LA HABANA, Cuba. — Desde hace varias semanas vienen sucediéndose las informaciones sobre la tensa situación entre Rusia y Ucrania, debido a las medidas adoptadas por la primera. En horas recientes, se ha pasado de “la probabilidad del ataque” a una virtual certeza sobre este. Así, el presidente Biden ha dicho sobre su homólogo Putin: “En este momento estoy convencido de que ha tomado una decisión. Tenemos razones para creerlo”.
Parece ser que el pretexto para el inicio del conflicto lo proporcionarán los “presidentes” de las autoproclamadas “repúblicas” independientes de Donetsk y Lugansk. Se trata de provincias de Ucrania en las que predomina la población de habla rusa. Ambos títeres del Kremlin están exhortando a “sus ciudadanos” a realizar una evacuación “masiva” hacia Rusia, la cual ya comenzó. Es de presumir que las acusaciones de “limpieza étnica” y aun de “genocidio” no se harán esperar.
No ha importado que el ministro de Defensa de Ucrania, Oleksii Reznikov, haya anunciado en el Parlamento de su país que “Kiev no planea ninguna acción violenta contra los territorios separatistas, porque apuesta por una solución pacífica al conflicto”. Los secesionistas acusan de “30 violaciones del alto al fuego” al gobierno ucraniano; este, a su vez, afirma que los primeros realizaron “45 ataques”.
Las más recientes experiencias bélicas de Rusia (desde los tiempos de la felizmente desaparecida Unión Soviética) han sido muy poco auspiciosas. Tras el pacto Molotov-Ribbentrop (mediante el cual los dictadores Hitler y Stalin se repartieron el Viejo Continente), el georgiano trató de establecer su dominio sobre la pequeña Finlandia.
Como reza la frase popular, le “salió la criada respondona”. El diminuto país báltico orquestó una resistencia que provocó justa admiración en todo el mundo. Parece increíble que un estado tan pequeño y poco poblado haya podido resistir todas las fuerzas de una gran potencia dirigidas contra él, y ello por espacio de meses.
Después vino la Segunda Guerra Mundial, en la cual el inmenso país de los soviets se vio invadido y arrasado, y su población diezmada. En definitiva, alcanzó el triunfo, pero este fue tan pírrico que el mismo Stalin y sus sucesores inmediatos prefirieron no celebrar el “Día de la Victoria”. Esta festividad sólo se estableció lustros más tarde, ya bajo el mandato de Leonid Brézhnev.
Muchos años después, los jerarcas soviéticos intentaron probar suerte en Afganistán. Pese a la sarta de atrocidades perpetradas por la soldadesca roja, aquí tampoco los acompañó el éxito. De hecho, fueron de tal magnitud los descalabros sufridos por el Kremlin y sus títeres afganos que no resulta desacertado señalar que ese fracaso y las numerosas bajas que provocó contribuyeron de modo destacado a la extinción del sistema bolchevique.
En todo ese contexto, parece bastante aventurado, de parte de Putin, embarcarse en un nuevo conflicto bélico de resultado incierto. Y digo esto último pese a las evidentes diferencias de tamaño y población que existen entre los dos países eslavos involucrados. Es que ese espasmo imperial de Rusia, carcomida como está por la corrupción generalizada, la falta de derechos ciudadanos y de democracia, así como el empleo del crimen como política del Estado, pudiera salirle muy caro al actual inquilino del imponente Kremlin moscovita.
Pese a todo su aventurerismo, el dictador Putin no está solo. Para coordinar la solidaridad de los “antiyanquis” latinoamericanos, el vicepremier ruso, Yuri Borísov ha visitado Caracas, Managua y La Habana. El dictador Maduro, desafiante y obtuso, anunció “una poderosa cooperación militar” con Rusia. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, más sibilino, habló de “continuar ampliando la colaboración bilateral en todas las esferas”.
Ante las reiteradas advertencias de Estados Unidos y la OTAN sobre los planes de Putin para realizar un ataque de Rusia a Ucrania, los medios masivos antiamericanos (como este domingo lo hizo el Noticiero de la Televisión Cubana) recuerdan la fábula del niño que, sin razón alguna, acostumbraba a gritar “¡Que viene el lobo!”. Tanto chillaba, que cuando la bestia llegó de verdad, nadie salió a defenderlo al escuchar sus alaridos.
Las advertencias occidentales se han repetido tanto (y con tanta insistencia) que la imagen pareciera tener validez. Los medios de agitación del castrismo tratan incluso de parecer chistosos. Por ejemplo, Cubadebate afirma: “Todos los días, fuentes anónimas de distintos servicios de inteligencia nos advierten de que sucederá en verano… ah, no, en enero… ah, no, en febrero…”.
Pero hay dos grandes diferencias entre la anécdota de marras y la lúgubre realidad ruso-ucraniana de hoy: la primera es que las prevenciones de Occidente no surgen en el vacío ni de modo arbitrario. Por el contrario, esas advertencias han surgido ante la larga movilización de cientos de miles de hombres que, a un costo multimillonario, Putin ha ordenado y mantenido en la frontera de su país con Ucrania. Y en segundo lugar (y no menos importante): no olvidemos que, aunque el ataque del lobo no tuvo lugar de inicio, en definitiva sí se produjo.
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