LA HABANA, Cuba. — Ha muerto en La Habana, a los 85 años, el etnólogo, escritor y folklorista Rogelio Martínez Furé, un acucioso investigador de las influencias africanas en la cultura cubana.
Martínez Furé, que en 1962 fue uno de los creadores del Conjunto Folklórico Nacional, recibió numerosas distinciones y el Premio Nacional de Literatura en 2016. Pero en la década de 1970, durante el llamado Decenio Gris, fue represaliado por ser religioso y homosexual.
En 1971, junto con Pepe Carriles y los hermanos Carucha y Pepe Camejo, Martínez Furé fue víctima del capítulo del Decenio Gris conocido como el Quesadato, por Quesada, el apellido del teniente que con sus métodos draconianos casi consiguió acabar con el Guiñol Nacional y el teatro cubano en general.
El teniente Quesada era un energúmeno uniformado que, en el cumplimiento a rajatabla de la voluntad del Máximo Líder —o lo que él interpretaba como tal—, no disimulaba sus prejuicios raciales y antirreligiosos.
Para el teniente Quesada, en sus funciones de comisario de la Revolución y en consonancia con el ateísmo de Estado por entonces imperante y que duraría hasta bien entrados los años 80, todo lo que tuviese que ver con los credos de origen africano era “brujería, atraso, cosas de negros”. En consecuencia, de los muñecos y títeres del Guiñol que el teniente Quesada ordenó quemar, en el mejor estilo nazi, los primeros en arder fueron los que representaban a orishas y otros personajes de los patakines y que se utilizaban, entre otras obras, en Ibeyi Añá, escrita por Martínez Furé, con música incidental de Héctor Angulo y cantos litúrgicos afrocubanos.
Por cierto, Ibeyi Añá, que fue la primera obra para niños que trató el tema de los orishas, desde que fue estrenada en 1968 por el Teatro Nacional de Guiñol, no ha vuelto a ser repuesta ni forma parte del repertorio de ningún grupo teatral cubano.
Quesada, un represor pirómano, inculto, prejuiciado, interrumpió el valioso trabajo que desarrollaba Martínez Furé desde hacía nueve años en el Guiñol Nacional, donde asesoraba a los Camejo y a Pepe Carriles en las obras de tema afrocubano, componía música incidental para ellas, cantaba acompañado por los tambores batá de Jesús Pérez y daba clases de canto y baile a los artistas.
Martínez Furé, aunque no dejó de estudiar y escribir sobre la cultura africana, permanecería durante muchos años condenado al ostracismo.
Sin embargo, el cinco de enero de 2016, entrevistado por el cantautor Amaury Pérez en su programa televisivo Con dos que se quieran, Martínez Furé no hizo alusión a las represalias que sufrió durante el Decenio Gris. Amaury Pérez no le preguntó, ni siquiera hizo el ademán de darle un pie forzado, para que le entrara al tema. Y Martínez Furé, ya rehabilitado, tal vez para no volver a buscarse problemas con los mayorales —que no han cambiado tanto como quieren hacer creer— prefirió irse por otros rumbos: hablar de su natal Matanzas, hacer gala de su erudición en el tema afrocubano y emprenderla contra la vulgarización de las religiones de origen africano, la proliferación de hijos de Orunmila, los diplo-babalaos y lo que calificó de “jineterismo seudocultural”.
Fue como si hubiese perdonado todos los agravios de aquel tiempo de infamia y no valiese la pena recordarlos. Lástima de ocasión perdida para, ahora que tanto se habla de acabar con el racismo y tan poco se hace al respecto, por muchas comisiones y cofradías que existan, Martínez Furé hubiese hablado claro y señalara que no solo hubo homofobia y represión ideológica en el Decenio Gris, sino que, al menos en el Quesadato, también hubo un componente antirreligioso y de racismo antinegro.
La explicación del silencio de Martínez Furé sobre el Decenio Gris vino menos de 24 horas después de la salida al aire del programa televisivo, el 6 de enero de 2016, cuando se anunció que se le había concedido el Premio Nacional de Literatura “por sus aportes a la cultura cubana y su labor descolonizadora”.
El Premio, que le han ido otorgando poco a poco a los represaliados rehabilitados del Quinquenio Gris, Martínez Furé se lo merecía con creces. Probablemente decidió no arriesgarlo por ponerse quejoso y majadero con los errores y los horrores del pasado. Por suerte —no era su estilo— no exageró en la mansedumbre, como hacen hoy algunos vividores y sulacranes con amnesia que han recibido el Premio y elogian “las políticas culturales de la revolución”, firman cuanto panfleto les ponen por delante y hasta les piden a los orishas ashé para los mayimbes.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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