LA HABANA, Cuba.- No es raro enterarse de que chivatos y destacados repartidores de insultos y empellones contra opositores y activistas de la sociedad civil independiente, reciben el visado estadounidense que les permite visitar a sus familiares.
Lo paradójico y humillante es que muchos de ellos, al regreso de cada estancia, persistan en sus acciones.
Desconozco si algunos de los afectados han presentado pruebas que demuestren la implicación directa de estos sujetos en actos violatorios a los derechos humanos y si su proceder haya tenido consecuencias. Sospecho que la atención de los destinatarios no pase de las primeras líneas en un país donde los chivatazos continúan a la orden del día y los abusos físicos en los actos de repudio son relativizados por su repetición y calculada intensidad.
En los ataques no hay bajas mortales ni lesiones de consideración. Suficiente para que sean admitidos como escaramuzas con su toque de folklor caribeño.
En realidad pienso que es muy difícil ponerle coto a una situación a partir de denuncias, cuya importancia puede que radique en el nombre, los apellidos y la edad del culpable junto a un inventario de incidencias escritas a mano alzada.
Debe quedar claro que nada va a detener el flujo de cubanos que viajan a Estados Unidos con visa temporal, sean chivatos o esbirros que maltratan públicamente a mujeres y hombres por el mero hecho de oponerse a las políticas gubernamentales.
Irse a dar un baño de capitalismo sin abandonar los compromisos ideológicos, adquiridos por conveniencia o auténtica devoción, no encierra para sus practicantes ningún conflicto personal. Se trata de una alternativa para el solaz esparcimiento después de cumplir con cada acto de reafirmación revolucionaria.
Por tanto, es perfectamente posible beberse una Coca Cola bien fría en cualquier cafetín de Miami y después acusar de mercenarios al servicio de Washington a los activistas contestatarios que exigen en las calles de la Isla una apertura democrática.
Con la proliferación de tales sujetos queda en suspenso la factibilidad de refundar el país sobre las bases de un Estado de derecho. Son demasiados los parches y los agujeros para pensar en un futuro sobre el cual puedan construirse instituciones democráticas funcionales.
Los más conspicuos colaboradores del régimen, tanto los veteranos como las nuevas generaciones, no tienen de qué arrepentirse. Sus delitos pasan inadvertidos en las entrevistas para obtener el visado estadounidense.
Van a casa del “enemigo” sin que les arda la cara de vergüenza y con las maletas vacías para traerlas atestadas de “pacotilla”.
Allá son santos, aquí demonios dispuestos a realizar las peores tropelías. En ese juego del destino se acentúan los ecos del perturbador “¡sálvese quien pueda!”
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