LA HABANA, Cuba. – Las tempestuosas ventoleras del tornado que cruzó hace unos días por La Habana le dio un nuevo cariz a la desolación que ya existía. Un breve recorrido por una de las áreas afectadas del municipio Diez de Octubre, el más poblado de la capital, fue suficiente para observar que la mayoría de los inmuebles afectados, estaban en condiciones tan deplorables que, de un momento a otro, se iban a convertir en escombros. El fenómeno atmosférico solo catalizó un desastre que ya venía ocurriendo en una urbe elegida –increíblemente- Ciudad Maravilla por la fundación suiza New 7 Wonder.
El sonido de las sirenas de los carros de bomberos que semana tras semana se escucha en La Habana no solo indica la ocurrencia de incendios, sino también de derrumbes. En Cuba, y sobre todo en la capital, es normal que las casas y apartamentos caigan como castillos de naipes debido a la erosión y la falta de mantenimiento de muchos inmuebles.
Con salarios y jubilaciones que oscilan entre los 10 y 25 dólares al mes es imposible afrontar una reparación tan siquiera parcial, que al menos retrase el día de la debacle. En ese sentido, quienes se quedaron, literalmente, a la intemperie no deben aguardar muchas esperanzas de ser resarcidos con otro sitio donde morar sin los sobresaltos que provoca un techo con grietas inmemoriales y paredes debilitadas por la humedad y el tiempo. En estos casos, las promesas suelen sustituir a las soluciones concretas. Y no parece que haya sorpresas en el horizonte, frente a las calamidades producidas por la devastadora tempestad.
La grave situación económica del país es uno de los motivos para sospechar en una repetición al calco de un proceder que combina cinismo y falta de una identificación genuina con el drama de decenas de familias. Se sabe que el gobierno cuenta con cientos de inmuebles vacíos y en buen estado en casi todos los municipios capitalinos. Sin embargo, prefiere mantenerlos así u otorgárselo a militares y personas bien ubicadas dentro de la cúpula de poder, que a su vez lo entregan, en calidad de regalo, a amantes y familiares cercanos.
En medio de los trajines de la recuperación, hay otro asunto que vale la pena abordar y que pone en perspectiva la naturaleza camaleónica del cubano promedio, una realidad que, como los derrumbes, no parece tener punto final. Es normal que un discurso en tono de denuncia contra el gobierno, las organizaciones de masas y todo el aparataje institucional, por la desatención hacia las necesidades más apremiantes, como las relacionadas con el tema de la vivienda, culmine en fervorosas alabanzas a Fidel y Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel, el partido y los Comités de Defensa de la Revolución. Las actitudes se supeditan a las circunstancias y no a las convicciones.
No me lo contaron. En los últimos días he sido testigo de varios casos de ese travestismo social tan arraigado en la Isla, ahora protagonizado por varias de las personas perjudicadas por las potentes ráfagas de viento.
Aunque no deberían sorprender tales comportamientos a estas alturas de la historia, considero oportuno subrayar un fenómeno que en gran medida explica las dificultades de crear una masa crítica que empuje hacia una necesaria y definitiva democratización. Y es que el miedo continúa dictando pautas, eso sí, con honrosas excepciones, como la protesta llevada a cabo por un grupo de damnificados del municipio de Regla contra el presidente cubano y su comitiva de guardaespaldas. El chachareo de siempre y las palmaditas en el hombro, como consuelo, se esfumaron entre los abucheos y las acusaciones de “descarado” y “vividor”, al gobernante designado.
Sin embargo, a medida que pasan los días, la irritación que sucede al impacto del tornado se debilita y, por otro lado, los noticiarios refuerzan la difusión de las apologías despachadas por los afectados a los líderes de la revolución y al socialismo. Poco a poco retorna la normalidad a los barrios esquilmados por la pobreza y ahora más sombríos que hace un par de semanas.
Vivir entre las ruinas no es una metáfora, se trata de un hecho comprobable en una ciudad que se caracterizó, hasta 1959, por su belleza y pulcritud. Los moradores de los tugurios que sobrevivieron a los torbellinos le van poniendo sordina a su descontento. Quienes lo perdieron todo, también. Saben de memoria lo que tienen que decir ante las cámaras de la televisión oficial.