VILLA CLARA, Cuba.- “Efectivamente, queridos compatriotas”, musitaría Randy Alonso a sus inefables de la Mesa Redonda de la Televisión Cubana, “lo que más temíamos, sucedió”. Cuando casi se ha ido del parque el caudillo que una vez “mandó a parar” ha retornado la debacle, y para comprobarlo, basta leer su último ditirambo en la prensa.
¿Oiremos musiquita rupestre del Cantor del Pueblo, convocando a iniciáticos actos de repudio con aquello de “dale Fidel, al enemigo, duro con él”?
Un enjambre de contenidos ajenos al cuadro insular pos-huracán, típico de “ocambo” delirante, tira por las aristas. Porque no incluye el rechazo en Ginebra a la propuesta cubana en temas de derechos humanos, pero valida la campaña en los EE.UU. por el cetro, e ignora olímpicamente el aniversario —ese día— del exsocio guerrillero extraditado, y muerto un año antes del centenario Demajagüense. Asunción de viejas tácticas de pluma, cuando el diáfano espectro se le enrarece.
Apenas subido al poder, clausuró casinos y garitos por constituir antros de insufribles binomios mafiosos.
La Lotería Nacional, que daba mínimo aporte, al menos servía a los mismos fines socializantes que hoy cosifica —sin pudor— la cederista “bolita”. Billares y boleras son, a la par, estandartes turísticos en venta. Por tanto, a diferencia de las exfestividades navideñas, incompatibles con el ateísmo científico del ángel exterminador, no existe contén real para el juego de azar.
¿Quién se atrevería a espetarle que todas sus prohibiciones —reforzadas—volverían estando él vivo para constatarlas?
Puestos a desvariar ante tanta opinión esquiva, un temita trivial de última hornada pega, como si sorteáramos —intoxicados— a la actual desgracia guantanamera.
Los medios masivos, ni tardos ni perezosos, invocan dosis lacrimógenas copiadas al calco de foráneos y, paulatinamente, otra “novedad culturosa” —que de nueva nada tiene— aflora en los locales. La gente, huérfana de entusiasmos, aplaude: el programa televisivo “Sonando en Cuba” hace catarsis. Aunque se acabe caña, el show debe continuar, también aquí.
Desde hace meses, esta versión profana de “La Voz”, remedo a su vez de populares eventos cantábiles como “Aquí Todo el Mundo Canta” o análogos danzarios como “Para Bailar”, ha retomado por asalto a la familia cual si fuese un cuartel, esa que no puede pagarse el paquete de realities lujosos y tiene que dispararse la programación nacional puertas adentro.
Todo lo que el ¿Quinquenio? ¿Gris? definido por Ambrosio Fornet desautorizó en materia ideológica para purismo oficialista, fue readquiriendo formas aquí y allá. Como guarapo confinado en saco de yute.
En 1974 el Estado escindió del imaginario socialista las competencias de belleza, por considerarlas denigrantes para el resto de las federadas que no cumplimentaban cánones frívolos, al vedar la elección anual de Estrellas y Luceros en los carnavales del país. Mayra Guirado resultó en 1974 (un año antes del funesto congreso partidista que pariera, no una poética “era silviorodríguica”, sino un engendro aconstitucional-mononucleado) la última beldad habanera que saboreó Cuba. Luego arribaron los castings de Chanel, mucho menos racistas que Gaviota, empleadora milico-hotelera.
El Festival Internacional de la Canción en Varadero tuvo tres ediciones entre 1969 y 1971, siguiendo la pauta trazada por el boom musical europeo de los años 60, y en 1979 se resucitó al muerto desharrapado en versión latinoamericanista que no aguantó par de ediciones: la brasileña Simone dando tempranero guiñito lésbico, sumado el venezolano Oscar de León anticipando cantinela por el “cable” que escaseaba. (Después, nos mangarían).
Al final, cantar no es arte, parece. O no aplica en esos soplos festivaleros. Porque el de cine, apuntalado por uno de sus finos baluartes —el muy encapotado ortodoxo/comunista Alfredo Guevara—, sobrevivió hasta la fecha, y no por falta de poderosos detractores —algún homofóbico incluido que odiaba, además, a los perritos—, sino precisamente a causa de ellos.
