LA HABANA, Cuba.- En días pasados, en ocasión de encontrarme en la fraterna Costa Rica, conocí la noticia: Siete de los once miembros del Grupo de los 75 que se encuentran en Cuba por haberse negado a exiliarse, fueron autorizados por el régimen castrista para que puedan realizar una única salida al extranjero.
Se trata de una evidente mueca dirigida al gobierno de Estados Unidos con ocasión de la inminente visita del presidente Barack Obama a nuestro país. La circunstancia de que las autoridades hayan negado el permiso de viaje a un cuarteto de los injustamente sancionados, representa sólo una arbitrariedad adicional de los comunistas criollos, que siempre están procurando crear fricciones entre quienes se les enfrentan.
¿Por qué ahora han negado ese beneficio a los destacados luchadores José Daniel Ferrer, Iván Hernández Carrillo, Librado Linares y Ángel Moya Acosta? Al respecto sólo podemos especular, pero el carácter discriminatorio de la decisión se pone claramente de manifiesto si comparamos los casos de los hermanos de lucha Félix Navarro e Iván Hernández Carrillo. Ambos militan en un solo partido y realizan las mismas actividades. Sin embargo, a uno le permiten viajar y al otro no. Una arbitrariedad más.
El propósito de provocar roces entre estos valientes opositores se puso de manifiesto desde antes, con motivo del Premio Homo Homini, otorgado en Chequia a los once por la prestigiosa organización People in Need. En aquel momento, los castristas echaron a rodar una especie: a los laureados les había resultado imposible ponerse de acuerdo para nombrar a quien reciba el galardón. Como me aclaró mi hermana de causa Martha Beatriz Roque: “No nos hemos reunido para decidir ese asunto. ¿Cómo es posible entonces que se diga que no logramos llegar a un acuerdo!”
Al hablar del tema con mi amigo Ángel Moya —uno de los cuatro discriminados de ahora—, le comenté que, en caso de presentarse múltiples candidaturas con ese fin (algo natural dentro de un grupo de demócratas como ése), existe un método —diseñado y empleado en Australia— que permite determinar quién es el candidato que goza de mayor consenso.
Como el mismo Moya me exhortó a divulgar en qué consiste ese procedimiento, paso a hacerlo. Éste fue concebido por el científico Thomas Hare. Aunque existen diferentes modalidades en su aplicación, es probable que la forma más sencilla de explicar su uso sea la siguiente: La lista de los candidatos es presentada a los votantes, quienes están obligados a sufragar por todos y cada uno de los postulados. La diferencia entre unos y otros estará dada por su orden de prelación.
O sea: que, al elegir, cada votante debe ordenar los candidatos según sus preferencias. Si hay —digamos— diez postulados, debe marcar como número uno a su primera opción; a la siguiente como dos; y así sucesivamente, hasta asignar el número diez —el último— al aspirante que menos le agrade. Al hacer el escrutinio, en cada boleta se le asignarán diez votos al candidato marcado como número uno; nueve al escogido en segundo lugar; y así sucesivamente, hasta asignar un solo voto al número diez.
Al hacerse el cómputo total de los sufragios, quien alcance el mayor número será sin dudas aquel con respecto al cual exista un mayor grado de consenso entre todos los participantes. Este ingenioso sistema, cuya validez está matemáticamente demostrada, tiene también la virtud de que nadie puede alegar que alguien dejó de votar por él o ella. Quien no sufrague por alguno de los candidatos, anulará su boleta. Claro, lo que sí puede hacer es marcarlo en último lugar… Gracias a sus características, el método resulta especialmente apropiado para seleccionar entre compañeros de partido e ideales.
Cuando se trata de los castristas, siempre conviene aplicar el refrán: “piensa mal y acertarás”. Es probable que la inusitada autorización para salir del país otorgada a siete de los miembros del Grupo de los 75 sea sólo una treta más del régimen, enfilada a provocar enfrentamientos entre los potenciales viajeros. Cada uno de ellos tiene —sin dudas— méritos suficientes para representar a sus compañeros en Praga, pero es de presumir que sólo uno o una pueda asumir ese papel.
Si ése fuera el caso, y si el método Hare sirve para encontrar una solución justa a ese diferendo, entonces debo sólo expresar mi admiración por ese matemático australiano que lo diseñó, y felicitarme por haberlo explicado.