LA HABANA, Cuba. – No fue un falso presentimiento el hecho de que el trovador Silvio Rodríguez saliera a la palestra pública con una de sus coletillas, en este caso matizando su inicial oposición al uso de fuerza por parte de la policía política contra varios participantes en la marcha anual por el orgullo gay, realizada el pasado 11 de mayo sin el consentimiento de Mariela Castro.
Como bien se sabe, la directora del oficialista Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), había ordenado la suspensión del evento por presuntas confabulaciones subversivas. En el plano personal, estaba seguro de que el reconocido cantautor volvería a dar fe de su lealtad a la élite verde olivo, a pesar de las responsabilidades de esta última en todo cuanto ocurre dentro de las fronteras nacionales, desde el racionamiento y la degradación moral de una parte significativa de la sociedad, hasta la calamitosa situación de servicios básicos como la educación y la salud.
Esos fogonazos patrioteros usados por Silvio y otros artistas e intelectuales vinculados a las instituciones del gobierno para matizar los argumentos críticos que molestan a sus amigotes de la nomenclatura, suman grietas a los muros de su credibilidad y dan por sentado que ninguno se gana el derecho de ser parte de esa conciencia crítica perdida entre tantos pánicos y acomodos. Valdría la pena preguntarse: ¿estarán actuando por propia voluntad o ajustados a un guion escrito por comisarios del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR)?
Lo primero hay que tomarlo con suspicacia y lo segundo como una posibilidad muy realista en el marco de una gestión gubernamental sustentada en el “ordeno y mando” que rige en el interior de los cuarteles. En realidad, muy pocos artistas e intelectuales de renombre se atreven a expresarse libremente, y mucho menos a conservar sus opiniones críticas, cuando al otro lado del teléfono llueven las preguntas y las veladas advertencias de parte de algún político de alto rango o simplemente de un oficial de la Seguridad del Estado.
En ese sentido, Silvio ha vuelto a mostrar su extraordinaria capacidad para desdoblarse. Es como si lanzara pequeños dardos de fuegos sobre un montón de hierba seca y acto seguido procediera a apagarlo con la prestancia de un bombero profesional. No tiene escrúpulos y eso lo convierte en una figura relevante en los ámbitos de la perversión moral. Persiste en defender lo indefendible.
Recuerdo su firma de apoyo al fusilamiento sumario de tres jóvenes en el año 2003, tras el fallido intento de secuestro de una lancha. Uno de los tantos crímenes inscritos en el muro de la infamia. Con esto queda claro cuál es su filiación. Puede declararse revolucionario y defensor de las causas más nobles, pero las evidencias demuestran que no es así.
Una dictadura con seis décadas en el ejercicio del poder es algo inadmisible, pero él apuesta por su continuidad desde una comodísima posición económica. Pertenece a la burguesía socialista, la misma clase que identifica a las principales figuras del poder y su descendencia en un país donde la igualdad se erigió como doctrina solo aplicable a los ciudadanos convertidos en súbditos que sobreviven, como pueden, entre la escasez crónica y el miedo a revelar el fastidio que crece en los márgenes de su desesperanza.
Silvio no pertenece a ese país que literalmente se derrumba. Hace muchos años que habita en otros dominios, más placenteros. Vive en una burbuja de abundancia y comodidades, protegido por quienes cargan con la responsabilidad de haber arruinado el presente y buena parte del futuro de la nación cubana con sus interminables rondas de prohibiciones absurdas y su disposición a aplicar, sin medias tintas, las técnicas del terrorismo de Estado.