LA HABANA, Cuba. -De lejos los vi discutiendo. Eran padre e hijo, no se les oía, pero la chispeante gesticulación lo decía todo. El hijo, ya en los 60; el padre un capitán de la Sierra escapado del Partido hacía rato con el que siempre me he llevado bien aunque sin intimar. Liquidando la discusión, le decía el hijo al emparejarme con ellos: “Esa no te la voy a perdonar”. Y el capitán, alcanzándome: “Porque estás ciego”.
Sorpresivo, me preguntó si creía en la sinceridad con que Obama y esta gente de la Posición Común europea estaban aceptando el ‘trato del esqueleto’ con que Raúl les había salido. “A no ser que Raúl también se valga de los polvitos mágicos de Belarmino”, comentó pesaroso.
Como él también iba para el agromercado esperanzado con encontrar un ramito de lechuga aunque fuera, o una zanahoria, y como mis crónicas suelen enfocar la situación nacional no a partir de lo que yo mismo pueda discurrir sino de lo que al respecto se piensa en la calle, lo escuché con mucha atención. Dada su edad, lo de Belarmino podría ser algo senil, pero en la narración del capitán era muy real.
Al llegar Belarmino a los bailes, alguna muchacha desaparecía en la oscuridad por un rato, y Belarmino también. ‘Jabao’ treintón con un diente de oro y guayabera de hilo hasta para ir al río a bañarse, era el dueño de la funeraria del pueblito. Lo de funeraria es un decir porque en aquel bajareque no se velaba a nadie, la gente venía, compraba el sarcófago y se lo llevaba a caballo o en una carreta, Belarmino mismo los construía. En el pueblo donde antes estuviera establecido y de donde tuvo que salir protegido por la guardia rural, “perjudicó” catorce muchachas y le durmió la mujer al pipisigallo pues tenía unos polvitos mágicos que lo hacían irresistible. En el breve tiempo en que residió en el pueblecito del capitán no llegó a utilizarlos, pues tan pronto las muchachas empezaron a ser escondidas por sus padres o mandadas para casa de parientes en las lomas y una quinceañera ya flechada, resistiéndose, se colgó, Belarmino se hizo invisible. Nunca más se volvió a saber de él.
Tal vez, el capitán no lo negaba, existieran en política polvitos con iguales poderes de seducción que los de aquel Belarmino de su niñez. ¿Por qué lo decía? Empezó a enumerar.
Al nacionalizar, Fidel y Raúl dejan a los americanos de aquí hasta sin los cordones de los zapatos, y a los curas, y al comerciante español en general, bajan a Dios de su altar, implantan un sistema político que es la negación de cuanto se conocía por estos lares, alborotan el gallinero político de la región (porque esta América de hoy no es la de los 50), y como si nada de esto hubiera tenido lugar, de repente, luego de casi sesenta años pulsando, Estados Unidos cede, cede la Unión Europea, el Papa sonríe y Raúl sigue exigiendo. Además de sacarlo de la lista de países terrorista y del restablecimiento de relaciones diplomáticas, USA tiene que devolverle la base de Guantánamo y quitarle el embargo, y a lo mejor indemnizarlo. ¿Se entendía eso?
Como los psiquiatras, le respondí con otra pregunta. “¿A dónde quieres llegar?” Y él como los psiquiatras me preguntó si creía en el poder de los polvitos mágicos de Belarmino. Estuvo riéndose de mí. En todo caso, para él la situación estaba muy clara. Si el superpoderoso Estados Unidos pudo imponerle a Cuba “el trato del esqueleto”, como con su desprejuiciada manera de hablar en privado calificara una vez Raúl Roa esa relación, Cuba no podría hacer lo mismo con Estados Unidos ni con la Unión Europea, luego entonces, de no tener Raúl algo parecido a lo de Belarmino, nadie todavía debía aquí perder las esperanzas. Nadie, afirmaba resuelto el capitán. ¿También, Fidel no se había estado guardando hasta el momento ideal el secreto de que esto era comunista?
En el agromercado no había nada que fuera verde, excepto unos mangos de a cinco pesos la libra pero ya bajo el efecto de un líquido malvado que en dos horas los madura al parecer, dejándolos ácidos y medio verdes por dentro y listos para ser tirados a la basura cuarenta y ocho horas después cubiertos por entonces de un moho blanco con algo de telaraña siniestra. El capitán lo lamentó, recordó los mangos de su infancia, cuando el mejor de ellos, el fragante mango bizcochuelo, valía dos centavos, y de los otros, incluido el mango Toledo, daban un cartucho de los de seis libras lleno hasta los topes por un medio, pero no preguntó mi parecer sobre su tesis en el asunto Raúl-Obama-UE-Papa Francisco. Hecha su catarsis, qué podría importarle mi opinión.