La danza no tuvo parangón, porque la egregia directora-dictadora-bailarina Alicia Alonso se hubo forjado escueta escuela en Norteamérica, y por tanto conocía bien las entrañas del adorado monstruo. Tanto, que trajo al redil a invitados que solo ella podría agenciarse. Y organizó certámenes —eso sí, nada de premios— solo internacionales. Hoy el ballet sufre período de regresión esmirriada por causas comprensibles: todos sus talentos desean migrar, como la matriarca.
Una reedición ominosa del setentero Congreso de Cultura en pleno período especialísimo, fue caldo para que el erudito comandante —que jamás lo vio entero— embistiera en público al filme “Guantanamera” (Titón-Tabío, guión Eliseo Diego, 1995) y el otrora glorioso director saliera disparado para encerrarse en casa con Mirtha Ibarra, quien aparecía en la cinta.
Todo lo que oliera a capitalismo impío —por ende, imperialismo adversario— debía erradicarse igual que plaga de mosquitos. Y en la esencia de esos sistemas odiosamente perfeccionados de explotación, quedará implícita la competencia de un modo natural, alineado (¿alienado?) a esa fea tendencia humana que es destacar por encima de los demás, y pretender aplastarlos. (Porque todos éramos “iguales” y nadie habría de descollar. Siquiera los herederos “en jefe”…)
Nos convencieron —martianamente— de que tal aberración nada aportaría al desarrollo de una sociedad estancada (como la nuestra): Hasta la victoria, forever.
Claro que estas enlodadas regresiones no son más que obvias consecuencias del empantanamiento en que nos sumieron las aguas humillantes de la ofensiva revolucionaria en 1968. Uno celebra que vuelvan límpidas al cauce, cuando escucha otra vez temas cristalinos de Meme Solís, por ejemplo, más que prohibidos con el exilio forzoso del cantautor, quien jamás volvió al terruño.
Lo que no intuíamos pasaría en esta isla, es aplastante realidad hoy. Este año se han suscitado eventos que emponzoñaron el ambiente, libre ayer de oprobiosas penetraciones foráneas. Pero la urgente liquidez (de petro-baros, digo) ha reducido a la nomenclatura al despropósito.
En pueriles tarimas del nuevo estado asistémico cubano, se han encaramado desde Karl Lagerfeld hasta Los Rolling Stones. Y una secuela estelar de cosmopolitismos ha desfilado por la isla. Recibidos por multitudes ávidas de envenenarse.
El 29 de agosto pasado, el director para las Inversiones del Ministerio de Economía y Planificación declaraba al diario Trabajadores “que en breve comenzará la —polémica al fin— construcción de campos de golf”, asunto espinudo para almidonados fidelistas. Nuestros obreros y campesinos no obstante, en respuesta al llamado partidista, se alistan en aprender a meter bien de un palo la cosita por el hoyo, codo con codo a la clase jet set. Empobrecidos ambos hasta aliviarse obsoletas diferencias de clase.
¿Habrá “riflexión” oportuna del ecólogo? ¿Mencionará los 15 mil litros de agua diarios por hectárea que precisan esos verdores?
En 1997 me botaron del trabajo, entre otras cosas, por poner cartel en el mural contra la burocracia sindical: “¡Queremos que se acabe la corrupción, si no nos dan en ella más participación!”. (¡Teníamos tantas ganas de divertirnos!)
La familia real ha estado al frente de todas las fiestas con la élite, y hoy, cuando se insta a los jóvenes a renunciar/mantener posturas incómodas a sus somas, formaciones sociales o políticas, nos enteramos que aquella claque hipócrita ha estudiado en universidades extranjeras siempre, ha viajado el mundo entero usando los bajos fondos estatales, ha mantenido un secretísimo tête à tête con lo más chic del mercado enemigo, y se reúne, en mansiones exuberantes, con los que serán –—inversores gentiles, fieras mañana— dueños del miserabilizado país, el mismo que nos toca todavía por la libreta, en nuestra soberana calidad de “ciudad-anos”.