LAS TUNAS, Cuba. — El pasado viernes, el viceprimer ministro de Rusia, doctor Yuri Ivánovich Borísov (1956), quien fuera entre 2012 y 2018 viceministro de Defensa e Industria Espacial, visitó La Habana, Cuba. Antes había pasado por Managua, Nicaragua, y por Caracas, Venezuela, donde sostuvo reuniones con los gobernantes de esos países. El doctor-mariscal Borísov no visitó Argentina ni Brasil porque, personalmente, los presidentes democráticamente electos de esos países fueron a reunirse con Putin en Moscú.
Por coincidencia histórica, Borísov llegó a La Habana el pasado 18 de febrero, 62 años y cinco días de que un colega suyo, Anastás Mikoyán, antiguo viceprimer ministro de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), firmara el primer convenio comercial y de crédito Cuba-URSS cuando todavía entre los dos países no existían relaciones diplomáticas. El acuerdo estuvo precedido por un “comunicado conjunto cubano-soviético” en el que las dos partes “consideran que la consolidación de la paz mundial depende, en notoria medida, del desarrollo de la más amplia y efectiva colaboración internacional”.
Firmado el 13 de febrero de 1960 por Anastás Mikoyán y Fidel Castro, el convenio comercial estipulaba que la URSS compraría en 1960 a Cuba 425 mil toneladas de azúcar en adición a las 575 mil toneladas ya adquiridas y que se embarcarían ese año, así como un millón de toneladas para embarcar anualmente en los próximos cuatro años (1961-1964), azúcar que la URSS pagaría a Cuba el 20% en dólares estadounidenses y el resto con mercancías, pudiendo adquirir los cubanos equipos soviéticos, maquinarias e implementos mecánicos, petróleo y sus derivados, trigo, papel, metales ferrosos y no ferrosos, productos químicos y otras mercaderías.
Rubricado también por Mikoyán y Fidel Castro el 13 de febrero de 1960, el convenio sobre crédito concedía al “Gobierno de la República de Cuba un crédito por valor de 100 (cien) millones de dólares EE.UU. (un dólar contiene 0.888671 gramos de oro puro) al interés del 2,5 por ciento anual”, decía el artículo 1 de ese documento crediticio, que tenía un plazo de 12 años para amortizarse, con cláusulas blandas, y que fuera el iniciador de una retahíla de dadivas otorgadas por los soviéticos al régimen castrocomunista, a cambio de la posición estratégica de Cuba, a sólo 90 millas de Estados Unidos.
Pero esas regalías comenzaron a difuminarse el 11 de septiembre de 1991, cuando Mijaíl Gorbachov anunció la retirada de los 7 000 efectivos militares soviéticos instalados en Cuba desde la Crisis de los Misiles.
Aunque, técnicamente, la Federación de Rusia es la heredera de la URSS, conocido es que esa herencia concierne a bienes, patrimonios y títulos (como los de deuda), no a sucesiones de carácter político. En ese sentido, tal pareciera que el presidente ruso Vladimir Putin —abogado de profesión y exagente del KGB — ha confundido el alcance de legatario de Rusia respecto a la URSS. Tal pareciera que, por el hecho de poseer armas nucleares estratégicas, Putin quisiera que la Federación Rusa jugara el papel de la extinta URSS en las relaciones internacionales. Con ese propósito, ingentemente, busca aliados para enfrentarlos a Estados Unidos.
Pero si la extinta URSS desde 1960 y hasta su desaparición invirtió miles de millones de dólares para hacer de Cuba su aliado estratégico frente a Estados Unidos, hoy Putin, en plena efervescencia de la crisis de Ucrania, se está haciendo de socios, y a muy bajo costo. En el caso de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua se pudiera comprender esa adhesión al mesianismo prosoviético de Putin por el viejo refrán que dice “dime con quién andas y te diré quién eres”. Incluso, se pudiera comprender el apego del presidente de Argentina al caudillo ruso por su devoción por la “revolución cubana”. Pero… ¿qué tiene que ver Brasil con la Rusia prosoviética?
El gobernante ruso está rodeándose de “amigos” latinoamericanos a los que habría que advertir que “si el presidente Putin cometiera el catastrófico error de cálculo por violar aún más la soberanía de Ucrania, los aliados deben implementar una respuesta integral que ataque al corazón de los intereses estratégicos de Rusia”, tal y como aseguraron el pasado sábado el primer ministro británico Boris Johnson y el canciller alemán Olaf Scholz.
Los presidentes de Argentina y Brasil no fueron de balde a Moscú, como de balde no vino a Managua y La Habana el viceprimer ministro de Rusia, doctor Yuri Ivánovich Borísov, que no es un vice cualquiera, sino un militar y político muy bien preparado, incluso, técnicamente más calificado que Putin. Y si los aliados responden al exoficial operativo del KGB Vladimir Putin con un “ataque al corazón de los intereses estratégicos de Rusia”, los señores gobernantes Alberto Fernández, Jair Bolsonaro, Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel debían saber que, en caso de una confrontación con Rusia, Estados Unidos y la OTAN tomarán como “intereses estratégicos” del adversario a Argentina, Brasil, Nicaragua, Venezuela y Cuba. Bajo esa apreciación de hostilidad manifiesta, o presunta, serán tratados.
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