CARACAS, Venezuela. ─ Hace 116 años nació en Francia el sociólogo, politólogo, historiador y filósofo Raymond Aron (1905-1983), uno de los pensadores más importantes del siglo XX. Aunque escribió para un tiempo pasado, sus aportes conceptuales, su enfoque y método de análisis persisten, por lo que vale la pena retomar su obra en esta hora en que el peligro totalitario resurge de sus cenizas en América Latina.
Lamentablemente, la obra de Aron continúa siendo desconocida en las academias de ciencias sociales del continente y, en general, en todos los círculos intelectuales de la región alfabetizados durante décadas por el marxismo y la idolatría a la revolución cubana.
El marxismo es el opio de los intelectuales
Aunque muy diversa, de su obra destaca, sin dudas, la publicación en 1955 de su libro “El opio de los intelectuales”. Su provocativo título ya anunciaba la polémica despiadada que sostendrá hasta el fin de su vida contra los intelectuales franceses, encabezados por Sartre, promotores del totalitarismo soviético. El título, obviamente, fue escogido en contraposición a la expresión de Marx: “La religión es el opio del pueblo”. Para Aron, el marxismo era el opio de los intelectuales franceses. Sin contemplaciones, a aquellos que consumían la droga totalitaria comunista les acusaría de “ser simpatizantes del universo soviético: inmisericordes con las fallas de las democracias, pero indulgentes ante los más grandes crímenes del stalinismo”.
Tanto en aquel momento, como en importantes circunstancias futuras que obligaron a Aron a tomar posición ante la opinión pública francesa, es admirable su coherencia a sabiendas del alto precio que por ello pagaría: quedarse solo y ser estigmatizado.
Confirma su solidez el historiador inglés Tony Judt al señalar que de 1945 a 1955 entre los intelectuales franceses existían las siguientes cuatro actitudes con relación al marxismo y al stalinismo:
1) abierta confrontación, la de Aron, que implicaba ser repudiado y calificado de “ideólogo de la burguesía”;
2) aprobación incondicional, la de intelectuales comunistas como Louis Aragón y otros;
3) aprobación condicional, de intelectuales como Edgar Morín que abandonaron el partido comunista pero no renunciaron al radicalismo;
4) la opción de quien se convertiría en archienemigo intelectual de Aron, Jean-Paul Sartre, que no era militante del partido comunista pero era prosoviético y antiamericano. De hecho, nada retrata mejor a Sartre que su respuesta a la pregunta de por qué no denunció los campos de concentración (Gulag):
“Cerramos los ojos a la realidad porque creíamos que EE. UU. desataría la III Guerra Mundial”.
Contra el totalitarismo nazi y el Mayo del 68
El profesor Aron fue un weberiano, afín al realismo político en la comprensión de la lucha por el poder entre las naciones en la escena internacional (el único liberal en incursionar en esta área con su Paz y guerra entre las naciones). Es esta última alineación la que explica el liberalismo aronniano, más político que económico, más defensor de la democracia frente al totalitarismo que del capitalismo frente a la planificación socialista (así titularía su libro de 1965 Democracia y totalitarismo). Por ello es que a la hora de confesar su admiración por un pensador se decanta por el geoestratega de la guerra fría Henry Kissinger (La mitad del mundo ya es comunista, se trata de evitar que lo sea la otra mitad, era su lema) y no por un pensador liberal clásico ni contemporáneo.
Destacan en su vida de intelectual militante sus luchas, siempre en defensa de la democracia. Como la batalla que libró contra el nazismo, desde su exilio en Inglaterra al lado del General de Gaulle, luego de la invasión de Hitler a su patria o su defensa combativa de la democracia ante el riesgo prototalitario del Mayo Francés del 68 promovido por estudiantes burgueses admiradores de Marx, Mao, Fidel y el Che. En estas situaciones Aron no estuvo sólo. En la primera, dirigía el periódico Francia Libre en Londres y en la segunda, aunque a regañadientes, la derecha francesa apoyó su posición. Sin embargo, tuvo que enfrentar el aislamiento al que fue sometido en el medio universitario a la par que aumentaba la popularidad de Sartre, como se reflejaba en la consigna estudiantil de la época: “Mejor estar equivocado con Sartre que tener razón con Aron”.
Independencia de Argelia y Atlantismo
En otras ocasiones, Aron, valientemente, escogió la soledad, como cuando apoyó la independencia de Argelia. La derecha rechazaría su posición y la izquierda, sin importar lo que dijera, lo odiaría siempre. Su opinión le ocasionó un riesgo personal inesperado: la ultraderechista Organización del Ejército Secreto (OAS: Organisation de l’Armée Secrète) de los franceses en Argelia, opuesta a la independencia, le amenazó de muerte.
También su soledad sería absoluta en su categórico respaldo a Estados Unidos frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Frente al antiamericanismo francés de derecha e izquierda, Aron levantó su posición “Atlantista”. Esta provenía de un descarnado análisis geopolítico de la desastrosa situación en la que había quedado Europa al final de la II Guerra Mundial que, a su juicio, la hacía extremadamente vulnerable a la expansión del totalitarismo comunista soviético. Su conclusión fue que solo si Europa Occidental se guarecía bajo el paraguas militar de la democracia norteamericana podía frenarse dicha expansión y preservarse la libertad. Tuvo razón.
Raymond Aron resulta hoy especialmente útil como referente demócrata para América Latina, donde, con la llegada al poder de la organización marxista (maoísta) Sendero Luminoso, el fantasma del comunismo amenaza con tomar cuerpo en Perú.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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