LA HABANA, Cuba. – “A Cuba hay que sufrirla, pero con su gente y en su propia tierra”. Así escribió el autor de “Candil de Nieve” en las redes sociales, en franca alusión a los cubanos que, desde varios lugares del mundo, quieren ayudar a quienes perdieron todo tras el tornado de la pasada semana en La Habana.
Después de cabalgar con Fidel, a Raúl Torres había que darle visibilidad, convertirlo en el nuevo “cantor de la revolución”, ese puesto que por años ocupó Carlos Puebla, ese exponente de la trova tradicional que cantó al comandante que “mandó a parar” la libertad de los cubanos. Y este Raúl, el de los dreadlocks a lo Bob Marley, hace visible su enfado con los cubanos que desde otras geografías quieren ayudar a los compatriotas que lo perdieron todo tras el desastre.
El otrora trovador “irreverente” y desaliñado guitarrero tiene ahora asiento en la Asamblea Nacional y se desenvuelve como pez en el agua bajo el mismo techo que Raúl Castro, Díaz-Canel y Esteban Lazo. Para ello, ha cambiado su discurso, olvidando sus largas temporadas en el extranjero, sin Fidel ni Raúl y sin esa patria visitada cada año por un sinfín de fenómenos tropicales.
En 1990, mientras Cuba comenzaba a acusar la dureza del periodo especial, Raúl Torres se fue a México. Se marchó al país azteca cuando Fidel hablaba de “confusión universal” en el “campo progresista”. Se fue justo cuando se hundía el socialismo europeo, cuando nos llegó aquel “tornado” que nos hizo perder tanto peso y pasar tanta hambre.
Raúl viajó a México y grabó su primer disco, pero no con la EGREM; lo hizo en una disquera azteca. Luego se fue a Brasil, donde vivió tres años y tuvo dos hijas. En 1998 se decidió por España, también alejada de Fidel, de Raúl y de catástrofes meteorológicas. Allí estuvo nueve años.
Entonces, ahora, después de todo ese recorrido, desprecia el exilio y la ayuda que ofrece a los compatriotas que sufrieron las severidades del tornado. Este hombrecito ya no es el enclenque guitarrero, aquel muchacho que encandiló a muchos de su generación e incluso a sus mayores, es ahora un monigote adorador que se pronuncia sin recato contra el exilio cubano, ese que sigue siendo el mismo que conocieran Martí y Heredia.
Quizá no deba extrañarme tanto por lo que ahora dice quien escribió, en su pieza más reverenciada: “necesitas una fuga, catatónica, nocturna, un viento leve/ al edén de un sábado”.
Raúl Torres es nuestra plañidera nacional, esa llorona que no canta a cualquier muerto. Sus sufrimientos los dedica a los muertos “ilustres”. Este muchacho, quien parecía díscolo e irreverente, se inició en ese oficio de quejumbre cantando a un muerto llamado Hugo Chávez; con “El regreso del amigo” inauguró su necrofilia. Luego llegaron otros cantos funerarios. Ajustó “Cabalgando con Fidel”, esa pieza llorona donde un caballo solitario espera a su jinete, pero también le cantó al “vivo” Raúl Castro.
Y me gustaría preguntar al cantor de los muertos por las sensaciones que le produjo aquella negativa del gobierno norteamericano de aceptar la “ayuda” de los médicos cubanos tras los destrozos de Katrina en New Orleans. ¿Soltará algún insulto contra el gobierno del Norte? No debía hacerlo, sobre todo si se opondría luego a que hijos de esta patria que viven en la tierra donde nació Reeve, el mambí, vengan a dar apoyo a sus coterráneos.
Cuba, debía entender este hombre, es también de esos hijos que tiene en el exilio. Cuba es de quienes desandan las calles de Miami y Nueva York, de quienes duermen en Madrid, en México y París. Cuba no es de Raúl Castro, ni de ese hombrecito cantautor que ya no callejea como antes, que debe gozar de las mismas prebendas que ese Kcho de “no sé qué cosa” al que le permiten algunas “imprudencias”, las mismas por las que llevan a otros a la cárcel. Cuba es también de los que están en Miami, en Buenos Aires, en Londres o Berlín.
En Miami se siente el duelo de la misma forma que en La Habana. La muerte, como las lágrimas, es la misma en cualquiera de las orillas. Raúl Torres no debía bravuconear. Lo mejor sería que empleara su retórica a favor de los cubanos de a pie, recomendando a sus jefes que eliminen los aranceles a todo lo que llegue con la intención de auxiliar a quienes viven en medio del horror. Raúl Torres debería hacer eso o callarse para siempre.