LA HABANA, Cuba. – Por estos días, hace 60 años, Fidel Castro efectuaba su primera visita a Venezuela, en lo que fue también su primer viaje al exterior como gobernante.
Fidel arribó a Caracas el 23 de enero de 1959 acompañado por una numerosa comitiva. Hacía solo quince días de la entrada del líder revolucionario en La Habana, una semana después de la huida del dictador Fulgencio Batista.
Enfrascado en lo que llamó la Operación Verdad, Fidel Castro, autoproclamado primer ministro, además de Comandante en Jefe, trataba de convencer al mundo de que eran patrañas de la prensa internacional, en especial la norteamericana –“una campaña mediática contra la revolución”, como dirían ahora-, las informaciones sobre los juicios sumarísimos y los fusilamientos de cientos de soldados y policías del anterior régimen.
La visita a Venezuela constituyó un éxito, a pesar de los malos augurios de un trágico accidente ocurrido en la pista del aeropuerto de Maiquetía, cuando la hélice del avión le arrancó la cabeza de cuajo a Francisco “Paco” Cabrera, un comandante del Ejército Rebelde que corría nervioso a ocupar posiciones para proteger a Fidel Castro.
En Venezuela, donde exactamente un año antes, el 23 de enero de 1958, un movimiento cívico-militar había derrocado al dictador Marcos Pérez Jiménez, el líder revolucionario cubano fue acogido como un ídolo. Una fascinada multitud escuchó, a pie firme y aplaudiendo, el discurso de siete horas del barbudo revolucionario.
La agenda de Fidel Castro en Caracas fue agotadora. Pero más agotados estuvieron los encargados de protegerlo, quienes, a pesar de la simpatía mostrada por los venezolanos, creían ver potenciales asesinos a cada paso.
Como muestran algunas fotos tomadas por Raúl Corrales, quien integró la comitiva, los guardianes del Comandante, todo barbudos, de aspecto montaraz, con sus desaliñados uniformes verde olivo de campaña y las armas siempre al alcance de la mano convirtieron la embajada cubana en Caracas en una réplica de los campamentos guerrilleros de la Sierra Maestra.
Unos años después, luego de que Fidel Castro incluyera al presidente Rómulo Betancourt, su antiguo anfitrión, en la lista de sus más odiados enemigos, los venezolanos volverían a ver a los soldados cubanos, ya sin barbas y en son de guerra, desembarcando por Machurucuto para internarse en los montes de Falcón, Yaracuy y Lara, donde el fusilado por sus jefes en 1989 Arnaldo Ochoa, se ganó el nombramiento de Subjefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
¿Quién hubiese supuesto que medio siglo después del descalabro, los militares y segurosos cubanos, por miles, estarían hasta en la sopa en Venezuela, asesorando en la represión contra los opositores, para apuntalar al desfachatadamente ilegítimo régimen de Nicolás Maduro?
Nadie pudo imaginar a qué se refería Fidel Castro cuando, en aquel discurso de siete horas en Caracas, agradeció a los venezolanos su acogida y las armas que le había enviado el almirante Larrazábal a la Sierra Maestra, cuando, a cambio, nada habían recibido de él.
Además de subversión y guerrillas, recibirían 40 años después su apadrinamiento a Hugo Chávez, quien convertiría a Venezuela en la sustituta de la Unión Soviética para subsidiar al régimen castrista en su momento más crítico.
La llegada de Hugo Chávez a la presidencia, tras un fallido intento golpista, gracias al hastío de los venezolanos con la politiquería y la corrupción de adecos y copeyanos, fue la consumación de la conquista de Venezuela por el castrismo, que se inició el 23 de enero de 1959, cuando Fidel Castro, sonriente y saludando, pisó la pista del aeropuerto de Caracas.