LA HABANA, Cuba.- Como el gobierno se resiste a imprimirle mayor velocidad y amplitud al proceso de reformas económicas en lo que queda del 2016 y probablemente un poco más allá, es lógico que acuda con mayor énfasis al uso del garrote y a la intensificación de los artificios patrioteros en la prensa y en las tribunas para evitar que el descontento generalizado derive en estallidos de violencia y una fuga masiva hacia los cayos de la Florida.
Ya el general-presidente dio las instrucciones para resistir una nueva ola de penurias que incluyen cortes del suministro de electricidad, afectaciones del transporte público y de otros servicios vitales, sin descontar el impacto de la crisis en la reducción de las ofertas de alimentos y con ello el acrecentamiento de la especulación y la marginalidad.
En las comunidades de todo el país, reina el desconcierto ante lo que se avecina.
Muchos cubanos ya acaparan diversos productos con la idea de aminorar los efectos de hambre y de todo lo que viene asociado al capricho de la élite de poder en conservar los fundamentos del modelo sobre las bases del centralismo económico y la hegemonía del partido comunista.
“Vivir en Cuba sigue siendo un reto. Diría que una desgracia. Las malas noticias se multiplican y lo peor es que no se ven las soluciones por ningún lado”, dijo un doctor del hospital capitalino Hermanos Ameijeiras, bajo condición de anonimato.
“Sobrevivir es el denominador común. No hay maneras de que tengamos al menos las herramientas para salir de esta miseria que nos acompaña desde hace tanto tiempo.
A ellos (el gobierno), no les interesan los problemas del pueblo que dicen representar, cada día demuestran su falta de compromisos en sacar al país del estancamiento”, agregó el galeno.
Por otro lado, un vecino me confesó la compra de varias cajas de jabones y decenas de productos en conservas. Quiere estar preparado para cuando arrecie el embate de las tribulaciones. Me cuenta que en 1993, perdió alrededor de 20 kilogramos de peso por los obligados ayunos.
“En aquella época una astilla de jabón era oro molido. Pudiera parecer una exageración, pero yo lo viví en carne propia. Por eso me reitera el refrán de que “hombre precavido vale por dos”.
A pesar del tiempo transcurrido aún quedan en el imaginario popular las huellas del llamado período especial que comenzó con el cese de los subsidios de la ex Unión Soviética a finales de la década de los 80 del siglo pasado, hecho que se encadenó con la caída del Muro de Berlín, en 1991. El evento que simboliza el fin de la alianza continental bajo los auspicios de Moscú y de la cual el régimen cubano obtenía monumentales dádivas que ayudaban a cubrir los déficits en todos los renglones de la economía.
Los pronósticos de ahora, aunque sombríos, no deben alcanzar la magnitud de aquellos que dejaron un rastro inaudito de secuelas físicas y psicológicas que perduran en el tiempo.
La nomenclatura verde olivo parece estar relativamente mejor preparada para afrontar una contracción económica, a partir de los peligros de nuevos recortes o el cese total de las entregas de petróleo desde Venezuela a precios preferenciales.
Cabe la presunción de que Raúl Castro pudiera ser más pragmático por razones de supervivencia. O sea, algo menos intransigente en el orden de las concesiones al capital foráneo.
Más allá de esas posibles condescendencias, los cubanos en su mayoría aproximan al cero las expectativas de salir del entorno de la pobreza y la desesperanza. Acaparar se convierte en una tarea impostergable. Por supuesto de los que pueden hacerlo.
Los sectores que viven del salario o de la jubilación y no reciben remesas del exterior, les queda la opción de rogarle a Jesucristo o algún otro ser divino con la finalidad de que les provea de fuerzas para resistir o personas que ostentan el don de la misericordia.