LA HABANA, Cuba. -Acaba de conmemorarse un aniversario más de la excarcelación de los asaltantes al Cuartel Moncada. La efeméride ha propiciado que los medios oficialistas publiquen crónicas que parecen vidas de santos. De la otra parte, la prensa independiente ha precisado aspectos de interés, como el trato de privilegio recibido por Fidel Castro y sus compinches durante su breve estancia carcelaria.
La recordación de la fecha ha servido al diario Granma para lanzar otro ataque contra el centro penitenciario del que salieron los moncadistas. Cada mención del nombre oficial del penal, va precedida por una frase hecha: “el mal llamado Presidio Modelo”. Este aspecto de la cuestión merece asimismo algunas consideraciones.
Pese a la propaganda negativa que a lo largo de los años le han hecho sus detractores —sobre todo los comunistas, como Pablo de la Torriente Brau en su momento, o ahora los seguidores de Castro— es un hecho cierto que el Reclusorio Nacional enclavado en Isla de Pinos merecía de sobra el referido nombre oficial que se le otorgó. En esa construcción se materializaron muchas de las condiciones ideales para encerrar hombres.
Un ejemplo de ello es el aislamiento celular nocturno, que puso fin al hacinamiento y la promiscuidad que durante milenios constituyeron la regla en esos sitios de dolor. Al crear condiciones para que la mayor parte del día —y, en particular, durante el horario de descanso— cada recluso pueda permanecer solo en su calabozo, se obstaculizan los actos de violencia y coacción que resultan habituales en las cárceles.
Lo mismo es válido para el panóptico. Se trata de una ingeniosa invención que permite que un guardia, desde una torreta ubicada en el centro de cada bloque de celdas, tenga una excelente visibilidad sobre cada una de estas últimas. Precisamente para facilitar esa vigilancia sobre los habitáculos penitenciarios, éstos están dispuestos en forma de círculo.
Pero los cautivos políticos que permanecieron hospedados por un breve lapso en la prisión pinera, lograron trepar al poder en 1959. Comenzó entonces a producirse un aumento dramático de la población carcelaria cubana. También se incrementó el número de los centros correccionales de todo género: la docena de establecimientos de ese tipo que existían bajo el Antiguo Régimen se multiplicó hasta alcanzar varios centenares. Son las numerosas islas del “Archipiélago DGP” (Dirección General de Prisiones del MININT). Entre éstas, por primera vez en Cuba, surgieron también campos de concentración, aunque bajo otras denominaciones eufemísticas.
De inmediato saltaron a la vista las abismales diferencias entre los reclusorios erigidos antes de Castro —como el mismo Presidio Modelo o la antigua Cárcel de Mujeres de Guanajay, por ejemplo— y, de otra parte, los innumerables centros fabricados por el Nuevo Régimen. Como preso de conciencia que he pasado temporadas en Villa Marista, 100 y Aldabó, Agüica, Valle Grande, Toledo y la Prisión Provincial de Sancti Spíritus (conocida como Nieves Morejón), puedo dar fe de ello.
En lugar de las celdas individuales, los castristas optaron por los “destacamentos”: verdaderas galeras colectivas que —como pude observar en una barraca de Valle Grande— pueden llegar a tener más de treinta literas de tres pisos cada una: unos cien hombres en total, cuando están llenas.
En vez de rejas especialmente diseñadas al efecto (como las excelentes fabricadas en Estados Unidos que en un noticiero ICAIC caían con gran estrépito de las circulares pineras, al ser cortadas para utilizarlas como “materia prima”), la llamada Revolución sólo puede ofrecer las consabidas cabillas corrugadas. Para reemplazar las ventanas, idearon el “quiebraluz”: una serie de barras de metal adosadas a placas de concreto que forman un ángulo de 45 grados con la pared en la que se encuentran.
Como es lógico, este armatoste permanece fijo: no puede abrirse ni cerrarse. A fines de los noventa, siendo huésped de Agüica, pude observar los terribles efectos que una simple tormenta —bastante severa, sí, pero puramente local— tiene sobre el dichoso quiebraluz, por donde el viento y el agua penetran con entera libertad hasta las celdas. El frío y el calor también tienen vía libre. No quiero ni pensar en los infelices que se vean obligados a capear un huracán en una cárcel castrista…
Entonces, podemos concluir: “Presidio Modelo” y bien. Se trata en verdad de una construcción ejemplar, en la medida en que puede tener esa condición un centro destinado a enclaustrar seres humanos. Por supuesto que los actuales jefes de La Habana, para evitar desfavorables comparaciones con las innumerables cárceles y campamentos erigidos por orden de ellos mismos, tenían que desactivarlo. Aunque para ello hayan tenido que dejar sin uso las imponentes circulares de Isla de Pinos, que resulta imposible destinar a otro fin.