MIAMI, Florida, julio, 173.203.82.38 -El viaje duró diez y ocho días. Una oferta que ofrecen los chinos a pagar en doce meses sin intereses. Sorpresa. La imagen de Mao solo predomina en la Plaza Tianamen y en el dinero, símbolo capitalista por excelencia. Rascacielos, calles limpias repletas de chinos bien vestidos con ropas de marca y amables al extremo de dar el asiento a los turistas en los buses. No se ve policías, a no ser los que cuidan el tránsito o en los museos. Las mejores marcas de autos ruedan por las ciudades. Mención especial para el fin de la educación gratuita en las universidades públicas. Los estudiantes pagan la mitad de lo que cuesta una privada y si no tienen recursos el estado les presta un crédito que deben liquidar al terminar los estudios. Van en camino de privatizar todas las escuelas básicas y muchas empresas estatales.
Lo anterior resume una especie de spot publicitario confeccionado por un turista impactado tras un paseo por China. El material compartido con amigos a través de internet incluye fotos, comentarios e impresiones personales del visitante deslumbrado por las transformaciones que apreció en el gigante asiático.
La admiración ante este boom inusitado no conoce fronteras ni ideologías. Ante ella se rinden con igual intensidad defensores del capitalismo y los que predican la posibilidad de un nuevo tipo de socialismo reciclado. Los elogios pueden darse en Miami o en La Habana. Solo se contradicen en un punto. Precisamente es el que da pie a una pregunta con la que el ingenuo explorador concluye su crónica. ¿Cree Ud. que China es comunista? La respuesta difiere según el bando ideológico en el que milite el admirador del proceso que los chinos definen de modernización y que en realidad consiste en el enfilamiento hacia un modo de imperialismo, por ahora en la fase comercial.
Carlos Marx y Federico Engels, desde otra dimensión, puede que se estén felicitando mutuamente por este re encause que parece darles razón a sus predicciones sobre la entronización victoriosa del comunismo. El condicionamiento teórico sobre la necesidad de un alto desarrollo capitalista, previo al advenimiento comunista preconizado por Marx, fue quebrantado por la praxis bolchevique. El leninismo quemó etapas y desde el feudalismo saltó directamente al paraíso proletario. Poco tiempo después la Revolución China conducida por Mao emuló el gran salto.
La desintegración de la Unión Soviética y la vuelta de Rusia con todos símbolos rechazados por décadas de comunismo totalitario, se encargó de revertir el curso de los acontecimientos dejando sin sostén los pilares leninistas. El pragmatismo chino escogió conservar los atributos y beneficios del sistema unipartidista bajo los moldes de un perfecto capitalismo de estado que impele a la clase obrera y a una sociedad empobrecida hacia un desarrollo colosal con derechos disminuidos y una explotación abrumadora pesando sobre sus hombros.
El modelo chino que se vende como maravillosa solución esconde muchas sombras. Tras las luces de los grandes rascacielos, los comercios abarrotados y la sonrisa de los transeúntes felices que pasean en motos o practican fen chui en los parques de las grandes urbes, existe una realidad que no es tan hermosa ni plena de riquezas, como las que describe el amigo en su power point o las trasmitidas por complacientes medios propagandísticos. Es la pobreza de un sistema productivo donde el hombre sigue contando como pieza de la maquinaria.
Un artículo publicado en Brasil desnuda el espejismo. La interacción de la mano de obra productiva sudamericana y las empresas chinas que invierten en esa nación, pone en entredichos las virtudes del modelo mandarín que desconoce la importancia del descanso y aplica métodos de trabajo con un rigor lindante en el despotismo. “Nunca oyeron hablar de un día de descanso”, se quejó el joven de 20 años, quien omitió dar su nombre por temor a perder el trabajo. “¿Vacaciones? Jamás. Pagan bien y te pagan las horas extras, pero no entienden que hay algunas cosas que para los brasileños son más importantes que el dinero”. Un empresario chino se queja por su parte de estos trabajadores que piden “vacaciones y días libres para no se qué y además quieren ir a la playa a relajarse.
Los brasileños cuentan con muchas protecciones laborales que no existen en la China actual. El poderoso movimiento sindical independiente de Brasil contrasta con el sistema centralizado chino, donde los trabajadores no negocian convenios colectivos, no tienen derecho a organizarse y casi no cuentan con amparos sindicales. La segunda economía más grande del mundo, que se sigue identificando como comunista, paga sueldos muy bajos en sus predios y prácticamente desconoce leyes protectoras para sus obreros. Así lo reconoce la organización estadounidense Global Institute for Labor & Human Rights. No es casual que factorías del mundo entero hayan ido a China para plantar su producción. Desde grandes industrias hasta las más insignificantes como una que se dedica a la fabricación artesanal de alpargatas gallegas.
Es trágico que democracias donde obreros y estudiantes gozan beneficios obtenidos tras una larga lucha de reclamos, vean ahora confrontados esos logros por un sistema de mercado venido de la otrora patria del comunismo luminoso donde viviría el hombre nuevo, liberado de la explotación.
Debería preocupar en particular a los cubanos que se les promocione un sistema que insiste en anular derechos conquistados años antes de que triunfara la Revolución de 1959. Es peligroso porque la idealización de los logros chinos es reverenciada por los que pretenden seguir en el poder a toda costa y por los que apuestan por un capitalismo salvaje donde el trabajador queda anulado frente a las exigencias productivas del mercado. Un experimento que reproduce las injusticias que dieron lugar a la idea del comunismo equitativo preconizado por Carlos Marx. ¿Será que los chinos quieren comprobar el recetario marxista y para ello se empeñan en arribar al punto cimero del desarrollo capitalista?