HARRISONBURG, Estados Unidos. — En un Estado de derecho no se detiene a nadie por protestar pacíficamente o por filmar en la vía pública cualquier suceso, mucho menos se le priva del teléfono o se le procesa penalmente y se les sanciona. Pero en Cuba sí ocurre, a pesar de que los dirigentes afirman que en la Isla se vive en un Estado democrático y de derecho.
Pero el discurso oficial es tan incongruente con la realidad que sus engañifas han perdido eficacia. En menos de tres años los cubanos conocimos de otro congreso “trascendente” del Partido Comunista, pero los efectos de esa “trascendencia” publicitada por los medios oficialistas no se aprecian por ningún lado. Dentro de ese partido, más que clarividencia, hay mucha torpeza.
La Tarea Ordenamiento, anunciada a bombo y platillo como vía para enderezar a la incompetente economía nacional, resultó un fiasco, tanto que ya ni se menciona, como tampoco aquella frasecita sobre el “socialismo próspero y sostenible”.
Ese último congreso partidista acordó que ningún ciudadano —léase militante del partido— sería promovido a altos cargos del Estado o de esa organización política si rebasaba los sesenta años de edad. Pero, recientemente, el octogenario general Ramón Espinoza Martín fue elegido miembro del Buró Político del PCC, otro ejemplo de irrespeto a la institucionalidad.
Ante la magnitud que están alcanzando las protestas era de esperar que la dictadura saliera al paso. Quien primero lo hizo fue el señor Miguel Díaz Canel Bermúdez al afirmar ante la Asamblea Nacional del Poder Popular que las protestas no iban a resolver el problema de los apagones.
Hasta ahora el castrismo ha logrado controlar la situación. Todo indica que continuará haciéndolo hasta que el pueblo no interiorice que la causa de todos sus problemas está en el sistema político que le han impuesto.
Para impedir que ese pensamiento gane más espacio dentro de la sociedad cubana los ideólogos de la dictadura trabajan arduamente. Un ejemplo de ello fue el programa Con filo del pasado 5 de agosto, donde se echó a rodar la idea de que a las protestas “hay que darles un contenido revolucionario”.
Para explicar la nueva ocurrencia compareció el joven sociólogo Luis Emilio Aybar, quien afirmó:
“En primer lugar hay que partir de que nosotros hicimos una revolución para que el pueblo tuviera el poder y por tanto no tuviéramos que tirarnos a las calles para defender nuestros derechos (…) eso obliga a construir un sistema de poder popular que canalice todas esas demandas y reivindicaciones y sea, además, eficaz, y ahí tenemos todavía desafíos importantes”.
“La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo conducimos el descontento del pueblo revolucionariamente? Yo creo que cuando nosotros entendamos que el descontento lo podemos conducir revolucionariamente vamos a contar con una fuerza transformadora sin dudas extraordinaria y vamos a dejar de regalarles un vacío a la agenda opositora de derecha contrarrevolucionaria, proimperialista, que sencillamente construye consignas y agendas para llenar ese vacío de descontento…”.
Y concluyó de esta forma: “No todo lo vamos a poder transformar mediante la protesta social. Hay límites objetivos en cada contexto de cosas que no están en nuestras manos cambiar por X o Y motivos. Quizás el caso de los apagones es el más ilustrativo, es decir, no se quita la luz porque se quiere, hay una situación que hace que eso no se pueda resolver de inmediato. Se puede, en todo caso, repartir mejor esa afectación, repartirla más equitativamente, eso sí se puede, pero resolver el problema de los apagones de inmediato eso no se puede. Hay límites objetivos que muchas veces tienen que ver con factores externos, sin embargo, vemos que la gente tiende a responsabilizar al gobierno cubano de todas las situaciones, es decir, el responsable total es el gobierno cubano y ahí sin dudas hay un retroceso porque, ¿cómo nosotros logramos entonces reactivar esa indignación y esa rebeldía contra los factores externos que también explican nuestra situación…”.
Lo primero que advierto en las palabras del joven sociólogo cubano es su despiste. El poder popular se estableció en Cuba hace más de cuarenta años y “su construcción” ha tenido demasiado tiempo para terminar, aunque sabemos que olvidar lo efímero de nuestra existencia física es algo consustancial a los comunistas y reconocer públicamente la inviabilidad de sus ideas otra de sus reticencias.
¿Acaso este joven sociólogo desconoce que ninguno de los pueblos que han vivido bajo regímenes socialistas han podido disfrutar siquiera de la tercera parte de los derechos que tienen los ciudadanos de los países capitalistas? ¿Acaso desconoce que el socialismo real creó una casta dirigente totalmente separada del pueblo y que ese mismo fenómeno se reprodujo en Cuba? ¿Por qué pasa por alto a pensadores cubanos —no precisamente de derecha— que desde hace más de veinte años reclaman la democratización y la institucionalización de nuestra sociedad? ¿Desconoce que en más de cuarenta años el único poder que tiene el pueblo es elegir a un vecino para que presuntamente lo represente ante la Asamblea Municipal del Poder Popular? ¿De qué poder del pueblo puede hablarse cuando el soberano ha sido constreñido a un ejercicio tan miserable?
La intención de esta nueva “oferta ideológica” de la dictadura es tan absurda como irrealizable. Pretender que el pueblo se movilice para protestar contra el embargo pasando por alto la responsabilidad que tienen los comunistas en el descalabro nacional demuestra masoquismo político.
Lo que realmente existe detrás de afirmaciones como estas es el temor a la regularización de las protestas y a que surja un movimiento nacional que dé al traste con la dictadura. El ejercicio de la libertad es adictivo y el pueblo recién comienza a descubrirlo. La dictadura lo sabe.
También se equivoca el sociólogo, porque los políticos deben rendir cuentas de su gestión y cuando esta es un rotundo fracaso el pueblo no tiene por qué soportarlos. Los dirigentes cubanos, no el embargo, son absolutamente responsables de lo que ocurre en el país por soberbios, intolerantes e incapaces. Ellos saben que si realmente hubiese democracia en Cuba hace mucho rato habrían salido del poder.
El pueblo cubano ha sido sometido por décadas a un reiterado experimento de ingeniería social en el que ideas como la analizada han tratado de coartar su voluntad. El discurso oficialista y la presunta idea de la superioridad del socialismo “a lo cubano” se han hecho añicos y eso ya no lo recompone nadie.
La vida de esta nueva idea será tan efímera con la de la frase que anunciaba nuestro socialismo “próspero y sostenible”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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