¿Quién gobernará en Cuba; Richard Gere o Miguel Díaz-Canel?

LA HABANA, Cuba.- Resultaba horrible que mi televisor diera la pataleta final un día antes, que las imágenes se fueran perdiendo en un horizonte cada vez más estrecho y menos luminoso. Mi pantalla entraba poco a poco en las tinieblas, cerrándose pulgada a pulgada hasta quedar vacía, invadida por una negrura intratable. Tantos días esperando, para que al final aquel aparato quedara sumido en la negra noche.
Un vecino dijo que sentado esperara lo peor, pero el técnico consiguió que aquella línea delgada creciera lenta, primero hacia arriba y consiguiendo luego lo más bajo, y también logró la luz, la imagen que perdiera antes. Mi añejo televisor me devolvió algunas imágenes distorsionadas que se fueron haciendo más concretas, en algo nítidas. Y pude, al día siguiente, sentarme a ver las sesiones de una Asamblea Nacional cubana que aparentó unas elecciones.
Y miré entonces una puesta en escena, una burda comedia en la que cada decisión resultaría unánime, como siempre; pero, y aunque esta vez volviera a primar la conformidad de criterios en cada uno de los diputados, la asamblea me pareció en algo diferente. Esta vez resultó en extremo curioso que desapareciera del recinto el acostumbrado verde olivo. Los militares dejaron en casa las charreteras llenas de estrellas, demostrando, al menos a primera vista, una voluntad de aparentar un espíritu civil, y que supongo costó algunos recursos a ese estado que se empeñó en trajear a sus varones diputados y engalanar a las damas, incluso a esas que no tienen la costumbre de tanto garbo, y que tanto se notara; pero tal cosa era importante para la puesta en escena.
Esas vestiduras resultaban cardinales si tendríamos en lo adelante a un nuevo presidente que se empeñaría en aparentar cierta civilidad, en un país gobernado desde hace sesenta años por dos hermanos militares. La trajeada representación era importante, sobre todo porque esos miembros del Consejo de Estado serán los que acompañen al nuevo presidente en un Capitolio tan satanizado por un gobierno militar durante los últimos sesenta años.
Era importante hacer visible esa puesta en escena en la que se fingieron elecciones y donde el espectador reconocía cada una de las estrategias que conducían, con un texto fijado y resuelto desde hace mucho, hacia un final donde, a diferencia del teatro, los cubanos reconocían cada estrategia, sobre todo por la ausencia de alternativas, lo que hacía que la representación no fuera en nada creíble, que la elección resultara falsa hasta el tuétano.
Quienes idearon tal puesta olvidaron que hasta el teatro intenta evitar la repetición y que cada vez busca la novedad, lo que solo se consiguió esta vez en el hecho de que cambiaron el reparto. Ahora el protagonista, quien se suponía no debía conocer el final, traía ya escrito su parlamento, lo que lo diferencia de sus coterráneos villareños que accedieron en la república al escaño más alto; esos que podían prever el final, pero jamás con tanta certeza.
Díaz-Canel es, desde ahora, el quinto de los presidentes cubanos que vio la luz en el centro de la isla, en esa provincia que existió alguna vez y que tuvo por nombre “Las Villas”. Miguel Díaz-Canel estará en esa lista al lado de sus coterráneos José Miguel Gómez y de su hijo Miguel Mariano, aunque alcanzara el título de presidente sin el voto popular. Díaz-Canel estará también en la misma lista junto a su paisano Gerardo Machado, quien nació en Camajuaní, y como él ejercerá sus funciones, también trajeado, en el Capitolio Nacional. Miguel Díaz-Canel, como el cienfueguero Dorticós, presidirá el país sin el voto popular, pero a diferencia de este último tendrá un edificio magnífico desde el que simulará dirigir después de que le dicten las directivas.
Al recién estrenado presidente solo le queda ahora representar el papel, simular que es presidente, y que el Partido Comunista no escribe sus guiones. Quizá sea este el momento en que más cerca esté Miguel de Richard Gere, con quien desde hace mucho lo comparan. Resulta que quienes hacen notar el parecido entre ambos, atienden al plateado cabello de los dos y a las supuestas galanuras del actor norteamericano y del nuevo presidente cubano.
Ahora tendremos que esperar, atender a la manera en que se conduce el cubano en sus futuros escenarios, tanto en el extranjero como en el territorio nacional, para saber si es tan buen actor como Richard, sobre todo ahora que la televisión nacional se refirió a Lis Cuesta, su esposa, como la Primera Dama, título que había desaparecido desde 1959 de la “escena” política cubana y que ha molestado tanto a las feministas del patio, y que ahora la pone al lado de América Arias, Genoveva Guardiola Arbizú, Marta Fernández de Batista, y también cerca de Paulina, la del bidé, entre otras. Esperemos que a la flamante esposa, con quien convive el presidente en una mansión en el más exquisito oeste de la ciudad y muy cerca de la residencia del embajador del Uruguay, no decida para sus nuevas funciones usar unos lentes de contacto que le den a sus ojos un tono violeta que recuerden a Liz Taylor, o ponerle un aro dorado al diamante del Capitolio para usarlo luego como anillo. Ojalá que a mi televisor no le dé una nueva pataleta y que yo pueda seguir el desenvolvimiento del nuevo “presidente” y todas sus “representaciones”.