MIAMI, Estados Unidos. – El lema de campaña del Presidente Trump –“Make America Great Again”- tomó un inesperado giro cuando el mandatario propuso la compra de Groenlandia al gobierno de Dinamarca. La propuesta hecha a los daneses parecía en un principio una de las tantas salidas insólitas a las que ya nos tiene acostumbrado el inquilino de la Casa Blanca. Pudo haber sido un nuevo episodio de noticias falsas que, a veces con razón y otras no tanto, suele acusarse a los medios de comunicación. Sin embargo, el propio Trump se encargó de poner en claro que no se trataba de una broma, ni de fake news ni de mal entendido.
El tema no es una novedad. En la década de los sesenta del siglo XIX Andrew Johnson había sugerido el plan de comprar el vasto territorio insular incluyendo la cercana Islandia. El informe que justificaba la propuesta se basaba entonces en la posición estratégica de la enorme isla, sus recursos pesqueros, dominio de una zona estratégica cercana a Europa y la abundancia de carbón. El proyecto finalmente no se formalizó, pero fue retomado por la administración Truman en 1946 en una oferta de compra por el equivalente de mil trescientos millones de dólares actuales. Ahora, con los efectos del calentamiento global a la vista, el interés por Groenlandia resurge, en especial cuando se sabe de la existencia de reservas de petróleo, gas y minerales en esas tierras.
La reacción del gobierno danés resultó bastante fuerte tan pronto se divulgó la propuesta de Trump, quien, aireado, terminó por cancelar la visita que por esos días tenía planificada hacer al reino de Dinamarca. Muchas voces se alzaron indignadas por la propuesta del presidente norteamericano a un país aliado de Estados Unidos. Y no era para menos, si el mismo Trump argumentaba que la transacción territorial se trataba “básicamente de un negocio inmobiliario grande”: una expresión suficiente para colmar la conocida flema escandinava a un punto en que la perplejidad y la incredulidad dieron paso a los reclamos de los agraviados por lo que consideran fue un desplante grotesco e irrespetuoso del presidente “amigo.”
No obstante, la respuesta de Trump fue a peor cuando trató de allanar la situación, esta vez sí de manera chistosa, insinuando que si las cosas no iban por el camino de la venta, al menos se viabilizara mediante el intercambio de Groenlandia por Puerto Rico, una burla que puso de manifiesto el carácter racista y el sentimiento poco cercano a la hispanidad que no oculta el actual presidente norteamericano.
La idea de esta especie de resurgimiento de los tiempos de América para los americanos parecería una anécdota intrascendente si no fuera porque la misma encuentra calado en ciertos grupos de la sociedad norteamericana, algo que, en el fondo, es realmente preocupante. De hecho, la cosa contó con el respaldo de algunas voces, como las del republicano Mike Gallagher, quien manifestó que dicha idea sería una decisión inteligente ante el interés estratégico que hace que el tema deba seguir expuesto con firmeza.
Y así nos llegan por internet campañas como las de un grupo corporativo que anuncia la venta de camisetas que llevan estampadas el mapa de Estados Unidos con el agregado del territorio groenlandés, al que se ha puesto de fondo los signos de la bandera estadounidense y hasta una que incluye la frase “Keep calm and invade Greenland”. Todo en una aparente muestra de apoyo a Donald Trump en su esfuerzo por engrandecer a América.
No todo queda en la anécdota groenlandesa. Un nuevo episodio se agrega a esta saga con la propuesta del candidato Daniel McCarthy al Senado por Arizona. El empresario dijo durante una entrevista que la mejor solución al problema migratorio con México sería la anexión de ese país con su vecino del Norte. El postulante, quien se declara seguidor de Trump, acaba de lanzar la disparatada propuesta en el entorno electoral de su campaña senatorial. Un tenor al que deben estar atentas las tribus nativas norteamericanas, supervivientes de aquellas jornadas genocidas de 1800 en las que casi al borde de la aniquilación, quedaron condenadas a vivir en reducidas reservas. No sea que la reedición de la historia lleve a que se busque la expulsión de los aborígenes de sus últimas zonas de ubicación, sea por conveniencias estratégicas, económicas o por la combinación de estas. Todo en aras de que América sea grande otra vez.
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