LA HABANA, Cuba. – La ley electoral cubana prohíbe hacer campañas políticas (artículo 171 y 172). Para Fidel Castro la “politiquería” estaba prohibida. No obstante, la campaña gubernamental de cara al referendo alcanzó dimensiones nunca vistas. Las redes digitales, el transporte público, los centros de trabajo y estudio, cada espacio disponible fue ocupado con carteles “Yo Voto Sí”. La radio y la televisión interrumpían la programación con spots, cortos animados, videoclips, etc. Hasta el propio presidente elegido a dedo hizo campaña por todo el país. Un momento especialmente macabro del desenfreno propagandístico era la frecuente retransmisión de un fragmento de un discurso de Fidel Castro en el cual hablaba del 24 de febrero como si se refiriera a este domingo.
Adultos y niños fueron utilizados por igual. Daba pena ver a artistas admirados y talentosos que en un país democrático tendrían garantizada una carrera sólida. Aunque quizás algunos, ya en el interior de la urna, votaran dignamente, en público no se atreven a negarse porque saben que, bajo el totalitarismo cubano, el que venza su miedo y por principios se niegue al chantaje de la dictadura o alce su voz contra ella, es condenado al ostracismo o reprimido violentamente. Recordemos a los grandes Dulce María Loynaz, Virgilio Piñera, Pedro Luis Ferrer, Ana Luisa Rubio, Wendy Guerra, y muchos otros.
La envergadura de la campaña por el sí evidenció un gran temor al resultado contrario. En las redes sociales, a pesar de los diligentes empleados del régimen, predominó el “No”. Similar opinión se observaba también en las calles, a pesar de que quien lo manifestara públicamente podía ser reprimido o encarcelado. Los partidarios del “No” (como José Daniel Ferrer, líder de la UNPACU) eran llamados delincuentes, traidores, fuertemente reprimidos y no tuvieron acceso a los medios masivos ni a recursos legales para explicar la importancia de elegir esta opción.
El descontento se agravó tras el tornado del 27 de enero en La Habana. Y aunque se notó la premura del gobierno por revertirlo, ni siquiera por eso manejaron la situación correctamente. En lugar de proporcionar la ayuda con la urgencia requerida, se dedicaron a bloquear la asistencia individual para acaparar todo el crédito y a hacer propaganda con los pocos a los que ayudaron.
Como siempre que hay un desastre, representantes del gobierno aparecieron en tropel en las zonas afectadas, pero no para ayudar a los damnificados, sino para intimidarlos con su despliegue de militares y funcionarios. Regla, por ejemplo –donde Díaz-Canel y su comitiva fueron abucheados–, en pocas horas se llenó de militares y actores del policíaco Tras la Huella, supuestamente para “reconstruir” y “dar ánimo”.
Otra característica de la propaganda fue que hacía creer que el texto ya estaba aprobado. Funcionarios y medios oficialistas se referían al proyecto como “la nueva Constitución”. Esto provocó que muchos decidieran no presentarse a las urnas por considerar este referendo “una jugada cantada”. Desgraciadamente, en este caso la abstención favorece al régimen, pues lo que se toma como el 100 % no es la totalidad de los votantes de la isla, sino el total de votos válidos.
Los gobernantes y sus instrumentos podrán cacarear que su Constitución fue hecha “para todos”. Sin embargo, cualquiera con un mínimo de cultura política al leerla notará por qué esto no es cierto. Amén de ensalzar al dictador Fidel Castro, excluye a cualquier partido que no sea el comunista (artículo 5). Establece la pena de muerte para la traición a la patria, pero sin aclarar qué acciones constituyen el delito (artículo 4). En el artículo 55, otorga libertad de prensa en la primera oración para quitarla en la segunda y rematarla en el segundo párrafo.
En este referendo tampoco fue considerada la voluntad de todos: de los miles de cubanos que viven en el exterior, solo votaron los supuestamente leales al régimen. No es difícil deducir que, si un cubano ha abandonado definitivamente la isla, probablemente no está de acuerdo con el texto, y por lo tanto votaría “No”. Asimismo, el documento ignora temas imprescindibles en una Constitución “de su tiempo”, como los derechos animales, el matrimonio igualitario, la elección directa del presidente, o la abolición del servicio militar obligatorio.
“Siempre hay inescrupulosos que aprovechan este tipo de situaciones”. Así me decía este domingo un vecino: “Fíjate, las personas decentes están tranquilitas en sus casas. ¿Quiénes están dando la nota? El ladrón y la escandalosa de la cuadra, con música altísima desde tempranito, fogata con caldosa en la acera, profanando la bandera cubana colgada en el portal, y para ‘taparse’, un cartelito de ‘Sí por Cuba’ en el muro del edificio”.
“Yo me siento satisfecho”, me dice otro. “Podrán haber cantado el sí, como todo lo que hacen es un descaro. Pero me queda la satisfacción de que no fui cómplice, porque yo voté NO sin miedo”.