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¿Te vas, Alfonsina?

Balseros cubanos

LA HABANA, Cuba. – Cuba se desangra. Son muchos los que se fueron y muchos los que se van, y eso se demuestra en la sucesión de los días, de las semanas… Contabilizar las salidas ya parece un imposible, sobre todo si reconocemos que al Gobierno no le interesa reconocer esas cifras altísimas, pues hacerlas públicas sería un descrédito. Muchos se van, y son más aún los que sueñan con irse…, incluidos aquellos que dijeron, con Carilda Oliver, y a voz en cuello, que no querían guardar un poco de patria, que la querían toda sobre sus tumbas; sin embargo son muchos los que hoy se van vestidos de mar, como Alfonsina.

Se va Alfonsina, se va vestida de mar, y no le importan los peligros. ¿Y cuándo se va? ¿Y cómo se va? ¿Acaso montada en el lomo de una balsa? ¿A la buena de Dios? ¿Se va Alfonsina vestida de mar y desafiando esas aguas que se enfurecen con frecuencia? ¿Acaso no teme a las olas enormes y al mal tiempo? ¿Te vas Alfonsina? ¿Por qué te vas Alfonsina? ¿Cómo te vas Alfonsina? 

Ya no resulta buena, y mucho menos útil, esa caminata larga entre selvas, entre ríos y maleantes, pero aún son muchos los que insisten, muchos los que se largan. ¿Y por qué se van tantas Alfonsinas? ¿Por qué se van tantas y tantos? ¿Qué palabras nuevas van a buscar? ¿Acaso yes? ¿Será que se aburrieron de ese eterno “patria o muerte”? ¿Se decidió Alfonsina por la vida corriendo el riesgo de conseguir la muerte? ¿Por qué quiere Alfonsina vestirse de mar? 

¿Está cansada? ¿De cuáles cosas se cansó? ¿Del sol que nos quema? ¿Del calor? ¿Se va buscando un vientecillo? ¿Un aire menos cálido, algo más frío? ¿Será que sueña con una nevada? ¿Será que el hambre tiene la culpa toda? ¿Y cuál, de entre todas las hambres, la enoja más? ¿Acaso la del estómago cuando se pega al espinazo? ¿La del espíritu? Dime, Alfonsina, que no vas buscando otra bandera. ¿Ya no te sirve la tuya?

¿Y qué harás si llegas viva? ¿Qué pasará si llegas muerta y vestida de mar? Es probable que llegue Alfonsina vestida de olas que rompen en la costa, que se deshacen en la costa para disiparse luego y morir en la arena o el arrecife, que así sucede muchas veces en las costas ajenas, y hasta en las propias… ¿Y qué harás cuando el mar se te venga encima, cuando se junten las salpicaduras con las lágrimas? Estoy tan cursi, Alfonsina, estoy tan cursi. Es angustioso mirarte vestida de mar, violentada por olas que te alejan, que no me dejan verte…

Estoy cursi Alfonsina, tan cursi y receloso que hasta pienso en tu regreso, en un regreso obligado, en un regreso a la fuerza. Te imagino en un barco que te trae de vuelta, te imagino llorando, cabizbaja, evitando la humillación de las cámaras sobre tu rostro. Tú no querías volver, Alfonsina, tú preferías vestirte de mar. Te gastaste hasta el último centavo en ese viaje. Tú no querías volver, que para eso vendiste tu casa, esa casa que te costó tanto levantar, pero la vendiste para hacer el viaje.

¿Nunca imaginaste que aquel guardacostas te iba a divisar, desde allá lejos? ¿Quién te lo iba a decir? Tan grande el mar, Alfonsina, tan pleno y ancho, tan vasto, y el guardacostas tuvo que poner los ojos sobre ti, sobre tu triste balsa, sobre esa balsa ya deshecha en menudos pedazos. Tu balsa desmenuzada sobre el mar, mascada por el mar, y aun así el guardacostas te divisó; te divisó a ti que no ibas en un yate amplio y ostentoso, a ti que no llevabas radares para detectar la cercanía de intrusos…, a ti que no conseguiste algo más allá de esa balsa para recorrer las 90 millas que te separaban de tus sueños. ¿Por qué a ti Alfonsina? 

¿Por qué, Alfonsina, tuvieron que tragarte las aguas? ¿Y tú, Gertrudis, no escarmientas? ¿Por qué te arriesgas José María? ¿Por qué tantos se arriesgan? ¿Por qué Juan, por qué Pedro, María, Estela? ¿Por qué tantos se fueron? ¿Por qué tantos se siguen yendo? 

¿Por qué insisten tantos, aun sabiendo que el viaje no es únicamente un desplazamiento, o un cambio de lugar? El viaje es también una manera de renunciar. El viaje, la escapada, es aquiescencia, es una de las formas del acatamiento. Sí, de un acatamiento que tributa a la permanencia de los comunistas en el poder. El viaje es, quizá, un camino recto, es independencia, improvisación, y algunos hasta se suponen bendecidos, pero otros viajes resultan muy sinuosos, como el de nuestros viajeros últimos. 

Nuestros viajes no están del todo cotizados, nuestros viajes aumentan los costos en cada segundo. En nuestros viajes, al menos en los de hoy mismo, no hay selfies en los que aparecemos delante del Coliseo romano con el rostro cándido o hundido el cuerpo en la arena de alguna playa. Nuestros viajes, en gran mayoría, terminan en exilios, y muchas veces en muertes.

María Zambrano, que sabía mucho de eso, nos advirtió que no existía nada que reparara el exilio; ni el regreso y los honores, ni siquiera los afectos. Para María el exilio era un espacio virgen y salvaje, un espacio sin límites y, lo que me parece mucho más aterrador, sin puntos de referencias; un desierto abrasador, un invierno gélido a la intemperie y sin reparo posible. 

El exilio, también aseguraba María, es intemperie, pero aun así nos arriesgamos los cubanos. El exilio, el viaje hacia el exilio, no es siempre “el lugar donde tan bien se está”. Y no sé por qué ahora, a punto de cerrar, pienso en Lezama Lima, ese viajero inmóvil. Quizá lo mejor sería un viaje interior; algo más reparador, y sugerente, que advierta las diferencias entre lo posible y lo necesario. Cuba podría agradecerlo.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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