LA HABANA, Cuba.- Los gobernantes cubanos hacen todo cuanto está a su alcance para convencer a sus ciudadanos, especialmente a los jóvenes, de que el único futuro viable para la isla es el socialismo de los hermanos Castro. Parece no bastarles con la enmienda constitucional que refrendó el carácter inamovible del actual sistema socialista.
En semejante labor de corte proselitista descuella en los últimos tiempos el historiador y ensayista Enrique Ubieta, uno de los talibanes de línea dura en el panorama cultural de la isla.
En su edición del pasado 7 de julio, el periódico Granma publica una entrevista con Ubieta bajo la interrogante de “¿Es posible unir lo mejor del capitalismo y el socialismo?”. La respuesta del entrevistado resulta negativa, y tras aseverar que el capitalismo “siempre es salvaje”, tampoco acepta la existencia real de un centrismo político o una tercera vía.
En el caso cubano, Ubieta identifica el falso centrismo con el reformismo. Según él, reformistas fueron en el siglo XIX los autonomistas y los anexionistas, y hoy son aquellos que, alentados desde el Norte, “pretenden una vuelta al capitalismo”.
Y el punto culminante en el protagonismo de este misionero de nuevo tipo lo observamos este 28 de septiembre, cuando fue presentada en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García —donde se forman los futuros diplomáticos del castrismo— la segunda edición del libro Cuba: ¿revolución o reforma?
A aquellos que no han leído aún la primera edición de este libro, publicada en 2012, le informamos que se trata de una compilación de pequeños ensayos de Ubieta aparecidos a partir del año 2000, y que tienen como denominador común, según las palabras del autor, “abordar el debate cultural en torno a la Revolución cubana”.
Sin embargo, desde las primeras páginas del libro, Ubieta retoma el análisis de lo que pudiéramos considerar una de sus obsesiones: la confrontación entre revolucionarios y reformistas. Para el ensayista, estos últimos, a quienes identifica nuevamente en el siglo XIX con la labor de autonomistas y anexionistas, “aceptan como inevitable o deseable la subordinación de Cuba a poderes externos”. Por el contrario, estima que “el espíritu revolucionario ha sido independentista y creador”.
Es decir, que la única manera de preservar la soberanía e independencia de Cuba consistiría en abrazar el espíritu revolucionario, ese al que Ubieta hace corresponder con el actual estado de cosas en la isla.
Mas, en vano desandamos las páginas del libro tratando de hallar la opinión de Ubieta sobre el periodo de sovietización de la vida cubana (1972-1986), cuando su tan cacareado espíritu revolucionario coexistió con el papel de satélite que desempeñó la isla bajo la órbita de Moscú. Claro, no hay explicación lógica de esa etapa que no eche por tierra la tesis de este, más que historiador, un ideólogo de la historia.
¿Estaremos acaso a las puertas de un intento oficialista por borrar la etapa de la sovietización de la más reciente historia de Cuba? En realidad no sería la primera laguna que, sobre temas que le resultan escabrosos, exhibiría la historiografía castrista.
Por lo pronto, el señor Ubieta contribuye a distraer la atención de los futuros diplomáticos hacia otros asuntos menos tristes y pesarosos para la cúpula del poder.