MONTREAL, Canada, septiembre, www.cubanet.org -Hace más de cuatrocientos años, el joven filósofo francés Étienne de la Boétie se preguntó cómo era posible que los Hombres, a pesar de nacer libres y de ser innumerables, prefirieran someterse a los caprichos de un solo hombre.
Era una pregunta sencilla, pero de aquella surgió un flujo de respuestas que al final acabaron por derrocar el antiguo principio que sostenía las monarquías absolutas de Europa.
Por mi parte, y con respecto a la lucha que estamos a punto de empezar, yo me pregunto, ¿cómo es que a pesar de pretender actuar en función y nombre del bienestar nacional, los actores principales de la oposición cubana ya no hayan logrado un acuerdo estratégico y público de colaboración y unión con respecto a la lucha y la transición?
¿Cómo es que en lugar de preparar la Nación para un futuro cada día más cercano, nos quedamos peleando como politiqueros absurdos para obtener recursos de Miami o aparecer en periódicos que ningún cubano de la isla podrá leer?
¿No deberíamos actuar como combatientes ordenados y disciplinados, unidos bajo de la bandera -no de un partido, ni de un individuo-, sino de esa Nación entera por la que pretendemos estar listos a sacrificarnos? Realmente, son muchísimas las preguntas.
Suponiendo que tuviéramos éxito en la lucha pacífica en contra del régimen, ¿quién se encargaría de la transición? ¿Bajo cuál Constitución? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con qué legitimidad? ¿Proponiendo cuáles soluciones a los innumerables y complejos problemas económicos y sociales que enfrentan en sus vidas todos los días los cubanos de a pie?
Si no somos capaces de responder a esas preguntas complejas y fundamentales, en tanto que bloqueo unido y disciplinado, ¿cómo convencer plenamente a una mayoría de cubanos, atemorizados, hambrientos y políticamente desmovilizados?
En este contexto, el papel de la totalidad de los actores de la oposición y de la sociedad civil independiente -unidos y determinados a lograr la democracia, la solidaridad y la libertad para el pueblo cubano- debería ser el de presentar una hoja de ruta para la transición.
Un programa bien estructurado que trate de los aspectos técnicos de la lucha y del correspondiente cambio del Estado. Un manifiesto que los comunique a través de un discurso sencillo, racional, unificador e inspirador, en vez de uno que solamente contribuya a aumentar el apasionado fervor político que quizás no sabremos apagar cuando venga el tiempo de reconstruir y administrar bien en lugar de luchar.
Sean cuales sean, los actores políticos y sociales independientes de la isla no pueden, si son serios y responsables, proseguir con sus acciones de protesta contra el poder dictatorial cubano, sin tener un plan determinado para la transición, unánime y públicamente aceptado por una mayoría de los segmentos de la sociedad.
En vez de politiquear constantemente sobre el papel determinado de cada uno, pensando en sus ambiciones, su posicionamiento para el futuro, sus fuentes de recursos o su orientación política, los actores del cambio debieran desarrollar su capacidad para brindar algo sustantivo al esfuerzo intelectual y concreto de la lucha. Pensemos en concentrarnos en lo esencial; es decir, construir una alternativa creíble y racional a los EE.UU, las FAR y al Partido Comunista, para la transición que pronto vendrá.
Tenemos que hablar de transición y no del futuro político de la isla, porque ese futuro, en principio, no lo podemos ahora mismo determinar. No es, ni será, nuestra responsabilidad, sino la del pueblo cubano entero, que debe determinarlo mediante elecciones libres.
En el presente, el papel de los opositores será definir las acciones y los medios que a lo largo de unos años de transición, servirán para capacitar a los cubanos para elegir mediante unas elecciones libres y democráticas, la vía política que desean, sea liberal, socialista, conservadora, comunista, o de cualquier otra denominación.
Hoy, no importa la arquitectura final de la Casa Cubana, sino la construcción de sus cimientos mismos. Dejemos a la Nación entera la posibilidad de elegir el futuro político, cuando sea posible. Debemos asegurar que, cualquiera que sea la elección del Pueblo en el futuro, no se destruya el edificio democrático por falta de buenos cimientos. Sentar las bases para una democracia sólida.