MIAMI, Estados Unidos.- El 10 de diciembre de 1948 la Organización de Naciones Unidas (ONU) dejó plasmado en un documento histórico conocido como Declaración Universal de los Derechos del Hombre los fundamentos básicos para una convivencia armónica entre los seres humanos. Desde entonces han transcurrido 70 años. Sin embargo, por la vigencia de los 30 artículos que la componen continúa siendo la piedra angular de las libertades fundamentales. Lamentablemente, en su afán por ejercer su dominio autoritario, una vez en el poder algunos gobernantes han hecho caso omiso a estos principios esenciales de libertad y justicia, traicionando a sus pueblos, y traicionándose a ellos mismos en su decencia y en su dignidad.
Son éstos los casos de Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Y es el caso de Cuba, la más longeva de las tiranías de nuestro hemisferio, una nación que al triunfo de la revolución de Fidel Castro, a pesar de la afectaciones derivadas de gobiernos anteriores que no fueron ejemplo de honradez, y de otra dictadura sin sentido, se encontraba entre los países de América Latina con los más altos índices de progreso y de estabilidad económica y social. Sin embargo hoy, a pocos días a arribar a las seis décadas de la imposición de la feroz y aniquiladora tiranía, se encuentra en el pozo de la desesperanza y en la más espantosa miseria. Es el caso de Cuba, donde desde hace casi 60 años, entre otros derechos, hemos perdido el de la libertad de opinión y de expresión, recogidos en el artículo 19 del documento de la ONU citado en el párrafo anterior, que incluye también el derecho a no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. Y se ha perdido el derecho a circular libremente, a entrar y salir del país sin que para conseguir ese propósito la persona interesada tenga que someterse a la voluntad caprichosa de las autoridades gobernantes; el de la libertad de reunión y de asociación pacíficas; el derecho a no ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado; el de no ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. Se ha perdido el derecho a la libre elección de un trabajo, al disfrute de condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
Ante esta situación de violaciones sistemáticas a los derechos de la persona humana, lo cual constituye a un mismo tiempo, por ser Cuba miembro de la Organización de las Naciones Unidas, violaciones al derecho internacional, muchos de los que ansiamos la libertad de nuestro país veríamos con agrado que, en un esfuerzo común, instituciones religiosas, humanitarias y gobernantes democráticos de todo el mundo emplazaran enérgicamente al gobierno de Cuba para que sin pérdida de tiempo diera inicio a una apertura política, económica y social con todas las garantías, comenzando con la excarcelación inmediata e incondicional de la totalidad de los presos políticos. Y se convoque a un proceso de elecciones libres, pluripartidista, con participación de todos los cubanos de dentro y fuera del país, supervisado por especialistas de organismos internacionales.
La libertad es derecho de todos. Y es obligación de todos contribuir para que ese derecho no sea violado. Durante su visita a la Isla caribeña el Santo Padre Juan Pablo II proclamó: “Que Cuba se abra al mundo, y que el mundo se abra a Cuba”. No hay otra alternativa. Hay que seguir luchando -¡y hacerlo con coraje y con urgencia!- por conseguir que se descorran los cerrojos del autoritarismo y de la opresión, de modo que a quienes disponen de todos los recursos para propiciar una salida sin violencia no les quede otra opción que aceptar soluciones adecuadas , soluciones amplias, sensatas y transparentes en beneficio de nuestro pueblo. Sólo después de que cese la humillación a la persona humana, la explotación despiadada y sin escrúpulos y se abran de par en par las puertas de la libertad, del derecho y de la justicia, y la nación cubana haya logrado salirse del inmovilismo político y del asfixiante clima de enajenaciones que durante tantos, tantos años ha convertido a la Patria de José Martí en uno de los países más desdichados de América Latina, habrá razón para que los cubanos podamos sentirnos felices y orgullosos de nuestro destino.
Hay que apretar el puño de la dignidad. Golpear con la fuerza de la razón y de la verdad, en gesta universal, de manera que la inevitable e impostergable transición hacia la democracia pueda llevarse a cabo por medios pacíficos. No hay posibilidad más aleccionadora, ni más oportuna, que obligar a que se ponga fin a tan obligado período de arbitrariedades y violencia gubernamental. Estoy seguro de que, ante esta realidad, los cubanos sabremos emprender el camino de la reconstrucción nacional con acierto y con amor, con generosidad y optimismo. Es hora de que se ponga fin a tanto sufrimiento impuesto por la arrogancia vil, las ambiciones mezquinas y la cobardía.