LA HABANA, Cuba.- Me imagino a Carlos y a Camila, con su comitiva, desandando por una calle rota de La Habana, echándole un vistazo a las edificaciones coloniales del casco histórico, y asombrándose con el esplendoroso follaje campestre del Caribe Insular, en algún paraje del interior de la Isla.
Ambos no tendrán reparos en proyectar su regocijo tras visitar cada rincón del periplo acordado.
Ni corta ni perezosa, la prensa nacional y extranjera recogerá sus impresiones para colgarlas, con la mayor prontitud, en las redes sociales, con la consecuente publicación en decenas de medios alrededor del mundo.
Ya todo está previsto para que la dictadura de origen marxista-leninista reciba otra ronda de espaldarazos, ahora de parte del Príncipe de Gales y la Duquesa de Cornualles, dos miembros de la realeza británica que estarán por acá desde el 24 al 27 de marzo.
Carlos y Camila se unen a esa caravana de visitantes ilustres que pasan por la Isla sin enterarse del tema de los presos políticos, la dramática supervivencia de miles de cubanos en las cuarterías, donde falta el agua y las esperanzas de una existencia digna, y de la disfuncionalidad institucional a causa de la centralización a ultranza, por solo mencionar algunas pinceladas del desastre.
Es sobre estas realidades que las ilusiones en un cambio de paradigmas, en el ámbito social político y económico, se tornan borrosas y a la postre, sino desechadas en su totalidad, sí a merced de un aplazamiento indefinido.
Y es que no es fácil para el cubano promedio entender el porqué de esas omisiones, que inexorablemente aumentan su sentido de soledad frente a un gobierno que ha usurpado el derecho al libre ejercicio de las libertades fundamentales.
Las Altezas Reales, al igual que los políticos que llegan a la Isla en visita oficial desde la Vieja Europa, contribuyen al desamparo de un pueblo que no dispone de mecanismos para tan siquiera aliviar el peso de un régimen despótico que se vende como adalid del humanismo más puro.
A la lista de olvidadizos y confundidos hay que agregar a los artistas famosos, provenientes sobre todo de Estados Unidos, quienes también pasan por Cuba sin enterarse de los más de dos millones que se han marchado a otros países debido a la represión y la falta de oportunidades, y de la presencia de no menos de 200 cárceles y campos de trabajo. Un vasto infierno, desplegado a lo largo y ancho del país, que explica, en gran medida, esa pasividad a menudo festinadamente cuestionada desde otras orillas, y que impide la articulación de un movimiento popular con la cohesión y el empuje necesario para retar a la élite y sus huestes de fanáticos y oportunistas.
El Príncipe y la Duquesa han decidido dar un paseo por ese país construido a la imagen y semejanza de la élite verde olivo.
Sus sentidos ya deben estar condicionados a creerse el cuento de la revolución de los humildes y para los humildes, creado por Fidel Castro en la plenitud del triunfo, hace más de seis décadas, con su profusa estela de spots publicitarios y lugares ambientados para la ocasión.
La tramoya ya debe estar lista para la función de turno. Esta vez con la presencia de dos excelsas figuras de la monarquía del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Un hecho que arroja otra capa de sombras sobre las aspiraciones de que la dictadura cubana pase al baúl de los recuerdos.
Ese momento llegará, pero los acontecimientos como los aquí descritos ayudan a reforzar el pedestal sobre el que permanecen Raúl Castro, su sustituto Miguel Díaz-Canel, los comandantes de la Revolución, y el alto mando del Ejército y del Ministerio del Interior.
El neocastrismo se emplea a fondo en su carrera por agenciarse cuotas de legitimidad. Está a pocas semanas de anotarse otro punto a favor.
Lucha por imprimirle un sello de garantía a su naturaleza real, la que tiene que ver con el ejercicio del poder por la fuerza, sin elecciones libres y con la economía controlada por los militares.
Carlos y Camila traen en sus equipajes un lote de cortinas de humo. Sus anfitriones se frotan las manos, mientras expresan con euforia: ¡Qué viva la Corona!