LA HABANA, Cuba.- Es asombroso cómo ninguno de los investigadores miembros de la Unión de Historiadores de Cuba (Unhic) fundada en 1982, jamás se han enfrentado a ese rastro de mentiras que se repiten a diario en la prensa oficialista, sin el menor respeto al pueblo.
Gracias a la Academia de la Historia de Cuba en el exilio, muchos hechos tergiversados o ignorados, relacionados con la colonia, la república, la lucha contra Batista y la dictadura castrista, hoy se conocen tal y como fueron en realidad.
Las primeras mentiras fueron dichas por el “gran historiador”, como la Unhic llama al Comandante en Jefe.
Comencemos con lo que contaba Fidel sobre los sucesos del Moncada. Desde el lema “la historia definitivamente lo dirá todo”, cambiado por “la historia me absolverá”, las torturas que según declaró habían sufrido los treinta rebeldes capturados -ejecutados de inmediato-, los ojos extirpados de Abel, los brazos quemados con hierros calientes de Haydee, la anécdota del alicate que Ñico López olvidó, por lo que se frustró el ataque al cuartel de Bayamo y la prueba de parafina que Fidel se negó a hacerse durante el juicio del Moncada, donde se vio que jamás disparó un tiro durante el acto suicida dirigido personalmente por él, donde murieron más de sus sesenta hombres.
La verdad de estos hechos, harto conocidos, muestra cuanta falsedad poseen los textos de los periodistas Marta Rojas y Mario Mencia.
Es obvio que la combinación patriótica y martiana, junto a la asimilación del marxismo-leninismo de Fidel, no le sirvió para respetar la verdad de la Historia, como concepto integral de la cultura. Ni siquiera esto inquieta a los historiadores de la isla, dedicado su quehacer a repetir las mentiras del Iluminado, puesto que “…como fue quien trazó pautas al trabajo de historia del país, es perenne el homenaje de los historiadores oficialistas a su líder”.
Me pregunto, como neófita que soy, qué representa para estos historiadores ese compromiso que se hace con la verdad, la ética y la razón, con el fin de recibir altos reconocimientos intelectuales a través de sus obras, para el presente y el futuro.
Para nada interesa a esos profesionales indagar en historias mejor investigadas y aparecidas en la Revista Laical, a cargo de Newton Briones Montoto, Jorge Domingo Cuadriello y otros, por periodistas independientes y por blogueros dentro y fuera de la Isla que han perdido el miedo a la censura.
Cuando al fin se decidan a reconocer mentiras con relación a la guerra contra Batista, que no costó 20 mil víctimas como aún se dice, la vida política turbulenta de Fidel Castro antes de 1952, la historia digna de los presidentes republicanos Don Tomás Estrada Palma y Ramón Grau San Marín, el asesinato de Mella y Jesús Menéndez, la Crisis de los Misiles, los miles de fusilamientos, los presos políticos plantados, las “elecciones” de Fidel, apoyadas sólo por miles de fanáticos para la toma de decisiones y qué ocurre hoy con la realidad cubana, tendremos una verdadera y justa Unión de Historiadores cubanos y no unos cientos de hombres sumisos, que temen decir la verdad, ya sea por miedo o complicidad.
¿Ellos son los que se han olvidado de aquel l5 de septiembre de 2007, cuando el general de cuatro estrellas, Raúl Castro, en un debate sobre “el pésimo estado de la economía, la necesidad de reformar la propiedad estatal y el divorcio de la realidad que caracteriza a la prensa local”, exhortó a los cubanos “que hablen de todo lo que quieran con valentía, con sinceridad”?
Ellos, los historiadores oficialistas, se olvidan que un modelo económico que no funciona, puede hacer que el castrismo caiga en un precipicio, también si está saturado de mentiras históricas.