autentica y consciente, tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista moral.
Los analistas, muchos de ellos autodenominados cubanólogos, se han limitado a exponer y censurar la “radicalidad” del exilio pero no hablan ni escriben nada sobre los crímenes del castrismo, más bien han tratado de ocultarlos y en algunos casos hasta de justificarlos.
¿Qué hay realmente en el fondo de esa actitud?
En primer lugar se podría hacer referencia a los intereses económicos. Muchos de esos “cubanólogos” aspiran llegar a una tierra virgen en el plano económico y plantar la bandera de la economía de mercado aunque para ello tengan que pactar con quien dirigió un pelotón de fusilamiento. Los impulsa una mezquindad mercantil más alla de todo juicio moral y ético. Consideran que en Cuba el diferendo Estado-Sociedad tiene un carácter puramente comercial y que los estantes de los almacenes abarrotados de mercancías serian el antídoto perfecto para borrar de la memoria los horrores del castrismo.
En segundo lugar están los que pretenden mantener permanentemente habilitados sus pasaportes para poder entrar con entera libertad a un país que les ofrece el privilegio de disfrutar lo que mantiene vedado a sus habitantes. Cuando llegan a Cuba sufren una colosal transformación. Se deshacen de su debatible cubania para experimentar el deslumbramiento del turista extranjero. No se consideran exiliados en el sentido estricto del término. No les interesa “hablar de política”. Son los perpetuadores de la orfandad del pueblo cubano, los que prefieren ver a sus compatriotas inmersos en un parasitismo inmovilizador.
En tercer lugar tenemos a los “críticos moderados”, aquellos que consumen su tiempo realizando encuestas, tratando de encontrar fisuras y diferencias entre los que llegaron ayer y los que llevan desterrados la mitad de sus vidas. Son los que en Cuba entrevistan a artistas famosos, a deportistas, a representantes de la gerontocracia partidista. Incluso les permiten deslizar algún comentario en la prensa oficial siempre que satanicen al exilio y ensalcen las maravillas del modelo cubano. Estos “críticos moderados” también tienen sus espacios en los medios de Miami.
Y por últimos nos encontramos con la camarilla más abyecta, vil y despreciable: los voceros de la tiranía, sus defensores a ultranza, sus propagandistas. Entre estos especímenes se destacan los que actúan por convicción y los que lo hacen por conveniencia. Van a Cuba a recibir órdenes y alguna migaja de sus jefes de la DGI.
¿Qué es peor, el infierno o las tinieblas?
Podría haberme referido a los ciegos, los sordos, los mudos, los pusilánimes, los indiferentes. También a los tontos, tanto a los útiles como a los inútiles.
Yo nunca olvidaré el calvario de mis compatriotas. He realizado el indispensable esfuerzo de mantener mi cubania en perfecta armonía con mi condición de desterrado. Llevo a Cuba en cada átomo de mi cuerpo, en cada partícula de mi alma. Pero renuncio, con igual fuerza y determinación, a hacer ostensible la más mínima confabulación con aquella inmensa tragedia que va a continuar marcando la historia personal de cada cubano durante muchos años más si no nos planteamos dignamente una cuestión esencial : ¿Cómo puedo contribuir a la felicidad de mi gente, cómo puedo romper el mito de “la familia sobre todo” ignorando que Patria, Familia y Libertad son sinónimos, cómo puedo contribuir a la fortuna de mi pueblo o favorecer su permanente desgracia?