LA HABANA, Cuba.- Entre las costumbres más recientes que se han entronizado en la vida de la aldea global, se encuentran las piyamadas. Se trata de encuentros de niños o adolescentes, que se reúnen en la casa de alguno del grupo para disfrutar de actividades recreativas diversas y pasar la noche juntos. En la generalidad de los casos, se trata de vecinos o compañeritos de estudios.
Como suele suceder en Cuba desde el establecimiento del régimen castrista, esa práctica se ha hecho presente en nuestro país con notable retraso si la comparamos con otros de nuestro mismo hemisferio. Aunque con ese retardo, incluso la prensa oficialista se ha hecho eco de actividades de ese género. Es el caso del diario Granma del 26 de enero pasado, que refiriéndose a un barrio muy pobre del campo venezolano, publicó el reportaje “Una historia de amor grande”, de Dilbert Reyes Rodríguez.
El colega castrista relata las experiencias de una colaboradora cubana: “Un día propusieron (…) hacer una pijamada en la casa. ¿Te imaginas todos esos muchachos? (…) Aceptamos para complacerlos y terminó siendo una fiesta linda”. “Fue una locura con la casa llena de aquellos niños, de juegos, de cuentos, hasta que se quedaron dormidos. Esa noche, mirándolos rendidos, entendí bien por qué me veían como una madre, y a la Base de Misiones como la casa grande de todos ellos”.
En el párrafo siguiente, el escribidor parece haberse inspirado en las vidas de santos: “Pensé en los milagros sociales que logra la cultura si lucha contra la marginación y la ignorancia, pensé en lo que persigue esta Revolución atenta a las necesidades de sus pobres, pero también en Cuba, en los cubanos, me vi allí… y me sentí orgullosa”.
Por su parte, Juventud Rebelde no se queda atrás. Una crónica colectiva emplea una ortografía más cercana a la fonética de nuestro idioma: “Aventura en piyama”. Después de narrar un evento de ese tipo, los autores escriben: “Encuentros nocturnos como este, organizados en su mayoría por niñas a partir de los nueve años en casa de alguna de ellas, se han hecho frecuentes en los últimos tiempos (…) Se trata de una práctica habitual en otras latitudes, que ha trascendido las fronteras hasta llegar a nuestro país”.
Pero la preocupación institucional no podía faltar. Los autores entrevistan a varias psicólogas del Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez. “El gran problema es que las piyamadas no están estructuradas”, se alarma una de ellas. Según otra, esas actividades “son pura diversión, y aunque eso no es cuestionable, sí necesita de un llamado de atención”.
Lo mejor de esta sección del trabajo periodístico figura en su párrafo final: “Pueden hacerse interpretaciones erróneas cuando, por ejemplo, eligen una casa precisamente por darse cuenta de que es la más espaciosa, la de mejores condiciones, y eso en sus mentes genera comparaciones y valoraciones que no podemos dejar de la mano”. Aquí no se precisa qué corresponde hacer si la morada escogida es el palacete de algún dirigente o un “hijo de papá”.
Más allá de los peros y las objeciones que puedan plantearse, en estos casos lo fundamental es que ninguno de los adultos involucrados en las piyamadas pueda ser considerado como hostil al régimen imperante. Cuando sucede lo contrario, no resulta raro que, sin mucha demora, aparezcan las pezuñas de los agentes represivos.
Si alguien tiene alguna duda al respecto, que le pregunte al periodista independiente Aurelio González, residente en el pueblo de Guanajay. En los marcos del Proyecto Nueva Esperanza, la señora Mariela, esposa del informador, invitó a varios compañeritos de su hija Melanie —todos en el entorno de los once años de edad— a un encuentro de ese tipo.
La condición contestataria del colega resultó suficiente para que la “oficial de menores” del tenebroso Ministerio del Interior en el referido municipio interviniese en el caso. Según informa el comunicador, el lunes 15 de febrero su mujer fue citada en seis ocasiones para la estación de policía, dos de ellas “en franca disposición de arresto inmediato y conducción por la fuerza”.
No salieron mejor paradas las mamás de los otros participantes. Ellas fueron entrevistadas, y recibieron amenazas de que sufrirían “graves medidas penales si volvían a permitir que sus hijos participaran en una pijamada en la casa de la niña Melanie”.
La mencionada agente represiva, que es conocida como “Cary la de Menores”, dijo estar muy preocupada por “sus niños”. Se supone que el objeto de sus desvelos sean aquellos que presentan serios desajustes de conducta, pero, como se ve, si un encuentro de amiguitos tiene lugar en casa de alguien que discrepe, esto último basta para que la combativa oficial también tome cartas en el asunto.