LA HABANA, Cuba -Por estos días se celebran las últimas asambleas del Poder Popular a nivel de barrio, en todo el territorio nacional. Y no deja de sorprender lo inútil de estas reuniones donde los delegados supuestamente recogen las inquietudes de sus electores. Sin embargo la prensa oficial cubana se empeña en legitimar tan desacreditado procedimiento, a la vez que lanza tibias críticas al mismo.
Así, uno de los subdirectores del diario Juventud Rebelde, Ricardo Ronquillo Bello, expresó en la publicación del pasado domingo 12 de octubre: “La función principal del delegado es la de representar a sus electores, y esto, como es de suponer, no se hace, como algunos pudieran creer, ante la comunidad que lo eligió, sino ante la Asamblea Municipal.”
Este periodista cree haber descubierto el agua tibia. Para él todo se soluciona si los delegados son más combativos en el seno de las Asambleas Municipales. Lástima que buena parte de ellos que hoy ejercen como tales, y que conocen perfectamente cómo funcionan esas instituciones, no piensen igual que el aludido Ronquillo. Pues, de acuerdo con la opinión de un delegado del municipio de Habana Vieja que solicitó mantenerse en el anonimato, más de las dos terceras partes de sus colegas no desean continuar en el cargo una vez que concluya la actual legislatura en el próximo mes de enero. Están extenuados de tanto bregar en vano.
Es que el mecanismo del Poder Popular en Cuba, además de sus propias imperfecciones, refleja también la inoperancia del resto de las organizaciones que componen el aparato de poder castrista. Años atrás, por ejemplo, los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), organizaciones de barrio encargadas de vigilar la cotidianidad de los vecinos, preparaban las Asambleas, y se ocupaban de citar a los electores. Ahora, en cambio, el propio delegado debe asumir esos preparativos ante la ineficacia de la mayoría de los CDR en cuadras y barrios.
Es por eso que han sido frecuentes las reuniones con muy pocos electores, con escasa o ninguna presencia de los factores de la comunidad, como bodegueros, carniceros, médicos de familia y representantes de empresas y entidades ubicadas en la zona.
Si a lo anterior agregamos las justificaciones históricas que presentan los delegados ante sus electores, como que el delegado es solo un “mensajero” entre el gobierno y el pueblo, que no hay recursos de ningún tipo para afrontar las necesidades de la gente, y que las empresas y ministerios no respetan la supuesta autoridad de los delegados, y los “pelotean” sin piedad, es lógico que los ciudadanos no tengan ningún interés en participar del sistema.
No obstante la avalancha de pruebas que sostienen lo obsoleto de este proceso, los medios de comunicación de la isla, portavoces del gobierno, continúan intentando acreditarlo. Arduo trabajo tendrán los núcleos zonales del Partido Comunista, quienes deberán buscar en cuadras y barrios, entre los militantes de esa agrupación política, a aquellos que no les quede más remedio que recibir las “preferencias” de los votantes, si en serio quieren evitar que estos procedimientos no se derrumben por su propio peso.