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La eterna inoperancia del socialismo en Cuba

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Cola en Cuba para comprar alimentos (foto archivo)

LA HABANA, Cuba. – Entre los pasados días 2 y 4, el diario Granma, flamante “órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba”, publicó las tres partes de un reportaje seriado. Aunque cada una de ellas tenía título y autores diferentes, el tema común es el de los ciudadanos que se dedican a revender los productos que comercializan las tiendas estatales.

Lo primero a señalar es que los escribidores castristas reconocen lo obvio: “Un local desabastecido no puede hacer competencia con ilegalidades de este tipo” (se refieren a las que realizan los revendedores); “los productos muchas veces están como decoración en las tiendas por sus precios exorbitantes, no hay variedad de opciones y prima el desabastecimiento”.

La tercera entrega recoge opiniones de distintos lectores: “El negocio empieza en el lugar”; “muchos revendedores reciben las mercancías de manos del personal que trabaja en las tiendas”; “estamos en presencia de un mercado negro […] con redes que van desde los propios almacenes y tiendas hasta la cara visible, que son los que están ofertando en la calle”.

Tampoco se olvida (aunque sin darle ese nombre) otra faceta de la corrupción imperante: “Los avisos tempranos que reciben (los especuladores), vía celular, cada vez que hay algún operativo contra ellos”. “Cuando los inspectores ‘anuncian’ que van a llegar, [los vendedores] recogen y entonces puedes ver los productos de mala calidad hechos por cuentapropistas, y tan pronto se van los inspectores, de la nada, aparecen nuevamente los productos que se comercializan en las tiendas en divisas”.

En resumidas cuentas, el trabajo periodístico multiautoral refleja aspectos importantes de una faceta más de la calamitosa situación que padece hoy Cuba. Pero de nuevo —y para no variar— se atribuye todo al actuar indebido de las personas: “directivos de tiendas […] haciendo negocios con los delincuentes”, “implicación de muchos dependientes”; “los que acaparan los materiales con el único fin de generar desabastecimiento y sacar provecho luego”; y los ya mencionados “inspectores [que] anuncian que van a llegar”.

¿Las “soluciones”? Las mismas de siempre: las de la represión. “Medidas más drásticas”; “reclamos y denuncias de la gente”; “limitar la venta per capita”; “colocar cámaras de seguridad”; que los tenderos “denuncien a aquellos que pasan varias veces por el mostrador”; “296 multas por un monto total de 325,750 pesos” (sólo en la provincia de Matanzas).

No falta tampoco la nota ridícula: En el súmmum de la cursilería, los autores de la segunda entrega, tras mencionar El Rastro de Tulipán, Cienfuegos (“lugar que tiempo atrás, tuvo fama de temible para la población”) agregan lo siguiente: “Pero llegaron el compañero Orden y la compañera Exigencia y mandaron a parar tanto descaro”…

Por supuesto que el problema —como casi todo en nuestra sufrida Patria— no se origina en las personas, sino en el sistema inviable. Pero esperar que tal cosa sea señalada de manera explícita por personeros del periodismo oficialista cubano equivaldría a confiar en un imposible.

Calamidades como las antes señaladas son las que pasan cuando se hace caso omiso de las leyes de la economía. ¿Y acaso no se ha afirmado (¡y nada menos que por el ministro del ramo!) que en Cuba no opera la de oferta y demanda!

En el sistema normal que prima en el mundo civilizado, las necesidades insatisfechas de los usuarios (que en los casos que se citan son reales, como lo demuestra la disposición de muchos cubanos a pagar a los revendedores precios más caros) quedarían resueltas con facilidad por el sencillo método de importar cantidades adicionales de los productos demandados. (Se trataría, además, de una actividad bien rentable para el régimen, si tenemos en cuenta el elevado sobreprecio que cobran las tiendas estatales).

Pero está claro que semejante solución no entra en los planes de los ineptos burócratas del Ministerio del Comercio Exterior cubano, quienes, con el monopolio que detentan, constituyen un elemento vital del inoperante aparato que el castrismo dedica a la siempre ingrata tarea de repartir la miseria.

Ahí está, para demostrarlo, la actuación de los emprendedores que suplen muchas de las innumerables carencias que sufre el cubano de a pie. Ellos, mediante el rudimentario método de importar productos a través de “mulas” que viajan a países extranjeros a comprar lo que se necesita, aseguran lo que el omnipotente “Estado socialista”, con su infinita torpeza, es incapaz de garantizar.

Pasa lo mismo con el tema central de la serie: “Desgraciadamente, en la ferretería de Infanta y Benjumeda no hay todo lo que se necesita para construir o remodelar una vivienda”. Y refiriéndose a los revendedores: “Es cierto que los precios son el doble de los que hay en las tiendas, pero la calidad de las ofertas, la mayoría de las veces, son más variadas (sic); y el servicio es completo porque incluye, además, el traslado”.

Igual sucede con la gestión de venta: En la ferretería La Especial, “la dependiente atiende a todos con rostro aburrido y asegura […] que ya no quedan lavamanos; que esos —y señala— son solo de exhibición”. Mientras tanto, un “joven atento” ofrece su variado surtido de ese mueble sanitario a un potencial cliente; “pero están fuera de la tienda, responde el joven con una sonrisa”. En el ínterin, “otros de sus ‘colegas’ se avalanchan hacia otro cliente”. (¿Habrán querido decir que “se abalanzan”?).

Las citas y los comentarios podrían alargarse, pero sería llover sobre mojado. La causa de esta otra calamidad puede ser determinada con facilidad por cualquiera que analice los hechos de manera serena. Pero entre ellos no se cuentan los jefes encumbrados, empeñados en la tarea imposible de obtener resultados distintos —y mejores— con las mismas herramientas melladas que han demostrado de sobra su total ineficiencia.

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