MIAMI, Estados Unidos.- Debe haber sido durante los años ochenta que el castrismo autorizó al villano más intelectual de su camada, Carlos Rafael Rodríguez, para que juzgara, peyorativamente, una circunstancia que los viejos comunistas cubanos conocían al detalle: los desmanes del estalinismo, su culto a la personalidad, los crímenes cometidos en su nombre.
Castro tiene que haberse sentido muy fuerte en su sitial pro-soviético, para que aquel comisario denostara públicamente sobre la historia tenebrosa de un país que le subvencionaba todas sus fechorías nacionales e internacionales.
En el Instituto del Libro, donde yo trabajaba a la sazón, circuló, discretamente, la biografía de Stalin, escrita por Isaac Deutscher, que el presidente de la institución había comprado en España para consumo de la parte instruida de la nomenclatura gobernante.
Por entonces, el escritor Reynaldo González se ocupaba de editar la obra escogida de Carlos Rafael Rodríguez y me refirió cómo el burócrata se sentía algo liberado en su conciencia cuando pudo lidiar, abiertamente, con los crímenes de Stalin, si mal no recuerdo, en una entrevista aparecida en “El Caimán Barbudo”.
Toda la caterva ideológica del partido colocaba el horror de los millones de muertos del estalinismo como un error inevitable del pasado, que no volvería ocurrir, y encomiaba el deshielo antiestalinista acometido por su sucesor Nikita Khrushchev, quien adoptó al dictador cubano como su hijo putativo en el distante pero estratégico Caribe.
Sergey Loznitsa es un director de cine ucraniano que no coincide con ese ardid, largamente acariciado por la izquierda internacional, de que el estalinismo fue una aberración del comunismo, luego remediada por Khrushchev sin considerar que, tres años después de haber tomado el poder, acabaría, con saña, la primera revuelta anticomunista en la valiente Hungría de 1956.
Loznitsa tiene a su haber una serie de documentales que ilustran sobre la maldad intrínseca del comunismo porque, según él, no es un asunto del pasado, sino que la conexión con el presente resulta obvia.
En el año 2019, el director estrenó en el Festival de Venecia su estremecedor documental “State Funeral” (Funeral de Estado), que por estos días presenta la plataforma de cine de arte MUBI y luego recorrerá otros sitios similares.
Quiero imaginarme los sofisticados y ajenos espectadores de aquella velada en Italia, generalmente inclinados a la izquierda, asistiendo, en primera fila, al funeral de cuatro días dispensado al monstruo de Stalin, cuando falleció en marzo del año 1953.
Deben haber considerado aquel aquelarre visual de pompas, flores, discursos petulantes, militares taciturnos, música clásica cercana a la muerte, personas aterradas llorando, desconsoladamente, como un “performance” algo surrealista y distante.
Las virtudes cinematográficas desplegadas por Loznitsa, sin embargo, los colocaba ante una realidad irrebatible, el pasado tenebroso de la izquierda en arrebatadas honras fúnebres, a una de sus figuras más influyentes y siniestras.
Es la misma ideología que ahora se abre paso transfigurada en cenáculos de champagne y caviar, así como en protestas callejeras, mediante nuevas versiones de manuales que siguen intentando obnubilar las entendederas de las llamadas “masas” populares, como es su costumbre.
Loznitsa encontró el material que utiliza en “State Funeral” impecablemente conservado en archivos rusos porque la película que originalmente debía haber glosado las exequias del criminal nunca llegó a realizarse.
Son dos horas y catorce minutos lo que se extiende el metraje del documental, desde que informan por altavoces sobre las causas de la muerte de Stalin, de manera luctuosa, hasta que lo colocan, cuatro días después de pavorosas ceremonias, por toda la gran nación, en el mausoleo donde ya reposaba su antecesor y mentor, el no menos artero Lenin.
Antes del culto en el Kremlin, donde Khrushchev sirvió de maestro de ceremonias entre los jerarcas del partido que luego descabezó, para asumir el poder hasta 1964, el documental incursiona en otras regiones de la vasta Unión Soviética, donde poblaciones de los más diversos orígenes étnicos se ven obligadas a rendirle pleitesía al hombre que les había diezmado su cultura original para crear una falacia nacional de unidad proletaria.
Por suerte, no solamente se conservaron las imágenes de tal pesadilla, sino grabaciones de ridículos locutores y declamadores tratando de lidiar con el “genio más grandioso de la humanidad” que es como menos lo distinguen en sus ditirambos insólitos, algunos dictados por el miedo, y otros por el amor aberrante al líder implacable.
La puesta en escena y su correspondiente verborrea, aunque con más recursos y excesos, pero dictada por el mismo dogma represivo sin margen para el disenso ni la alternativa, mucho recuerda las catilinarias fidelistas, alentando el sacrificio, luchando contra el enemigo y cifrando en el futuro la sociedad perfecta, igualitaria, dictada por la utopía comunista. Poca diferencia entre el castrismo y el estalinismo, el mismo oscuro guión.
“State Funeral” es un documental que debiera ser incluido en programas de estudio y es increíble que no se haya estrenado, como es debido, en Miami, donde abundan tantas víctimas del comunismo.
Recientemente una mujer que dice ser cantante y está sentimentalmente involucrada con Elon Musk, el segundo hombre más rico del mundo, afirmó que el uso de la Inteligencia Artificial (IA) nos llevaría al comunismo, sin pasar por las granjas agrícolas de trabajos forzados.
Inmersa en su enfermiza estupidez, Grimes afirma que la llamada IA nos conduciría a un mundo donde nadie trabaje, todos tengan lo necesario para vivir confortablemente, la agricultura pudiera automatizarse y la corrupción sistemática fuera erradicada, para acercarnos, lo más posible, a la “genuina igualdad”.
“La Inteligencia Artificial puede proveer todo lo que las personas aman sobre el comunismo, sin la agricultura colectiva”, termina diciendo Grimes, a quien le vendría bien una proyección de “State Funeral”, en su paraíso terrenal.
Cine Cubano en Trance con Alejandro Ríos.
Dilucidar la isla y su cultura a partir del séptimo arte que la denota. La intensa quimera de creadores, tanto nacionales como foráneos, que no cesan de manifestar una solidaria curiosidad por tan compleja realidad, es parte consustancial de esta sección.
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